13/12/11

EL VUELO RASO DEL COLORADO GABILÁN



No podemos callar nuestros humanos sentimientos, el recuerdo de tantas vivencias allá en nuestra querida Venezuela, junto a los demás, buscando hallar la puerta abierta que nos permitiera, al menos, soñar con un futuro más alentador. Buscando el apoyo necesario para poder cambiar los difíciles esquemas de nuestro dudoso porvenir, sin obviar aquella triste condición de sabernos tan lejos de nuestros seres queridos

Permítanme que me sitúe en el Estado Lara, su capital Barquisimeto, bello enclave urbanístico, llamado a su vez, la “ciudad de los crepúsculos”, un idílico sueño. Ciudad del cuatro y del corrido larense, la del puro sentimiento, la de las hermosas tardes crepusculares. Sus cielos jamás olvido, cuando, a veces, deseo tener alas para volar al encuentro de sus mágicas alturas, para danzar junto a sus brisas tropicales y sentir el vértigo de sus pronunciados niveles… Acariciar el fuego de sus crepúsculos y la espesura de sus celajes que parecieran quisieran abrigarnos con sus fundas algodonosas. ¿Cómo voy a olvidar aquel deleitable ambiente, si hasta el silencio de sus cálidas noches acariciaban y me transportaban gratamente hacia aquellas dimensiones oníricas y todo resultaba distinto, cambiaba todo a mí alrededor, se tornaba más poético y sensual? Cuando llegaba hasta mí aquel lamento del arpa trasnochada, era como si oyera el lamento de un llanto amoroso que irrumpiera en el sedoso espacio de la paz del descanso nocturnal y el grito amoroso quebrara angustiosamente los idílicos mensajes de un gran amor que agonizara y llorando se lamentara por su destino fatal.

Noches cálidas y tentadoras… Las flores de la llanura larense a orillas del palmeral. El vuelo del gavilán agitando sus suaves alas… El potro retrechero que no se deja dominar, trotando camino abajo y sin detener sus ímpetus salvajes… Las mozas de tez morena ocultando sus encantos, mirando de soslayo en su callado entorno con marcada avidez y desconsuelo evidente… Y la quebrada llevando el agua fresca y cristalina para calmar la sed de los señalados bordes de sus surcos…

No es posible olvidar tantas insinuaciones y la tentación posesiva de esas bellezas naturales que nos ofrece Venezuela y el calor humano de sus gentes.

Ahora que se acercan las fechas navideñas, vuelvo a sentir la insondable nostalgia de aquellos años vividos allá. Cuando más duro me trataba la vida, más arraigado me sentía y me iba identificando con lo real, con los designios del destino y aceptaba los golpes como si fueran lecciones que debía aprender, evidentemente, había que probarlo todo. Aún pienso que fue, más que una mágica escuela, una fuente inspiradora de experiencias, donde aprendí las instrucciones más prácticas que el ser humano ha de saber. Siempre lo he dicho, primero saber el verdadero valor de aquello que hemos dejado atrás, el viejo hogar y la familia, los amigos y conocidos, aquellos rincones amados y las empinadas calles y callejones de nuestros pueblos. Nuestro cielo y el mar que nos baña, sus bajíos y la blanca espuma al quebrarse las olas, acariciando nuestra arena negra. Las lanchas entrando en la bahía de nuestro muelle pesquero, con su abundante captura. Los aires sentimentales de nuestras folías y el lastimero acento de las malagueñas… Todo eso y mucho más aprendí, ante todo, en esa mística y a la vez innegable academia de la vida, allá en Venezuela. Luego todo lo demás, por añadidura, que evidentemente jamás olvidaré.

Los bien nacidos, (entiéndase el juego de palabras) no podemos callar nuestra gratitud, aquellos que entregamos nuestra juventud, los mejores años de nuestra vida, siguiendo las imborrables huellas que otros antes que nosotros imprimieron en la fecunda tierra venezolana, con esmero, dedicación y no pocos sacrificios, siguiendo la ruta de los nuevos ideales, la única esperanza. La realidad de nuestros sueños, en esa tierra de promisión y de trabajo. Donde tantos de los nuestros, también lucharon y aún siguen bregando; viven y mueren… Donde se aprende lo desconocido y se ama hasta lo inalcanzable, lo imaginario en el candor de nuestros sueños, a veces realizables.

Celestino González Herreros

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