19/1/09

POR LOS SENDEROS OCULTOS DEL MONTE

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La tenue luz que destilaba desde el follaje de la verde vegetación, reflejo amable del cálido Sol, despertó en mí, el deseo de vagar bajo sus influjos, por la mágica alfombra de la húmeda pinocha. Sorteando los gruesos troncos de los gigantescos pinos alineados en perfecta formación. Subiendo pendientes lomadas, iba descubriendo, a medida que avanzaba, que el camino se cerraba y apenas se filtraba la luz del cielo. A la sazón, mirando hacia atrás, advertí la presencia de la espesa niebla que pronto me envolvería, e insistí en seguir adelante en mi empeño, a pesar del tétrico silencio y el frío pertinaz, que aumentaba por momentos; cuando había traspuesto ya el umbral del miedo y comenzó mi angustia y mi desolación, al darme cuenta que estaba solo, en un lugar tan familiar, pero, en realidad, desconocido; y al no saber cuál dirección tomar para llegar al lugar de partida. Mis sienes golpeaban al compás de los sensibles latidos del corazón y traté en vano calmar la angustia de mi desolación. Reflexioné entonces, acerca de mi situación actual, perdido en ese laberinto y solo... ¡Con la preocupación inminente de sentirme tan solo! Hasta juré, si esta vez conseguía llegar al sendero deseado, no apartarme de los demás ni buscar en la soledad y su dramático silencio, verdad alguna. Sin palabras no hay comunicación posible, lo pude comprobar en mi ausencia casual, donde a veces, ni escuchaba mi propia respiración, secos los labios y el corazón oprimido, vagando entre sombras, buscando sin saber qué, en esa maraña difusa de la confusión y el evidente temor...

De vuelta al redil de la autenticidad, todo vuelve a la realidad de forma espontánea. Apenas logro asomarme al camino florido de la nueva percepción, intuyo que van quedando atrás los escarpados y sinuosos atajos de las húmedas lomadas; y se esfuman las sombras del bosque. La verde llanura aparece sensiblemente perfumada por los distintos aromas de otras alfombras adornadas que se pierden en la distancia y brindan al cielo sus frescos efluvios y sus poéticos encantos naturales...

En aquel hermoso y verde monte que devoraba tantas ansias mías, su venerable silencio lo decía todo. Donde deambulé largo tiempo por sus ocultos senderos, y quise hallar en ellos resquicios perdidos de un lejano pasado... Sus cúpulas estaban abiertas al Sol, cerrándose al dolor ajeno, son un claro espejo de nuestra callada soledad.

Quise oír llorar al monte, verle en su aislamiento ahogarse en su espesura habitual, mas, llegué a sentirme atrapado por mi propia insistencia. Ni quejas ni voces, apenas sí, el eco apagado de la cálida brisa que pasa, como una voz que se alejara en el lánguido espacio de la distancia.

Con un súbito salto desperté, fue un sobresalto agónico... No sabía que soñaba. Y, a pesar de mi aturdimiento, tuve fuerzas para sonreír, aunque temiera hallarme solo. Y rompiendo la barrera del silencio, inquirí nerviosamente, en el mutismo de la habitación, exclamaciones propias de alegría e inconsolable dolor...

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