1/9/09

VIENDO CAER LAS PRIMERAS LLUVIAS OTOÑALES

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Hiere el gélido aire de la tarde otoñal. A veces, también hiere no podernos desembarazar de su influencia depresiva... Viendo caer las primeras lluvias, siente uno, sensaciones anímicas distintas: alegrías o tristezas... El influjo del aire húmedo vaticina un cambio emocional en nuestra habitual conducta. Expectantes de nuevas sensaciones nos dejamos llevar por los causes nostálgicos de la evocación. Sentimos deseos de rescatar algo del pasado; y con melancólica mesura nos damos a la ventura de los sueños, compartiendo tristes momentos y desafortunados episodios antes vividos. O, bajo el rigor del frío, echamos de menos el calor de unos besos y el contacto afectivo de unas manos cariñosas... Las grises nubes dibujan en el cielo los más inverosímiles caprichos de tortuosos perfiles y en ellos se asoman la semblanza del alma.

Viendo caer las primeras lluvias en otoño, asistimos al encuentro de nuestra propia soledad.
La lluvia sigue cayendo con pertinaz frecuencia, a pesar de ser una bendición del cielo para nuestros campos. Sigue golpeando el cristal de mi ventana, entonando la dulce melodía de esa sinfonía que sus constantes gotas armonizan, golpe a golpe, su fluido mensaje en la estática superficie del cristal. Es momento de reflexión, sí, para otra cosa no sirve la ocasión. Tras la ventana puedo ver, muchas veces, a mis musas, como ángeles míticos que me custodian; y son - mis ángeles - la causa de mi inspiración cuando veo caer la lluvia... Turbando el silencio de la habitación, interrumpen mi sueño y el descanso, con sus rítmicos golpes y el susurro de la brisa herida.

Viendo caer la lluvia percibo el característico olor de la humedad del campo, de la tierra calada. Intuyo el de la imperial retama de nuestras cañadas teidíferas, del geranio silvestre, las madreselvas mojadas y aquellos ramos de crisantemos, también mojados, y sus fragancias nostálgicas... Mi entorno se puebla con la presencia de mis ángeles que quieren alegrarme y renovar mis fuerzas; me animan, para que pueda alcanzar, nuevamente, la ventana. Afuera, la vida sonríe, las gotas del agua, ahora, titilan como diminutos diamantes, y resplandecen bajo el resol de la tarde, cuando la lluvia, por momentos ha cesado. Como si un poder sobrenatural quisiera, al unísono, alegrar mi espíritu y que viera la vida que continuaba afuera; después de que, el astro rey nos brindara su luz y calor, como tributo de esperanza.

Afuera, nuevamente, seguía lloviendo, no había ni pájaros ni flores, sólo el aire gélido de la tarde que alelaba al alma. Bajo las frías ropas de mi cama, volví a refugiarme, y los recuerdos asaltaron a mi mente, como inquietos fantasmas.

Cada nuevo otoño, la lluvia parece distinta. ¿Serán los años? Hay cierta añoranza en su presencia. Acaricia más dulcemente su contacto a mi cuerpo. Diría, que divierte más que en mis años mozos sentirla caer acompasada. Sobre el asfalto deja una estela de paz irresistible. En el campo regenera su armonía necesaria y devuelve, como a mi alma, la esperanza de seguir viviendo. Caminé por los senderos de la evocación, y sin detenerme, remonté mi vuelo y me alejé cuanto pude, yendo por los derroteros del pasado y con los ojos cerrados volví a los amados causes... para alimentar mi espíritu; y soñando quedé dormido, sin importarme la lluvia que seguía cayendo allá afuera.


Celestino González Herreros
Escrito el 26 de noviembre de 2.007
Publicado en el periódico EL DIA el 10.11.07
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