Como hago siempre, leyendo el Periódico El Día, el del primero de este mes, al hallarme enfrascado en su lectura, en el espacio “Cartas al Director” fui sorprendido con el distendido y elocuente escrito de Teresa de Jesús Rodríguez Lara, haciendo todo un despliegue del magnífico acontecimiento en el Auditorio capitalino de Tenerife, en ocasión de celebrarse el 197 Aniversario de la firma del Acta de la Independencia de Venezuela, presentación hecha por el distinguido señor Ricardo Melchor, Presidente del Cabildo Insular de Tenerife.
Los interpretes, en esta ocasión fueron el excepcional señor don Jesús Sevillano, con su voz inconfundible aireando un escogido número de viejas canciones venezolanas que fueron las delicias del gran público allí presente, trayéndonos los más emocionados recuerdos de lejanas vivencias y la nostalgia de siempre, a tantos venezolanos residentes acá y los canarios que llevamos a ese país hermano en el corazón. Dichas interpretaciones fueron acompañadas por el reconocido sexteto de cuerdas Carlos Oviedo y la valiosa ayuda de Oscar Zuloaga en la percusión, evento organizado por el Consulado de Venezuela, representado por el propio don Jesús Sevillano Cónsul del mismo.
Uno se siente reconfortado leyendo, cuando la lírica se mezcla con la razón, párrafos dedicados a un viejo amigo de aulas de allá, la musical y bella Venezuela; y acaban encontrándose en este paraíso guanche, él, consumado escritor, músico e intérprete cantor de nuestra querida Venezuela, y además, Cónsul que la representa como nadie mejor puede hacerlo.
Teresa, me imagino lo que habrás disfrutado asistiendo a su presentación como cantante, al Auditorio. ¡Qué placer, amiga mía!, revivir los momentos imborrables de tu adolescencia, la cantidad de aneadotas que con los recuerdos habrán acudido a tu mente, felices vivencias aquellas de la primera juventud, junta con las amigas condiscípulas de entonces, cuántos pulleros habrás gozado en los descansos, entre una clase y otra del Bachillerato. Y con los muchachos aquellos, derrochando tu gracia isleña, sin sospechar que volverías a estar entre nosotros y que encontrarías, precisamente aquí, al hoy Cónsul en Tenerife, antiguo compañero de estudios.
La vida es eso, una singular ruleta que no se detiene jamás si el destino no la obliga y suele sorprendernos con gratas sorpresas, a veces, como la que has vivido últimamente. Dejemos, pues, que la susodicha ruleta del tiempo siga dando vueltas y sea siempre lo que Dios quiera.
Cuando leí lo que escribiste del señor Sevillano, sentí una natural emoción, un sentimiento tal de gratitud hacia ti por la forma como te expresas de nuestra querida Venezuela. Yo también estudié parte, las materias nacionales, del Bachillerato, en el Liceo Lisandro Alvarado en Barquisimeto, Estado Lara, para convalidar el de España. Eso es pasado, pero me hiciste recordar aquellos inolvidables tiempos.
Cuando uno llega a integrarse a otro país que no sea el que nos vio nacer, habremos dado el gran salto hacia el mejor entendimiento y con ello a la más pletórica felicidad. Todo cambia desde entonces y para siempre. Los conceptos, las formas, la semblanza física de los pueblos, el lado humano de las gentes... Uno se hace más receptivo de todo cuanto acontece a nuestro alrededor, la vida pareciera que nos sonriera cuando nos sentimos plenamente integrados a ella, con sus formas, modos y costumbres, hasta con su bandera que llegamos a quererla como si fuera nuestra.
Amiga contertulia de la poesía, (¡ah, te debo una!..) observarás que me siento feliz hablando de Venezuela y sus gentes, (es inevitable) y el concepto que tengo de la amistad, creo que es algo sagrado y que nunca debe despreciarse.
No me cansaría nunca de seguir escribiéndote y gritar a los cuatro vientos (y tal vez te ocurra a ti lo mismo) como pienso, decir que allá quedó un trozo grande de mi viejo corazón, tal vez el más grande si estallara de súbito por la emoción que me embarga. Allá quedaron páginas imborrables de mi vida y creo que aún deambulan sus sentimentales contenidos por sendos lugares... Aquellas ilusiones que siendo muy joven llevé apretaditas en aquella maleta de madera que aún conservo después de unos cincuenta años. Aún llevo su música en mi corazón y percibo el olor de los ricos manglares; y el silencio de las sabanas en mis oídos. Y oigo el canto del turpial y le veo saltar en la enramada... Aún me emociona cuando oigo hablar de Venezuela. Y el arpa me adormece y el cuatro me contagia...
Si supieras cuánto amo a mi Venezuela, debe ser que soy agradecido, que soy un exagerado, que la magnifico. No, amiga mía, hay que vivir allá, alguna vez, para caer en la dulce trampa del más puro sentimiento. Recuerdo que estando allá, en Caracas, me decían los compañeros del trabajo: - Mira, isleño, ¿sabes como es la cosa?, quien bebe agua en Venezuela, tienes que seguir bebiendo de la misma hasta que se muera - Y yo la bebo todos los días desde nuestra generosa isla de Tenerife (como si fuera la de allá) y aún estoy vivo.
