20/9/09

COMO UNA BARCA QUE ACUNARA NUESTROS FRÁGILES SUEÑOS. INTERCAMBIO DE RECUERDOS

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¡Cuántas veces nos acompañaste con tu guitarra en las tardes nostálgicas de aquellos crudos inviernos, al calor de un fogón, interpretando dulces melodías y deleitando a los que nos rodeaban! ¿Acaso no fuimos dichosos en nuestra inquieta juventud, soñando siempre caminos nuevos y distintas experiencias?

La Plaza del Charco, cuántas vueltas a lo largo de tantos años, patio singular de nuestra comunidad, cuántos pasos dados alrededor de su geométrico espacio de tierra amasada con yodo y sal traída con nuestras ribereñas brisas, en cuyo epicentro ornamental aún conservamos nuestra monumental Pila y sus verdes ñameras como viejo y tradicional testimonio de nuestra lealtad hacia el tiempo pasado... Aún hoy es la misma de antes, cuando éramos muchachos.

Los laureles de India y las datileras palmeras que algo habrán crecido, aunque yo también las vea iguales. Allí nos encontrábamos siempre, cuando decíamos: "nos vemos en la Plaza..." Allí conocimos a las primeras novias (hoy diríamos amiguitas) y en ese entorno casi natural, les hacíamos ilusionadas promesas que no siempre podíamos cumplir, ya que el destino nos maneja a su antojo. Y, como dice una estrofas que conozco: “pero la vida es así, dos personas que hoy se quieren, tal vez se olviden mañana” En esa Plaza están grabadas todas las historias de amor de nuestro pueblo, sus baldosas son testigos indelebles de los romances más bellos, era el lugar obligado del encuentro amoroso...

Los paseos por los caminos de la Playa de Martiánez... El romántico Paseo de Las Palmeras que lo hacíamos interminable sin serlo, con las amiguitas cogidos de la mano. ¡Cómo lo recuerdo, oyendo el lejano eco de las olas al derrapar sobre la arena!

Los encuentros emocionados, cuando llegaba la novia sonriente, como un claro de luna que lo iluminara todo con su grata presencia.

La añeja casona del muelle pesquero, las lanchas varadas en la playita, y las que salían y entraban, aquel laborioso trajín de los barqueros y pescadores y el murmullo de sus voces en su propio léxico, descargando la hermosa captura cuando la faena era satisfactoria y los ánimos regocijados. Aquellas escenas las conservo grababas con natural emoción en mis cansadas retinas como un tesoro valiosísimo de aquellos tiempos que no volverán.

Aquellas parrandas en el día del célebre Baile de Magos, no te cansabas de rascar las cuerdas de la guitarra y cantábamos y bailábamos como locos sin apenas rendirnos. Donde estuviéramos reinaba la alegría propia de nuestra juventud ya perdida. Éramos inagotables.

Nuestro Puerto de antes, pueblo marinero... Qué bello y qué callado está en estos inspirados momentos de nostálgicos recuerdos que bullen en mi mente "el Puerto de la Cruz, el de antes", Presiento verle nublarse su típica alegría por que no está ajeno a la emoción que siento recordándole.

¿Sabes?, ya tengo hasta nietos de ambos sexo. ¿Ves?, tengo una enorme ilusión, me siento más importante que nunca. Ahora me gustaría vivir mucho para verles crecer... Sobran razones para cuidarnos, cuando he tenido la suerte de llegar a los umbrales de la vejez, presiento que la vida ahora será larga y habrá nuevas motivaciones cada día. Nuestro espíritu debe estar fortalecido y en nosotros está el que lo consigamos, sólo poniendo lo mejor de nuestra parte. Por más que nos acechen constantemente los reveces de la vida, por más que queramos evitarlo, será como quiera el destino. Tú te fuiste mucho antes. Primo, ¡hasta que volvamos a vernos!

Recuerdas, mi querido primo, aquellas juergas que corrimos juntos, tú con tu guitarra, acompañándote a todas partes… Muchos amigos éramos los del grupo, como una gran familia; y muchos son los recuerdos que guardamos de ti, aquellos que aún quedamos pataleando... ¡Si supieras, querido Luís, cuántos gratos recuerdos nos dejaste! Y, allá en Venezuela, también estuvimos juntos, cada cual con su familia.
Como una barca que acunara nuestros frágiles sueños, intercambio contigo aquellos gratos recuerdos.

