30/10/08

¿Qué queda entre la vida y la muerte?


A veces cavilo en mis vagas ausencias empíreas, pensando que voy ascendiendo desde la hondonada, ladera arriba, hacia la frondosa paz de mi valle, que voy en busca de aquellos tiernos resquicios que tanto sustentaron las bellas ilusiones que tanto alentaron a mi joven vida. Desdeñando estoy el mundanal ruido de las grandes concentraciones, las ciudades colapsadas. Hoy todo parece distinto, en estos instantes la fuente generosa de mi inspiración me lo dice, hubo algo difícil de conseguir hoy, serán los años o será que estamos algo desplazados de nuestro mundo ideológico, de nuestras formas y aquellos esquemas sociales tan añorados, no sólo por mí, son muchos los nostálgicos…

En aquella discrecional reserva de viejas tradiciones y aquel modo vivendis al que estábamos tan acostumbrados cuidamos siempre nuestros principios cívicos y aquel concepto nato de nuestra solidaridad y respeto hacia nuestros semejantes. Nunca fue una condición obligada, sabíamos elegir sin dañar nuestros prioritarios principios, en ese añorado mundo suelo refugiarme, hoy como ayer, ocultándome en las sombras quiméricas del pasado; quiero ser ignorado, también, por mis propias fuerzas, escapar de mi mismo y perderme en el ancho espacio de la lejanía. Ocultarme en la oscura maleza de mi campo espiritual. Ladera arriba, desde la cumbre de mis sueños, hacia la sombría angostura, buscando a mi dulce compañera: la eterna soledad...

Y al despertar, no es malo, sentir en los labios el dulce y suave roce de la brisa mañanera; y el aire matinal bañando a los sentidos y llenando a los pulmones de vida natural. Sí, doy gracias a Dios por tanto bien recibido, no le pediré más, y rogaré, eso sí, que no me quite lo que me ha dado. Es cuando pienso en los demás. Y me entristece saber los desconsuelos que sufren aquellos que no tienen ni eso, mi fiel vocación.
Hago acopio de mis excentricidades y un somero resumen de mis pesares, porque, ¿quién no sufre en esta vida, decepciones, desengaños o traiciones?.. ¿Quién no conoce el lado cruel de su destino? ¿Y, quién no ha tenido que resignarse tristemente ante lo evidente?

Antes de salir afuera, asomado en la ventana, mirando hacia la alameda, recreé la vista pasándola sobre los rojos geranios y el esbelto palmeral perfectamente alineado en dirección al Campo Santo y hacia el sorprendente litoral, Castillo San Felipe y la monumental Playa Jardín. Capté el silencio del aire yodado y el grato aroma salitroso que llega desde la orilla marinera. Y pensé, viendo hacia abajo: ¡Qué solos deben sentirse nuestros muertos, en su lugar santo, algunas veces!.. ¡La eterna soledad!.. Abismo sepulcral entre la vida y la muerte. Silencio y sueño eterno...

Como un pasaje onírico vi la ciudad desierta, anduve caminando hasta llegar al muelle pesquero, no vi a nadie conocido durante el trayecto, muchos turistas si, cual río humano, como ilusas marionetas gesticulando entre ellos mismos, con sus propios lenguajes y modo de pensar y sin advertir mi presencia... Tuvo que haber sido un sueño, de otra manera no sabría explicar mi confusión... Dios mío, también, a veces, qué solos nos sentimos los vivos.

¿Por qué en los sueños se ama distinto? ¿Por qué son más tiernas las caricias en esa dimensión onírica? ¿Y las palabras? Mudas son, aunque las articulemos con énfasis y ternura. ¿Porqué son tan lentos los besos, interminables?.. En los sueños, ¿porqué somos tan espontáneos y sinceros?, ¿porqué lo damos todo?, a veces sin esperar nada a cambio. ¿Cuál es el profundo misterio de ese silencio angustioso y a la vez delicioso, donde el amor se siente distinto?

Son dos mundos diferentes y entre ambos el silencio se hace infinito, infranqueable hasta el punto más remoto. Es como el eco de una voz que se hace imperceptible en la distancia... Entre lo uno y lo otro, entre la vida y la muerte, todo es desierto, sólo en esa fría magnitud caben los sueños y los mágicos recuerdos, a través de la evocación más íntima: el mundo de los sueños e intuiciones espirituales.

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