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¿Cómo se puede expresar con pocas palabras, lo que se siente en momentos como los que, a veces vivimos; y cómo ocultar nuestra contrariedad y el desencanto que sufrimos, cuando la causa es sentimental?
Fui a ver la "vieja" casa de la Real Aduana, en el Puerto de la Cruz, recientemente restaurada, por eso de ir algún sitio determinado. La que fuera, para mí, morada familiar, lugar que visitaba cuando me reunía con mis tíos, primas y primo, luego que la habitaran mis abuelos maternos; y donde, mi madre, desde el balcón dispuesto hacia la calle La Lonja, sobre la entrada principal, enamoraba con mi padre. Él en la calle y ella asomada arriba. Inmueble donde mi tío Luis Herreros Peña, tenía instalada su propia Imprenta. Recuerdo ver trabajar en ella, a Nilo y el hermano Raquel Palenzuela, hasta que emigraron a Venezuela. También a Gilberto Acosta, que luego emigró a Cuba. Donde la sonrisa de tía Juana dulcificaba el ambiente y transmitía tanta ternura que desbordaba en sus gestos, haciéndola grata conversadora y amable contertulia. Ella despertó en mí, la idea de viajar, aún siendo un muchacho. Estuvieron con su familia, en Cuba, Argentina y en Venezuela, donde murieron, los tíos y mi primo Luis.
Al trasponer el amplio portón de la histórica mansión, me sorprendieron los cambios hechos. Jamás será como antes, el cambio es asombroso, para aquellos que la vivimos tan intensamente. Como si hubiera transcurrido más tiempo y no fuera ayer. Dentro de dicho inmueble me sentí incómodo, desconsolado por lo que representó para mí, pese a la belleza de sus dependencias, exposiciones sacras, comerciales y lúdicas. Sentía el hielo irresistible de un espacio ficticio, donde habían sido sepultados tantas vivencias y recuerdos imperecederos. Los distintos departamentos o habitaciones, adolecían del calor humano que estabamos acostumbrados dar sin usura. Caras serias con perfiles maquillados transmitiendo autoridad, fue lo que hallé a primera vista. Un frío extraño corrió por mi cuerpo; y me dije: ¿Qué hago yo aquí en estos momentos? No sé si volveré...
Una vez en la calle, traté de sobreponerme, miré a mí alrededor buscando con quien hablar, me sentía mal; y hallé, sólo un amigo, Manuel Rojas, con quien pude desahogar parte importante de mi desazón. ¡Cómo va cambiando todo tan aprisa, y cómo, cada vez, nos sentimos más impotentes, sin fuerzas ni ayuda, extraños en nuestro suelo y sorprendidos por las múltiples transformaciones sufridas... Miré hacia atrás para ver nuevamente la antigua "Casa de la Real Aduana"... y me percaté, de que, en realidad estaba allí, desafiadora, siempre mirando al mar... dándole a su entorno marinero un aire indiscutible de señorío y grandeza, aunque la transformen en su interior.
¿Cómo se puede expresar con pocas palabras, lo que se siente en momentos como los que, a veces vivimos; y cómo ocultar nuestra contrariedad y el desencanto que sufrimos, cuando la causa es sentimental?
Fui a ver la "vieja" casa de la Real Aduana, en el Puerto de la Cruz, recientemente restaurada, por eso de ir algún sitio determinado. La que fuera, para mí, morada familiar, lugar que visitaba cuando me reunía con mis tíos, primas y primo, luego que la habitaran mis abuelos maternos; y donde, mi madre, desde el balcón dispuesto hacia la calle La Lonja, sobre la entrada principal, enamoraba con mi padre. Él en la calle y ella asomada arriba. Inmueble donde mi tío Luis Herreros Peña, tenía instalada su propia Imprenta. Recuerdo ver trabajar en ella, a Nilo y el hermano Raquel Palenzuela, hasta que emigraron a Venezuela. También a Gilberto Acosta, que luego emigró a Cuba. Donde la sonrisa de tía Juana dulcificaba el ambiente y transmitía tanta ternura que desbordaba en sus gestos, haciéndola grata conversadora y amable contertulia. Ella despertó en mí, la idea de viajar, aún siendo un muchacho. Estuvieron con su familia, en Cuba, Argentina y en Venezuela, donde murieron, los tíos y mi primo Luis.
Al trasponer el amplio portón de la histórica mansión, me sorprendieron los cambios hechos. Jamás será como antes, el cambio es asombroso, para aquellos que la vivimos tan intensamente. Como si hubiera transcurrido más tiempo y no fuera ayer. Dentro de dicho inmueble me sentí incómodo, desconsolado por lo que representó para mí, pese a la belleza de sus dependencias, exposiciones sacras, comerciales y lúdicas. Sentía el hielo irresistible de un espacio ficticio, donde habían sido sepultados tantas vivencias y recuerdos imperecederos. Los distintos departamentos o habitaciones, adolecían del calor humano que estabamos acostumbrados dar sin usura. Caras serias con perfiles maquillados transmitiendo autoridad, fue lo que hallé a primera vista. Un frío extraño corrió por mi cuerpo; y me dije: ¿Qué hago yo aquí en estos momentos? No sé si volveré...
Una vez en la calle, traté de sobreponerme, miré a mí alrededor buscando con quien hablar, me sentía mal; y hallé, sólo un amigo, Manuel Rojas, con quien pude desahogar parte importante de mi desazón. ¡Cómo va cambiando todo tan aprisa, y cómo, cada vez, nos sentimos más impotentes, sin fuerzas ni ayuda, extraños en nuestro suelo y sorprendidos por las múltiples transformaciones sufridas... Miré hacia atrás para ver nuevamente la antigua "Casa de la Real Aduana"... y me percaté, de que, en realidad estaba allí, desafiadora, siempre mirando al mar... dándole a su entorno marinero un aire indiscutible de señorío y grandeza, aunque la transformen en su interior.
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