No éramos espejitos mágicos de aquella pacífica sociedad. Los términos cambian mucho el concepto de las frases, decir pacífica no lo dice todo, digamos pues, callada sociedad, cuando teníamos que rumiar hasta nuestros propios sentimientos. Y, a mal tiempo buena cara. ¡No pasa nada! Los jóvenes, una vez nos vestían con pantalón largo, ya sabíamos pensar y mascullar la intolerancia, habíamos nacido en medio de la ocultación y sólo éramos producto de ella. Ahora bien, siendo jóvenes adolescentes, buscábamos cómo distraernos. Como ha sido siempre en todas las épocas políticas y sociales. Juventud parada es juventud muerta. Sólo el delirio de la ambición, las ganas de vivir, delataban al medio hombre y al hombre entero... No olvidemos que fuimos jóvenes y no muy lejos, fuimos la ilusión de nuestros viejos y hoy estamos honrando la memoria de cada uno de ellos.

En Puerto de la Cruz hubo varias parrandas, comparsas o como quiera que les dijéramos. Grupos de amigos conservadores de aquellas tradiciones que se reunían, como si fuera en plan familiar, para cultivar la costumbre de aliarnos siempre a la música para alcanzar disuadir al amor del ser querido, cantándole bajo la luz de la luna, tras las rejas de su ventana… Así de ridículos y románticos éramos, pero ya no podemos ser lo que éramos, nos lo han prohibido, aquello al parecer de los que mandaban, era insalubre, dañaba al cuerpo y al alma. Y, ¿ahora, qué? Este es un simple ejemplo de nuestro progreso… Ya ni los pájaros anidan en los aleros de su tejado, ni se oyen, cuando pasan las brisas, aquellos lamentos lastimeros. Ya, nunca más se prendió a media noche la luz de su ventana. Está mal visto.
Casi siempre eran las cuerdas de nuestros instrumentos autóctonos, las que vibraban en cada serenata, en los divinos de Navidad, en fiestas particulares, en distintos escenarios debidamente acondicionados, algunos. Nuestro ribereño muelle siempre fue, junto con la Plaza del Charco y aledaños, lugar de encuentro y desde donde partían las comitivas poéticas de los reencuentros amorosos. Muchos de aquellos buenos amigos, trovadores de la noche, aún viven, ellos pueden corroborar lo que digo, los más viejos, los de la época de mi padre, tíos míos y sus amigos, esos si no están, pero se alegrarían al saber que siempre les recordaremos.
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Con mi primo, Luís Herreros Álvarez, viví muy buenos ratos. Quienes tuvieron ocasión de conocerle y tratarle personalmente, en vida, pueden confirmar lo que digo. Al menos yo nunca conocí queja alguna respecto a él. En mente tengo muchísimas historias para contarles, pero no puedo extenderme como deseo. Era de un carácter invariable, despreocupado, cariñoso y sincero. Allá, en Venezuela, tuve la suerte de que viviéramos cerca, ya que estábamos en la misma ciudad, Barquisimeto, la ciudad de los crepúsculos. Muchas tardes, después del trabajo, solía visitarnos y estábamos juntos largos ratos, siempre recordando a los viejos amigos y las travesuras aquellas, cuando decíamos estar aburridos… Agarrábamos la guitarra y a caminar por el paseo de los tarajales en Martiánez. Alguna muchacha extranjera nos llamaba, nos saludábamos y a sus padres… No nos faltaba nada, sólo que el reloj no caminara tan rápido. ¡Qué hermosa es la juventud! Sólo que en aquellos tiempos había mucho respeto y el honor de los hombres estaba por encima de todo. Hoy sería imposible.

Celestino González Herreros
http://www.celestinogh.blogspot.com
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Estampa marinera del Puerto de la Cruz, pueblo canario con trascendencia universalista, un núcleo geográfico evocado siempre por sus tradicionales costumbres y por la bondad de su gente. Pueblo siempre joven y alegre, que conserva sus raíces, que no se mermó, que más bien crece y se orienta hacia todos los lugares del Planeta Tierra, por los millones de visitantes que nos honran siempre con sus visitas turísticas y se llevan las más gratas sensaciones, el calor humano que les brindamos, nuestra paz insuperable y la forma étnica que nos distingue por las excelencias que les hemos ofertado bajo este cielo inigualable y al amparo de nuestras cumbres y este mar lleno de leyendas...
Esta estampa nos devuelve gran parte de un pasado que parece estar presente y nos depara con la prestancia acostumbrada, el consuelo de la satisfacción adquirida en la contemplación más grata y placentera.


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