4/12/08

La paz del monte y los barrancos

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Pocos lectores se habrán preocupado en pensar cómo discurre la vida íntima del poeta, escritor, narrador, pintor, músico, etc. Posiblemente, muy pocos adivinan el calvario de algunos si ven entorpecida su inspiración por agentes extraños que les asaltan e interrumpen, muchas veces alevosamente. El hombre creador, bien de fantasías o de evidencias reales configuradas por él, a veces, no halla el clímax necesario para culminar o desarrollar su inteligencia. Es fácil entenderlo, aunque pueda parecer escabroso explicar la situación.

El verdadero compositor necesita, mejor, estar solo para poder trabajar y dar de sí el caudal que atesora, mientras lo libera. Es cuando la inspiración aflora cual si emanaran aromas poéticos con sutileza singular dada su influencia lírica. Imaginémonos que en esos momentos especiales, algo trepidante, inoportuno, se moviera a nuestro alrededor y nos despertara de ese ensueño para involucrarnos en el vulgar laberinto de la realidad espontánea. ¡Sería desolador!..

Tantas veces pienso: ¿Cómo es posible que, en tales circunstancias, aún existan seres capaces de llegar a la meta de sus firmes propósitos? No cabe duda alguna, que, para llegar a ser alguien bien reconocido en el mundo de la inspiración, el del creador, poético, etc., estando obligado, también, a atender otras obligaciones, como es, la familia o el ambiente soterrado en el anonimato en que se vive, es realmente meritorio. Muchas veces se sufre, pues hay que correr en busca del extremo de la débil hebra que la madeja ha soltado, para poder alcanzarla y seguir el hilo de la trama descuidada. Gentes que gritan, otros que pelean, niños que lloran, perros que ladran, cotorras que no callan ni un instante todo el día... El claxon de los coches y los anuncios parlantes de verduras, pescado o helados. Hay que ser de oídos impermeables a los ruidos para poder concentrarse y nadar en las aguas quietas de la inspiración para el relato que se quiera tratar. No todos los narradores disponen de un ambiente adecuado a sus necesidades. Para escribir, algunos nos refugiamos en el monte, en la callada hondonada de algún lugar donde sólo se oyen, desde el solitario barranco, el eco sigiloso del sutil paso de las brisas susurrando arriba, sobre el verde valle, mientras recorren la campiña... Abajo se está mejor, aunque la soledad nos sobrecoja sobremanera de cuando en cuando. Sentimos la brisa, también, cuando pasa presurosa rozando los bordes del abismo. Sentimos latir nuestro corazón cuando escribimos sin interrupción alguna. El aire transmite su melodioso aleteo con singular denuedo y uno llega a embriagarse con los propios sentimientos; y cual báquicos respingos soltamos las palabras henchidas de ese algo tan sublime que llamamos amor. En la hondonada del profundo barranco se oyen voces que acarician, junto al retumbo del aire que se desliza y se filtra por el accidentado declive de sus húmedas paredes; y el quejumbroso graznido del ave agorera que se aleja asustada de la ladera. El alma y la mente, también, parece que vuelan queriendo liberarse cuando escribimos, cuando nos entregamos en cuerpo y alma, cuando abrimos nuestro corazón.

Abajo, en la silente hondonada, en el desértico espacio del recogimiento, también se oyen voces, se oye el llanto lastimero de nuestro abandono y entrega y soltamos en su busca todos nuestros afanes, nuestras ilusiones heridas, los deshechos aquellos desperdigados en el injusto descuido… Abajo están ocultos, soterrados y literalmente lapidados, tal vez. los mejores sentimientos y por eso bajo, a su encuentro y a compartir su silencio. Qué profundas son, a veces, las tristes fosas… Qué extensa la distancia que no alcanzo vencer, su impuesta ausencia, su dolorosa lejanía por muy profundos que sean los barrancos y solitarios. Sólo los sinceros rezos, intuye mi único consuelo, pueden llegar, ni las lágrimas, ni las flores que le llevemos, para poder estar, aunque sea virtualmente, con ella.


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