9/8/08

Dame la luz Señor...


Siento roto el silencio de su oscuridad, como si descendiera del Cielo un rayo de luz... Como si se estuviera cumpliendo su deseo, cuando él le suplicaba: "Dame la luz Señor..." Después de haber soportado en vida, las tenebrosas sombras de su soledad, buscando a tientas un resquicio de paz...

La imagen que ilustra este recordatorio es el Cristo que yacía en la cabecera de su lecho; y varias veces en el día y cada noche, al retirarse a su alcoba, lo besaba fielmente, y le hablaba, como si fuera la única razón de su vida, cuando buscaba la esperanza. Muchas veces le sorprendí llorando, agarrado de las piernas de su Cristo, susurrando palabras de amor que acompañaba con fervientes lágrimas. A la vez que, también besaba una fotografía de su idolatrada madre. Nunca sospechó que, a veces, le había sorprendido involuntariamente, desgarrándome el corazón cada vez que le veía en ese trance de dolor, desesperado e impotente. Viejo y enfermo, últimamente; sentenciado a morir sin antes ver aunque fuera un resquicio de luz que le permitiera reconocernos antes de partir...

Enrique González Matos, el Practicante de los pobres y menos pobres, el amigo de todos; cuando podía ver y luchaba sin descanso para aliviar el dolor físico de sus semejantes. Mi padre y amigo, mi inseparable compañero del alma... ¡Qué vacío tan grande dejó en mi vida!

Cuando ya había perdido la vista, compuso los versos más bellos de su colección. Hoy quiero resaltar los que le escribiera al Todopoderoso; que recitaba entre los suyos con frecuencia y de memoria. Antes, permítanme hacer unas matizaciones de hecho. Al morir, nosotros, sus hijos, hemos decidido que el Cristo donde mejor iba a estar era en la Iglesia de San Francisco, cerca de la antigua casa de sus padres, en el Puerto de la Cruz. Allí estaría más seguro, donde vamos a rezarle. Un día de esos, tenía una cámara fotográfica en las manos, cuando vi. un rayo de luz que invadía, aunque tenuemente, el susodicho cuadro, me apresuré a tomar esta foto de impresionante elocuencia. Está oculto el rostro de Cristo, sus manos y sus pies; la luz llenaba su pecho... Y ello me ha motivado a transcribir esos versos suyos, que como una plegaria salieron de su corazón, y que hoy, en el recuerdo, despierta en cada uno de nosotros, el reconocimiento del amor que nos dispensó, y esa lección de entrega cristiana a Dios en sus momentos de dolor.


DAME LA LUZ SEÑOR...

Jadeante, inseguras mis piernas y a ciegas,
Recorrí los más recónditos parajes de esta vida
en busca de mi quietud, ha tiempo perdida;
y no la encontré Señor. ¿Por qué me la niegas?
Largas horas de insomnio atenazan mi mente,
trocando los más dulces sueños, en perpetua agonía.

¿Dime, quién se resigna a solas, sin esperanza alguna,
sin contemplar de cerca el verde y florido paisaje de la vida?
¿Quién se resigna y soporta enlutados días, negras noches de eclipsada Luna?
¿Quién a ciegas hemostatíza la incontenible hemorragia de su profunda herida?
¿Quién lo insoportable, calladamente soporta,
sin el lamento, el quejido profundo que al corazón destroza?
¿Quién, sufriendo, no desea abandonar esta permanencia corta
y descender por la infinita escalera de la oscura y fría fosa?
Dame la luz, Señor... Devuélveme la calma,
compañera inseparable de mi desolación.
Dame la luz, que está a oscura mi alma,
y no menos a oscura mi viejo corazón.
Dame la luz, Señor, Juez Divino,
que ilumine en mí, lo ya perdido.
No ambiciono una resplandeciente luz, sólo te pido
una tenue claridad, muy tenue... Que esclarezca mi camino.
Dame un rayo de luz, Señor, sólo un momento,
y con ello, la enorme alegría de un risueño amanecer.
Concédeme esa gracia, concédemela y mitigarás el tormento
de tantas horas negras, de tanto padecer...
Sí, negras sombras, muy negras, me asedian por doquiera,
burlando mi impotencia, mi agonía, mi quebranto...
¿Porqué y para qué, en esta vida sufrir tanto,
si en la otra, eternamente nuestra, un plácido descanso nos espera?
Dame la luz, Señor, no me la niegues más,
y si no la mereciera, tuyo soy, dispón de mí;
solo si te encarezco, un pequeño resquicio de paz,
que, al morir, me envuelva eternamente junto a TI.

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