4/12/08

Cuando le dijiste adiós a la vida

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Había caminado un buen trecho y estaba cansado cuando vi. donde sentarme, a la sombra de un frondoso laurel de India. Dejé que transcurrieran los minutos sin importarme para nada todo cuanto acontecía a mi alrededor. Veía, con la mirada distante, que la vida seguía su curso normal, que las gentes se movían como hormigas de un lugar a otro con pasmosa tranquilidad, como si no hubiera espacio suficiente para correr; daba la sensación de que estaban frenados por circunstanciales fuerzas individuales en cada uno de ellos. Iban apáticos o resignados. Quién sabe, cada cual llevaría ocupada su mente; y mientras caminaban, sin rumbo fijo, la mayor parte de ellos buscarían liberarse de sus tediosas situaciones. Algunos llevarían a cuesta algún dolor o pesar. Entre tantos que veía moverse no podrían faltar los más felices, aquellos que no cabrían en sí de contentos y lo iban dejando entrever con sus inconfundibles sonrisas de felicidad que no se pueden ocultar.

Me incorporé un poco para contemplar a un grupo de aves que picoteaban un trozo de pan en el suelo, cerca de mis pies, despreocupadamente, tanto que tuve la sensación de sentirme ausente, como si no estuviera donde en realidad estaba, o fuera invisible para los demás. Evidentemente, no fue así, yo estaba allí cuando vino a saludarme un buen amigo, uno de esos que siempre hay y que se sinceran sin el menor de los reparos. A quienes inspiramos confianza, y a veces nos necesitan para darles un poco de apoyo moral. Ese fue el caso, pero rompió el idílico momento que en silencio disfrutaba, dándole de comer en mis manos a aquellas palomas que no me temían, como si me conocieran de antes. ¡Si supieran cuánto he pensado en ello!..

Después de tanto tiempo sin vernos - yo había estado fuera de este país durante algunos años - y encontrarnos en esa ocasión, cuando estaba allí sentado, relajándome y sin prisas, cuando me cogió sorpresivamente, mi brazo, hablamos más de sus cosas que yo de las mías. Poco a poco fue apoderándose de mi atención y fui todo oído para él; sin interrumpirle le escuché mientras hablaba con la mirada fija en el pavimento, sin apenas levantar la cabeza.

Claras son las noches de plenilunio; y no tan claras cuando pasan lentas las horas de insomnio. Nadie nos devuelve ese tiempo perdido ni nada compensa el cansancio sufrido, cuando se ha visto turbada la paz del sueño. Ese remanso compensador de las incesantes energías perdidas durante el día, buscando el equilibrio necesario para ir por la vida lo más despierto posible y poder luchar...

Noches sin claros - oscuros, yo las prefiero y si dormir no puedo, busco los caminos que me lleven a otra paz distinta, refugiándome en los recuerdos... No necesito la luz, sólo el camino que me conduzca al lugar apetecido que suele conducirme a vivencias tan lejanas en el tiempo y tan íntimas en la mente. Entonces, ya todo me conforma, me siento protegido, con luz propia, compartiendo de nuevo aquellos momentos del pasado, los ensueños de horas transcurridas en el ceno cálido de la evocación, cuando el amor desbordó sus límites y transformó cada entorno en algo sublime, maravilloso; cuando cada mirada transmitía aquel mensaje enternecedor, lleno de calor y ternura. Entonces, las brisas eran conductoras de apasionados poemas de amor, cual tiernas caricias; de ayes contenidos, de llantos; y alegres reacciones que se fraguaban... y golpeaban con fuerzas en el pecho, despertando en el corazón la sensación de triunfo y placer irreprimible...

¿Quién no ha sentido alguna vez la grata sensación del amor? ¿Quién, aunque parezca impertinente, no vive hoy gracias al amor?... ¿Y, quién no ha sufrido al perderlo todo para siempre?

Vamos a la playa, a la gruta de los sueños ocultos... Corramos sobre la arena hasta agotar las fuerzas que nos queden. Vayamos sin demora, que el tiempo pasa presuroso y puede anochecer pronto.