Los interpretes, en esta ocasión fueron el excepcional señor don Jesús Sevillano, con su voz inconfundible aireando un escogido número de viejas canciones venezolanas que fueron las delicias del gran público allí presente, trayéndonos los más emocionados recuerdos de lejanas vivencias y la nostalgia de siempre, a tantos venezolanos residentes acá y los canarios que llevamos a ese país hermano en el corazón. Dichas interpretaciones fueron acompañadas por el reconocido sexteto de cuerdas Carlos Oviedo y la valiosa ayuda de Oscar Zuloaga en la percusión, evento organizado por el Consulado de Venezuela, representado por el propio don Jesús Sevillano Cónsul del mismo.
Uno se siente reconfortado leyendo, cuando la lírica se mezcla con la razón, párrafos dedicados a un viejo amigo de aulas de allá, la musical y bella Venezuela; y acaban encontrándose en este paraíso guanche, él, consumado escritor, músico e intérprete cantor de nuestra querida Venezuela, y además, Cónsul que la representa como nadie mejor puede hacerlo.
Teresa, me imagino lo que habrás disfrutado asistiendo a su presentación como cantante, al Auditorio. ¡Qué placer, amiga mía!, revivir los momentos imborrables de tu adolescencia, la cantidad de aneadotas que con los recuerdos habrán acudido a tu mente, felices vivencias aquellas de la primera juventud, junta con las amigas condiscípulas de entonces, cuántos pulleros habrás gozado en los descansos, entre una clase y otra del Bachillerato. Y con los muchachos aquellos, derrochando tu gracia isleña, sin sospechar que volverías a estar entre nosotros y que encontrarías, precisamente aquí, al hoy Cónsul en Tenerife, antiguo compañero de estudios.
La vida es eso, una singular ruleta que no se detiene jamás si el destino no la obliga y suele sorprendernos con gratas sorpresas, a veces, como la que has vivido últimamente. Dejemos, pues, que la susodicha ruleta del tiempo siga dando vueltas y sea siempre lo que Dios quiera.
Cuando leí lo que escribiste del señor Sevillano, sentí una natural emoción, un sentimiento tal de gratitud hacia ti por la forma como te expresas de nuestra querida Venezuela. Yo también estudié parte, las materias nacionales, del Bachillerato, en el Liceo Lisandro Alvarado en Barquisimeto, Estado Lara, para convalidar el de España. Eso es pasado, pero me hiciste recordar aquellos inolvidables tiempos.
Cuando uno llega a integrarse a otro país que no sea el que nos vio nacer, habremos dado el gran salto hacia el mejor entendimiento y con ello a la más pletórica felicidad. Todo cambia desde entonces y para siempre. Los conceptos, las formas, la semblanza física de los pueblos, el lado humano de las gentes... Uno se hace más receptivo de todo cuanto acontece a nuestro alrededor, la vida pareciera que nos sonriera cuando nos sentimos plenamente integrados a ella, con sus formas, modos y costumbres, hasta con su bandera que llegamos a quererla como si fuera nuestra.
Amiga contertulia de la poesía, (¡ah, te debo una!..) observarás que me siento feliz hablando de Venezuela y sus gentes, (es inevitable) y el concepto que tengo de la amistad, creo que es algo sagrado y que nunca debe despreciarse.
No me cansaría nunca de seguir escribiéndote y gritar a los cuatro vientos (y tal vez te ocurra a ti lo mismo) como pienso, decir que allá quedó un trozo grande de mi viejo corazón, tal vez el más grande si estallara de súbito por la emoción que me embarga. Allá quedaron páginas imborrables de mi vida y creo que aún deambulan sus sentimentales contenidos por sendos lugares... Aquellas ilusiones que siendo muy joven llevé apretaditas en aquella maleta de madera que aún conservo después de unos cincuenta años. Aún llevo su música en mi corazón y percibo el olor de los ricos manglares; y el silencio de las sabanas en mis oídos. Y oigo el canto del turpial y le veo saltar en la enramada... Aún me emociona cuando oigo hablar de Venezuela. Y el arpa me adormece y el cuatro me contagia...
Si supieras cuánto amo a mi Venezuela, debe ser que soy agradecido, que soy un exagerado, que la magnifico. No, amiga mía, hay que vivir allá, alguna vez, para caer en la dulce trampa del más puro sentimiento. Recuerdo que estando allá, en Caracas, me decían los compañeros del trabajo: - Mira, isleño, ¿sabes como es la cosa?, quien bebe agua en Venezuela, tienes que seguir bebiendo de la misma hasta que se muera - Y yo la bebo todos los días desde nuestra generosa isla de Tenerife (como si fuera la de allá) y aún estoy vivo.
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