24/5/08

Vislumbrando la bocana del muelle en silencio...

Sobre la mar, con el vaivén de las olas, las rosas que te obsequié se deshojaban solas... Sus encendidos pétalos se dispersaron buscándote y la estela que dejaron, indicaron el rumbo de mis sueños, hasta hallarte.

En este tranquilo lugar, junto al mar, nunca ha dejado de oírse el rumor de las olas, que, como cántico marinero, guardan los más hermosos secretos y dicen que han sido confidentes de muchas historias y aventuras soterradas en sus profundidades, protagonizadas por nuestros viejos marinos.

Tal vez no sea yo la persona más indicada para glosar y elogiar a todas aquellas mujeres, las pescadoras o gangocheras, del Puerto de la Cruz. Aún conservo el recuerdo, de cuando sólo era un niño, de verles subirse en las guaguas, para llevar su mercancía a los municipios que conforman el Valle de La Orotava, y algunas veces, también hacia Santa Ursula, La Matanza y La Victoria. Las cestas iban repletas de los elementos del mar y regresaban también repletas de los productos del campo, para resolver el principal problema, que era el de la comida. Siempre se sentaban atrás, así controlaban la escalerita que conducía a la capota, por si acaso... Durante el trayecto, todas tenían algo que decir, y cuando no, hablaban a la vez y se reían con sus chistes y ocurrencias. Y el resto de los pasajeros se divertían con ellas, quienes hacían sus amistades comerciales. Las pescadoras de Puerto de la Cruz tenían fama de buenas conversadoras y quienes cayeran en desgracia con ellas, que se cuidaran. No tenían pelos en la lengua, ni papas en la boca... Al pan pan...

Luego fui creciendo, ya iba solo por la Pescadería y desde entonces, me atrajeron, dichas señoras, por su particular forma de ser y espontáneo comportamiento, nada desdeñable, y por tantas historias que siempre contaban mis mayores y el resto de los mayores del pueblo, incluyéndoles a ellos, claro está. Mi padre, Enrique González Matos, que en la Gloria esté, era el Practicante en Medicina Oficial de los Pescadores y funcionarios del Ayuntamiento. Los conocía bien a casi todos. Por esa circunstancia nos acercaba más. Aún me asombra cuando hablan de mi viejo, con el cariño y respeto que lo hacen. Sólo Dios sabe porqué. Cómo hubiera disfrutado al saber que se le ha rendido en nuestro pueblo, tan sentido homenaje, a todas aquellas mujeres, incansables trabajadoras y ejemplares madres que, con tesón y tantos sacrificios y no pocas privaciones, sacaron a sus hijos adelante, llevando al campo, pueblos y villas las hermosas capturas logradas por los hombres de la casa, con el riesgo de sus propias vidas, pasando frío en alta mar y expuestos, cada noche, a los cambios de mareas y vientos, bajo la lluvia... Mientras en tierra firme, sus sufridas mujeres e hijas, rezaban por que volvieran sanos como cuando salieron a la mar. A veces en la playa, en el Muelle pesquero, desde las santas horas de la madrugada, se veían algunos de sus perritos esperándoles para recibir las primeras caricias de sus amos. Alguna vez naufragó la barca y se hacía tan profundo el silencio en la bocana, era tan frío el mensaje... que hasta los perros entendían esa soledad sobrecogedora y no se apartaban de la orilla, mirando insistentemente a la mar con expresión de reproche, e incrédulos insistían con la vidriosa mirada por si se hubieran retrasado, esperando que volvieran.

Así, pues, dedico estas sentidas y humildes líneas, a todos aquellos pescadores que una vez salieron y no volvieron por designios del destino, y a sus familiares que también lo sufrieron en su soledad; y al resto de las mujeres homenajeadas con tan hermosa réplica erigida en la explanada de la playa del Muelle, acariciada por las briznas marinas, yodadas y salitrosas de nuestro litoral portuense.


Puerto de la Cruz, a 17 de abril de 2.008

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