23/11/09

EL PRIMER CARRO DE LA BASURA Y SU BURRO

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Por pura casualidad llegó a mis manos una vieja fotografía, la misma que ilustra este espontáneo artículo, la cual me produjo cierta sensación de nostalgia. Con los recuerdos retrocedí en el tiempo, evocando de aquella época, vivencias enternecedoras. A tal grado llegó mi exaltación, al sentirme nuevamente muchacho y revivir viejos recuerdos de aquellos días tan lejanos e irrepetibles, que no cambiaría por nada aquel momento. Oí hasta el ruido del carro rodando por la calle Esquivel, donde vivía entonces con mis padres, siendo un chiquillo entonces. No se dejaba la basura en los portones o en las aceras. Llamaban a la puerta y luego entraban a buscarla siempre en el mismo sitio. Aquel respeto de antes era general en todas las personas, sin distinción de clases ni edades. Parece que estoy viendo al “Burro de Sarguito” con las orejas levantado y mirando a diestra y siniestra por si veía a su dulcinea, “La Burra del Fielato”. Lo que me extraña mucho es que no le hayan puesto una placa con sus honorables nombres, tan proclives en nuestros pueblos…

Para la generación de entonces, en la que, dada nuestra conformidad, ignorábamos el paso de las horas y del tiempo presuroso, cuando íbamos acercándonos a la madurez y a la responsabilidad inherente de la misma edad. Los juegos iban siendo relegados por las tareas del colegio, amén de otras tantas obligaciones. Cuando comienza aflorar el sentimiento de la angustia, el miedo a lo prohibido y las primeras sensaciones sentimentales que nos iban sorprendiendo... Todo aquello que perdimos y que, quisiéramos o no, siempre vamos a recordarlo.

Con frecuencia, por las calles adoquinadas, calles y callejones del Puerto de la Cruz, solíamos deleitarnos, entre otras muchas cosas, viendo rodar el carro de la basura, tirado por un sumiso burro, cuyo amo era don Domingo Perera Abero (conocido por “El Fatiga”), entonces Jefe de Limpieza del Ayuntamiento del Puerto de la Cruz, (no aparece en la foto). Después de recoger la basura y llevada al barranco San Felipe, allí la quemaban. A continuación volvían, ahora a recoger la comida para los cochinos que criaba el mismo.

De pie, sobre el carro, vemos a don Felix Perera Ramos, hijo de “El Fatiga” cuando era un jovencito, y ¡si será casualidad!, acabar siendo yerno de don Manuel Florentín Plasencia, de sobre nombre “El Canterrio”, vecino del barrio San Antonio, quien en la foto va caminando... Esta instantánea está tomada allá por los años cincuenta; y el camino por donde transitan, todo sembrado de tarajales, se llamaba <> por debajo de la finca y casa de don Juan Galán, entre ese lugar y El Charcón, en Playa Jardín.

Recordamos a don Manuel, con su cigarro entre los labios, serio y pensativo, ir de un lado a otro, con sombrero, alpargatas y en mangas de camisa. Era un hombre bueno y tranquilo, hasta que alguien tratara de molestarlo.

Así, como don Domingo, su hijo Félix y don Manuel, hubo hombres que bien se merecen el homenaje del recuerdo, porque han dejado, como buen ejemplo, su paso por la vida, a veces en circunstancias muy difíciles y sin desfallecer en ningún momento. Fueron leales a sus familias, las cuales salieron adelante, a costa de sus sacrificios y muchas privaciones propias de aquella difícil época...

Al tener en mis manos la foto que ilustra esta corta reseña popular, a tal grado llegó mi exaltación anímica, al sentirme nuevamente muchacho y revivir viejos recuerdos de aquellos días hoy tan lejanos e irrepetibles, que no cambiaría por nada aquellos momentos. Insisto, aún me parece oír el ruido del carro rodando por la calle Esquivel, del Puerto de la Cruz, donde vivía entonces con mis padres, siendo un chiquillo.

No se dejaba la basura en los zaguanes, portones ni en las aceras. Llamaban en la puerta de las casas y luego entraban a buscarla, siempre en el mismo sitio.

Aquel respeto de antes era general en todas las personas, sin distinción de clases ni edades.

Parece que estoy viendo al “Burro de Sarguito” con las orejas levantadas, mirando a diestra y siniestra, por si veía a su dulcinea “La Burra del Fielato” repartiendo mercancías a los distintos comercios. Entonces el burrito usaba pantalones para que no le molestaran las moscas.
Lo que si me extraña y mucho, es que no les hayan puesto un rótulo a modo de homenaje a alguna Plaza pública o calle, costumbre tan proclive en nuestros pueblos…

También la historia se escribe con estos anecdóticos rasgos que con el paso del tiempo se hacen entrañables y releerlos nos devuelven una buena parte de esas vidas antes dormidas en la lúgubre dimensión del olvido.


Celestino González Herreros
http://www.celestinogh.blogspot.com

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