Mirábamos a la mar y oíamos el requiebro de las olas rompiendo su furia sobre la arena, para llegar frígida y descompuesta donde nuestros desnudos pies esperaban su frescura... Subíamos a los acantilados y corríamos ascendiendo hasta llegar a “la cueva” donde antes nos besábamos, una y mil veces, ocultos en el silencio. Divisando a lo lejos las barcas que sorteaban el oleaje buscando vencer las mareas, hasta llegar a la orilla. Íbamos por los senderos ocultos que alimentaban de ilusiones el fluido río de nuestras fantasías amorosas llevándose las aguas cristalinas de la fuente mágicas nacidas en nuestras mentes y que entonces desbordaban en su cause amoroso todo nuestro caudal...

Vayamos por los mismos rincones, aquellos que antes transitábamos cogidos de las manos, ocultos entre las sombras del tupido follaje, que nos envolvían y perfumaban deliciosamente el aire gratificante del entorno.

No era necesario que la luna transmitiera su luz ni que las estrellas, al unísono, parpadearan, nos bastaban nuestras miradas para alumbrar los senderos aquellos...
Desde el día que se fue, quedó en mi vida un tremendo vacío; lo disipo algunas veces, pero hay momentos que no puedo resistir pensar que fue para siempre, cuando le dijo adiós a la vida. Antes, ¿cuántas veces nos dijimos adiós?, sabíamos que volveríamos a vernos y esa ilusión nos mantenía unidos. Nada me conformaba si no estaba a mi lado, me sentía solo, incómodo; como que su compañía formaba parte de mi vida. Son tantos los recuerdos que asaltan a mi mente. Aquella mirada suya de interrogante expresión, más parecía la párvula mirada de una criatura suplicante, atemorizada a causa de las dudas que nos obligan a pensar seriamente en lo que podría sucedernos si todo cambiaba negativamente. A veces le escuché decir cosas extrañas que no comprendía, hoy si las comprendo. Temía que nos sucediera lo peor, que la vida nos separara o la misma muerte, y que uno de los dos se viera solo.

No hay rincón donde ella no aparezca; y hay risas que las confundo con la suya. Por las noches, cuando reposan mis sienes sobre la almohada, pienso tanto en nosotros; cuántas noches vencido por el sueño he dormido con el llanto y cuántas lágrimas habré bebido. Mas, creo que es aún más triste el despertar y no hallarle a mi lado. Entonces, mis primeras oraciones se las dedico y le pido a Dios, que si es cierto que me espera, que no se olvides de mí, si es que vamos a estar nuevamente juntos.

Y así me reincorporo, con esa esperanza, viendo transcurrir las horas e imaginándome su mirada, su voz, cada movimiento suyo. ¡Y si viera lo feliz que soy! Mi cansancio se torna en alegría, mi esperanza sigue siendo ella.
Anoche mientras dormía estuvimos juntos, nuestras manos enlazadas muy fuertemente, e íbamos caminando por un sendero muy singular, habían flores por doquiera, las más bellas, tanto, como las que jamás había visto; y las acariciaba con delicadeza y las miraba con su expresión noble que no podía disimular. Siempre le ocurría, cuando algo le cautivaba por sutil que fuera, expresión que no se borra en mi mente, y de cuando me miraba tan inocentemente, aún conservo mi amorosa comprensión... A ratos corríamos como dos chiquillos jugando con la maleza. Otras veces, se me iba de las manos como una silueta de humo y desaparecía, para hallarle más tarde, sobre un pequeño montículo de tierra, con los brazos abiertos en ademán de súplica, y su bonita sonrisa me absorbía. Volvía a tenerle mientras durase el sueño; igual los dos de contento, ajenos de la realidad; viviendo engañados y tan distantes a pesar de ello.

No hay rincón donde no aparezca. Si cierro los ojos le veo, tal y como era; escucho su voz y siento el calor de sus caricias. Es como si no se hubieras ido para siempre.

Cuando miro al cielo, entre las nubes le busco; y si es de noche, si hay estrellas, le busco igual entre ellas e intuyo que vigila cada uno de mis movimientos y sabe lo que pienso, cuánto siento… Y cuando me ahoga el llanto contenido, esa dicha viene a calmar mi angustia y me alienta pacíficamente.

Todo cuanto me dice el corazón ella lo ha dictado, todo parece conformarle con tal de verme feliz. Es innegable que el amor que en vida me dio fue sincero, si no, no fuera así.
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