Desde siempre, el hombre, sobre la faz de la Tierra, ha tenido un destino señalado, más o menos afortunado, y ha nacido para llegar a esa determinada (¿?) culminación venturosa, cronológica, a la vez que ineludible.
A través de los años, su providencia, la cual acaba imponiéndose como una realidad individual, señala los caminos a seguir; algunos pueden bifurcarse y desembocar en otros derroteros insospechados y aquellos augurios deseados para sí, tal vez, se vean truncados. Las distintas etapas de la vida van pasando cada una, para entrar progresivamente en situaciones más serias y comprometidas, desde la primera edad hasta la dulce vejez. Nuestra existencia es como una ondulante dimensión de trenzadas participaciones que nos instan en aspectos diferentes, desde cualquier ángulo que se nos vea, ya que sufrimos transformaciones considerables, a permanecer atentos junto con nuestro creciente deterioro... Y es evidente, de que el hombre se va consumiendo, mientras algunos no lleguen a percatarse de ello. Vamos dejando en el camino todas nuestras fuerzas e ilusiones, rindiéndonos y apartándonos en la larga ruta, dándoles el paso preferente a los demás, sin importarnos ya quiénes son ellos. Pero al sospechar a dónde van con sus vitales fuerzas y la alegría que desbordan, deducimos que todos nuestros esfuerzos son vanos, que todos vamos hacia el mismo lugar y las prisas van cediendo, a la postre presentimos el trayecto final, ya que los ánimos también van acabándose paulatinamente.
En sus postrimerías, los hombres ya mayorcitos y según sus destinos, reparan en esos decisivos momentos, intuyendo que de nada les sirven las resistencias instintivas y conservadoras, en esa invariable realidad. Unos más protegidos, por que están abrigados por el cariño y los cuidados que le dispensan sus familiares, amigos e instituciones sociales, amen de las gubernamentales; a los demás, sin esa suerte tan maravillosa, sólo les queda arrastrar el fardo lastimero de sus desengaños, sus inconsolables penas y los lejanos recuerdos... Hallar las tristes y paupérrimas horas vividas, ¡para nada!, al recordar su engañoso pasado, después de tanto luchar y darlo todo por los demás, para ahora verse tan solos, abandonados por sus seres más allegados, por la sociedad misma, eso es denigrante.
Siempre ha sido así. El viejo ya ha vivido bastante, ya no sirve para nada, es un estorbo que ocupa un espacio necesario para otros más jóvenes... "Hasta huelen mal algunas veces". Son desesperantes, inoportunos e intransigentes. No se están en un sitio quietos, todo lo tocan y protestan de todo.
¿Por qué Dios no habrá hecho un Paraíso aparte sólo para los viejos? ¡Un lugar que envidiara el resto de los hombres y lo ambicionaran para ellos! Un lugar especial cuya atracción ilusionara y mitigara aquí, en vida, tantas contrariedades y desconsuelos, la incomprensión injusta y cruel de tantas personas desaprensivas hacia los mayores de edad. Los viejos volverían a ser como niños, y como jóvenes... Volver a empezar... La ilusión en ellos renacería, volverían a iniciar de nuevo "sus vidas", las renacerían tan dulcemente...
A pesar de las habituales demoras, si no tanto, algo se está haciendo para ellos, nunca como ahora podemos hablar de solidaridad humana, la Organización de Naciones Unidas, por ejemplo, se ha empleado a fondo en ese proyecto universal de amparar a todas las personas de edad avanzada, buscándoles un techo seguro y cuanto necesiten para que vivan sus últimos años dignamente, con esa ilusión reparadora que todos necesitamos e ir sosegadamente en ese difícil trecho que nos queda por andar, que yendo con dignidad parece que fuera menos triste la idea de acabar para siempre.
Cuando paso por una Residencia de Ancianos, por los Centros llamados de la Tercera Edad o similares, siento que algo me da vueltas dentro del pecho, es como un sentimiento nada extraño que me obliga a meditar y mientras pienso, en mis soliloquios digo que hacen falta más Instituciones de esas - muchas más - que garanticen a nuestros queridos mayores esa paz que veo en ellos, al pasar por esos benditos Hogares. Cuando miro hacia adentro... Les veo tan felices y contentos, algunos de ellos viviendo mejor que cuando lo hacían en sus antiguas casas... Sin pasar por la angustia de tener que pedir que le pongan el plato de comida, que ya es tarde... O que las ropas de la cama se ensuciaron... Que no tienen ni un cigarrillo... Que sienten frío... Que están enfermos... ¡Qué paz, Señor, saber que le atenderán a uno sin reproches, sin gritos ni maldiciones! No oír jamás la expresión lacerante que acostumbran a proferir algunas personas despiadadas a sus viejos: "¡A ver cuando te vas a morir, condenado!"
Y lo invariablemente serio e importante, y que más nos preocupa, es, saber que seremos viejos (si es que llegamos) obviando a muchos que ya se sienten solos y que seguramente piensan como yo, aunque no sea mi caso:
¡Si hubiera muchas Residencias para Ancianos!
En estos momentos, cuando tanto se habla de crisis económicas y de valores humanos, es cuando más se debiera pensar en el caso de nuestros progenitores. Ahora hay más pobreza que nunca, no tenemos ni idea de cuantos ancianos mueren de hambre y frío diariamente, e igual que los niños sin padres que mal viven, deambulando indignamente en este convulsionado mundo de represión e injusticia humana, "salvajemente". Matándonos los unos a los otros sin respetar sexo ni edades ni condiciones físicas o síquicas; bombardeando hospitales, colegios... Envenenando las aguas, quemando los bosques e incendiando aldeas enteras; ahora es cuando habría que estudiar, desde todos los niveles sociales y políticos, cómo hacer realidad un proyecto que logre en un futuro no muy lejano, la garantía de la dignidad de esos "pobres niños". Y en su corta permanencia, la de esos viejos valores - que son nuestros padres y abuelos- o siquiera mitigarles el sufrimiento y el abandono de muchos de ellos por parte de muchos gobiernos y de la propia familia. Pensemos, que esos Centros podrían ser nuestro digno y placentero hogar el día de mañana, repito, si es que logramos llegar a viejo.
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