7/6/08

Desde la cumbre, ladera abajo, hasta la costa...



Viendo arar a los bueyes, comparo su constante esfuerzo mientras abren los surcos en la dura tierra, con la perseverante lucha que libraron nuestros viejos enfrentándose a las distintas adversidades de sus vidas para que hoy podamos vivir mejor de lo que vivieron ellos y podamos asistir al gran concierto de las culturas que compartimos a diario.

Aquellas manos amasaron el barro con el sudor de su frente y a la mar dieron, algunos, su propia vida, para llevar el sustento a sus deprimidas familias... Aunque hayamos superado en gran parte aquellas despreciables épocas para una larga mayoría, aquellos hombres de antes, de sol a sol, se ganaban el pan de cada día y alimentaban a sus familias con la ilusión de verlos sanos y crecidos, hechos hombres capaces de continuar sus sanas costumbres y nobles sentimientos. Esa era la única ambición que les sostenían hasta el último instante. Hoy, cuando todo ha evolucionado tanto, para bien o para mal, relativamente, ellos no están para presenciarlo, acaso, tampoco sospecharon que sería así, al cabo del tiempo, que aquellos surcos y aquellas lágrimas, iban a ser recordadas, como lo hacemos hoy nosotros. Muchos somos los que en el recuerdo buscamos aquellas huellas que no han podido borrar las pesadas e hirientes máquinas del progreso del cercano ayer y el presente, buscando nuevas formas de vida y vías que conduzcan más aprisa hacia la destrucción de toda la herencia que fuera el fruto de tantos sacrificios infravalorados por la ceguera de la ambición de otros pocos, que son los que pueden a su antojo deshacer los sueño dorados de nuestros queridos antecesores. Abajo, en la hondonada del Valle de La Orotava, la marcha devastadora continúa adelante, no escuchan nuestras voces, cuando pedimos que se detengan, que razonen... Ellos seguirán adelante, invariablemente, así como le han dicho sus jefes: "Que el trabajo debe continuar hasta el final". Piensan que nos cansaremos de patalear, por que se saben "protegidos" por la plana mayor del poder administrador que nos gobierna.

El cansado campesino se detiene unos instantes, para secar el sudor de su frente, respira profundo y agacha el ala de su desteñido sombrero en ademán de resignación, luego sigue arando la tierra y por su triste expresión, deduzco, lo que estará pensando. Su suerte no va a ser otra que la suerte de sus antepasados, todo el amor que ponga en esa tierra será ultrajado cuando hagan nuevos proyectos y trazados urbanísticos, o piensen ampliar el número de autopistas... A la postre, no son capaces, los depredadores, de estudiar la forma de aprovechar el agua de las lluvias que va a morir al mar por que el hombre no quiere retenerlas para sus múltiples usos. Claro, que hay intereses creados y muy poderosos, lo sabemos todos. Millones y millones de pesetas, que, bien servirían para construir un hermoso y moderno hospital, a nivel COMARCAL, en la zona norte de Tenerife. Buenas bibliotecas en los centros rurales y en los barrios. Colegios "aptos" con personal docente seleccionado, para la mejor formación de nuestros jóvenes, capaces de incentivarles y apartarles de las cloacas... Nada de eso conmueve a nuestros ambiciosos políticos canarios. A lo mejor de fuera vendrán... Destruir si que saben, lo que está hecho con tantos sacrificios. Eso si es divertido y además, "beneficioso" a la hora de los correspondientes repartos.

Desde la cumbre, ladera abajo... ya vemos asomarse, cual asustados engendros, los múltiples errores ecológicos y el abandono indiscriminado del que pudiera ser el más bello encuentro con la Naturaleza. No existe un verdadero y estético concepto, en todos los ordenes rurales, del necesario equilibrio armónico de cómo debe, o cual debe ser la verdadera imagen de nuestros campos. Da la impresión de que todo estuviera abandonado a la suerte que Dios quiera darnos; todo parece normal, que lo que están haciendo con nuestro campo agrícola, necesariamente ha de ser atrayente y hasta sugerente, como si la Naturaleza hubiera querido que fuera así. Nuestros campos si hasta hoy han sido bellos, fueron ellos, nuestros labradores, quienes se rebelaron y dieron de sí, lo que hoy son, a pesar de todo, los verdaderos encantos ecológicos que disfrutamos. El campesino de hoy es más despreocupado en ese sentido estético, le da igual crear una estampa digna, que, un cúmulo de contradicciones, con tal que la tierra le dé algo que merezca la pena, para compensar tantos sacrificios... Está obsesionado con el intermediario y a la vez decepcionado por sentirse solo, sin apoyo moral ni económico; y con el temor de que en cualquier momento lo dejen sin nada.. Al no tener incentivos que les convenzan han perdido la ilusión de embellecer su entorno, de blanquear las paredes de sus humildes casas y sembrar nuevos geranios en torno a ella. Ni tienen deseos de levantar el muro caído después de la última ventisca, como hacían nuestros antepasados para adecentar las huertas o los solares habitados, donde vivía la familia, los símbolos primordiales de la vida; la familia y el trabajo... El campesino, difícilmente se equivoca en sus apreciaciones y es obvio de que está desmoralizado, si no, nuestros campos no estuvieran así, como antes he manifestado. Hay un acentuado abandono de algunos, no de todos, que contrasta lastimosamente con las benignas posibilidades que nuestro clima nos ofrece, lo vemos cuando bajamos de la cumbre y llegamos a la campiña, campo herido y mal tratado, por doquiera, viejas casas abandonadas... vestigios evocadores de tiempos distintos, senderos donde las huellas ancestrales han sido borradas, donde crecen los zarzales incontroladamente, obstruyendo el paso que nos permita llegar al principio de aquella breve historia y leyendas rurales de tantos valerosos hombres... Hoy sólo se piensa en la compartición de la huerta, aún con algunos frutales que plantaran aquellos patriarcas nuestros; y en la vieja choza cuelgan algunas de sus roídas pertenencias, y la podona del tatarabuelo gastado su aplastado mango. Y en el rincón más sombrío y oculto una mesa destartalada y carcomida... ¡Ay, cuántas historias sabe esa mesa del abuelo, si hablaran sus gastadas tablas! Un día pasará por el lugar un viento fuerte y quedará al descubierto la techumbre y la luz de los inclementes rayos solares va a herirle mucho... Si antes no pasa sobre ella y las demás cosas que aún quedan esparcidas alrededor de ella, la pesada máquina del progreso...

Ya está la huerta arada. Los bueyes, llevados por el taciturno campesino, caminan a otro lugar, ellos y el hombre, con destinos diferentes, con ambiciones distintas, unos a echarse sobre sus propias miserias y a pastar en silencio, sin pensar en nada. El otro, quisiera no detener su camino, caminar hacia la eternidad, sin detenerse jamás, aunque el cansancio le agobie; antes que llegar y ver la expresión triste en la mirada de su afligida compañera, que se fija en él compasiva. - Anda, ven a comer algo, que hoy tenemos... No penséis cual va ser nuestro mañana, ni cual será el destino de todas estas pocas cosas... No hagamos caso a los rumores y esperemos a ver en qué queda todo, a lo mejor el escaso tiempo que nos queda por vivir nos depare alguna esperanza, de no verlo todo perdido.


Puerto de la Cruz, a 04 de junio de 1996.
Publicado en el Periódico EL DIA: 14.11.96

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