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En pocos lugares de Tenerife se encontraba una vegetación tan exuberante y atractiva como lo fuera nuestro impresionante Valle de La Orotava, pero también hay que decirlo, que no se hallaba en ningún paraje tanta belleza ni tan armonioso conjunto natural. A la vez sorprendía, al llegar al pueblo de La Orotava, lugar tan hermoso, tan acorde con los preceptos de la madre Naturaleza, como el resto de la comarca, tanta soledad y como si nadie viviera en ella: sus habitantes permanecían casi todo el tiempo en sus casas y sólo miraban a hurtadillas a través de los postigos o elevando las hojas de las rústicas persianas de madera…
En las desniveladas calles, si se veía a alguien transitándolas eran los trabajadores que iban o venían de sus faenas del campo u otros menesteres., cuando no, en dirección a sus humildes casa. Pareciera que nada latiera en la callada urbe, donde hubo elegantes y amplias casonas de las cuales algunas aún existen y siguen habitadas, pero no todas, conservándose como patrimonio arquitectónico local. Con enormes jardines y terrazas y las más necesarias comodidades, como para olvidarse de las calles. Hubo un número determinado de familias pudientes con buenas fincas y todo lo que necesitaran para vivir. Lo complementario lo recibían en sus palacetes.
Los domingos iban a gozar la Santa Misa y luego se reunían todos ellos en grupos a pasar el día y la tarde en alguna de esas mansiones, algunas de las cuales tenían su propia ermita para celebrar íntimamente los sagrados cultos religiosos.
Las fincas eran tan llamativas y alegres que el ambiente que se vivía era incomparable... Las flores y plantas ornamentales las invadían y los frutales y hortalizas, también los distintos cereales, desde la ladera hasta la costa y hasta llegar a las faldas de la majestuosa pared de Tigaiga; y por el este la entrada desde la zona llamada Cuesta de la villa.
Transcurría el Siglo XVIII - XIX y entrando en el Siglo XX, la evolución demográfica fue observándose progresivamente; y como el tiempo que pasa lo va transformando todo, también le llegó el turno al Valle de La Orotava y visto desde hoy, aquello que sucedió, tantos acontecimientos sucesivos, han llenado páginas preciosas recordando aquella época hasta nuestros días y parece que haya sido como un sueño del que hayamos despertado súbitamente… Los pueblos han cambiado y las gentes, sus descendientes, también. Nada es igual, ni será lo mismo. Seguiremos leyendo sin cansarnos de hojearlas, esas páginas de la historia de nuestras Islas Canarias, recordando al unísono, a tantos estudiosos nacionales y extranjeros, que han dejado fiel testimonio en sus sabias investigaciones científicas de nuestro suelo, nuestro mar y nuestro incomparable cielo. Entre ellos, por mencionar a algunos: Alonso de Espinosa; Thomas Nicols; Viera y Clavijo; Alexander Humboldt; R. Verneau; Sabino Berthelot; André P. Ledrú; etc., etc.
¡Qué giro tan enorme hemos dado!.. La importancia de nuestros pueblos lo ratifica, sin querer decir que si un tiempo pasado fue mejor o peor…
Sólo admitiendo la gran evolución que hemos experimentado, nos haría pensar que todo aquello que pasó haya sido sólo una maravillosa leyenda… La evidencia es otra, no menos interesante, pero pensemos cuánto hemos perdido. Si lo tuviéramos ahora, seguro que nos arrepentiríamos… Sólo que íbamos a admitir que sería una triste verdad sentimental haber perdido tanto.
Celestino González Herreros
http://www.celestinogh.blogspot.com
celestinogh@teleline.es
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En pocos lugares de Tenerife se encontraba una vegetación tan exuberante y atractiva como lo fuera nuestro impresionante Valle de La Orotava, pero también hay que decirlo, que no se hallaba en ningún paraje tanta belleza ni tan armonioso conjunto natural. A la vez sorprendía, al llegar al pueblo de La Orotava, lugar tan hermoso, tan acorde con los preceptos de la madre Naturaleza, como el resto de la comarca, tanta soledad y como si nadie viviera en ella: sus habitantes permanecían casi todo el tiempo en sus casas y sólo miraban a hurtadillas a través de los postigos o elevando las hojas de las rústicas persianas de madera…
En las desniveladas calles, si se veía a alguien transitándolas eran los trabajadores que iban o venían de sus faenas del campo u otros menesteres., cuando no, en dirección a sus humildes casa. Pareciera que nada latiera en la callada urbe, donde hubo elegantes y amplias casonas de las cuales algunas aún existen y siguen habitadas, pero no todas, conservándose como patrimonio arquitectónico local. Con enormes jardines y terrazas y las más necesarias comodidades, como para olvidarse de las calles. Hubo un número determinado de familias pudientes con buenas fincas y todo lo que necesitaran para vivir. Lo complementario lo recibían en sus palacetes.
Los domingos iban a gozar la Santa Misa y luego se reunían todos ellos en grupos a pasar el día y la tarde en alguna de esas mansiones, algunas de las cuales tenían su propia ermita para celebrar íntimamente los sagrados cultos religiosos.
Las fincas eran tan llamativas y alegres que el ambiente que se vivía era incomparable... Las flores y plantas ornamentales las invadían y los frutales y hortalizas, también los distintos cereales, desde la ladera hasta la costa y hasta llegar a las faldas de la majestuosa pared de Tigaiga; y por el este la entrada desde la zona llamada Cuesta de la villa.
Transcurría el Siglo XVIII - XIX y entrando en el Siglo XX, la evolución demográfica fue observándose progresivamente; y como el tiempo que pasa lo va transformando todo, también le llegó el turno al Valle de La Orotava y visto desde hoy, aquello que sucedió, tantos acontecimientos sucesivos, han llenado páginas preciosas recordando aquella época hasta nuestros días y parece que haya sido como un sueño del que hayamos despertado súbitamente… Los pueblos han cambiado y las gentes, sus descendientes, también. Nada es igual, ni será lo mismo. Seguiremos leyendo sin cansarnos de hojearlas, esas páginas de la historia de nuestras Islas Canarias, recordando al unísono, a tantos estudiosos nacionales y extranjeros, que han dejado fiel testimonio en sus sabias investigaciones científicas de nuestro suelo, nuestro mar y nuestro incomparable cielo. Entre ellos, por mencionar a algunos: Alonso de Espinosa; Thomas Nicols; Viera y Clavijo; Alexander Humboldt; R. Verneau; Sabino Berthelot; André P. Ledrú; etc., etc.
¡Qué giro tan enorme hemos dado!.. La importancia de nuestros pueblos lo ratifica, sin querer decir que si un tiempo pasado fue mejor o peor…
Sólo admitiendo la gran evolución que hemos experimentado, nos haría pensar que todo aquello que pasó haya sido sólo una maravillosa leyenda… La evidencia es otra, no menos interesante, pero pensemos cuánto hemos perdido. Si lo tuviéramos ahora, seguro que nos arrepentiríamos… Sólo que íbamos a admitir que sería una triste verdad sentimental haber perdido tanto.
Celestino González Herreros
http://www.celestinogh.blogspot.com
celestinogh@teleline.es
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