13/7/08

Brisas y aromas de mi valle


En el costado sudoeste del valle, se encuentra el Municipio de Los Realejos, conocidos por Realejos Alto y el otro denominado Realejos Bajo, colindante con el Puerto de la Cruz y, hacia el noroeste con La Orotava, que viene a estar ubicada en el centro y más cerca a las montañas inmediatas. Esto dicho a groso modo trata de orientar a los que nunca le han visto y puedan interesarse por ello.

Repasando los anales de nuestra Historia vamos a remontarnos a los años l.799, auxiliados por los testimonios en los que se puede leer según los historiadores, como por ejemplo, Alejandro de Humboldt, R. Verneau, P.Kinderley y un largo etc. Todos ellos coincidieron en señalar como lugar de ensueños a nuestros paisajes canarios, describiéndolos como algo poco común. El primero cuenta, que, desde California a Patagonia nunca vio tanta belleza junta. Respondían sus distintas apreciaciones a la sensación que sintieran de pura atracción contemplativa, al asomarse en los márgenes de los caminos, entre medianías y atajos, el insólito hecho de ver abajo al final de la ladera, al Valle de La Orotava en su máximo esplendor - debieron haber sentido la confusión de estar viendo el verdadero Paraíso, de hecho pensarían, de alguna manera, que nada habían visto igual, todo tan bien distribuido y reverdecido, con los detalles de un sueño embriagador. Impresiones excepcionales, a pesar de haber recorrido tanto mundo. Nada tan irresistible y seductor, a cuyos encantos se entregaron irresistiblemente. Montes y mar y una franja de verdes cultivos, alternados entre, frutales, plataneras, hortalizas, árboles gigantescos de castaños, morares, nogales, higueras, nispereros, manzaneros, araucarias, dragos y los cañaverales en los húmedos márgenes de los profundos barrancos protegidos por abundante arboleda y matojos de diversas especies. Hubo tal cantidad de flores y plantas silvestres, que los caminos se cubrían impidiendo el paso de los transeúntes. Igualmente, los geranios cubrían las azoteas y paredes exteriores en casi todas las casas, así como los rosales trepadores y en los lugares más fríos los berodes, culantrillos y los helechos de tamaños impresionalmente largos y de tallos graciosamente rizados En los peñascos de los lugares más altos el ganado cabrío asomaba, dándole al ambiente un tono simpático y atractivo, tanto que conmovía; siempre aparecían un par de ejemplares y detrás de la peña centenares de ellas, pastando la abundante y fresca hierba de los prados y atajos que conducían a los silenciosos barrancos. Las aves autóctonas de variadísimas especies revoloteaban abundantemente en todas direcciones. Las plantaciones o huertos estaban separados por altos muros hechos de abultadas piedras para garantizar y señalar las propiedades y, a donde iban a desembocar las tarjeas que conducían el agua cuando fuera a ser usada para el riego de la tierra. Esos muros anidaban largas raíces de plantas, como, los helechos, la zarza, melones, sandías, calabazas, chayotes, rosales y otros muchos y flores. Con todo lo cual imprimían el sello y carácter alegre de un corrido floral interminable y hermosísimo. Por doquier enormes papayas y gigantes árboles de aguacates. Palmeras datileras en todas direcciones. Luego árboles floridos muy próximos unos de otros, en los caminos y de distintos colores sus atractivas flores que contrastaban con la belleza del almendro en flor. Y un poco más arriba, en Las Cañadas del Teide, las retamas y la violeta silvestre (violeta del Teide) abundantemente extendida a diestra y siniestra, de diferentes colores. Los codesos eran gigantes y las piteras, además de los taginastes que crecían tan altos y desarrollados desde el tallo de sus bases, que resistían valientemente los fuertes vientos que a menudo soplaban.

Y la fauna de los pueblos, sus campos y lugares ribereños, como la marina, también presentaban características admirables en sus distintas especies. Cada casita tenía su propio corral, podía tenerse de todo un poco, ya que había alimentos suficientes y agua abundante que se perdía hasta llegar al mar por los mismos barrancos y multitud de fuentes acuáticas Los montes estaban pobladísimos y las quebradas gozaban de las sombras generosas de abundantes árboles y plantas arbóreas que crecían desde los profundos causes en dirección ascendente buscando la luz clara y limpia del verde Valle. Protegidos entre su follaje vivían variadas especies de animales siempre alertados de posibles y reiteradas visitas de las aves rapaces que planeaban insistentemente en el aire para localizar a sus asustadas o distraídas presas. Los pueblos y aldeas de esos entornos respetaban a los animales de los cuales se servían para las tareas del campo, y cuidar sus propiedades de otros animales o simplemente para alimentarse de ellos si fuera necesario. Había una gran sincronía entre el hombre y la naturaleza, se sentían unidos, se daban el uno al otro. Comprendían, paradójicamente, la mutua necesidad que les condicionaba y se aceptaban de tal manera. Eran las ventajas de la justa correspondencia humano-ecológica que les caracterizaba. Las costas ribereñas de expectantes atractivos proporcionaban la abundante pesca y captura risueña de los deliciosos mariscos que abundaban en nuestros litorales, desde una parte a la otra.

El Valle de La Orotava, internacionalmente conocido y admirado por sus indiscutibles bellezas naturales, el afable y particular trato personal de su gente hacia los demás, idiosincrasia que ha sabido transmitir el beneplácito a los que la visitaron y el deseo por conocerla de todos aquellos que no han podido ni acercarse a sus exóticas orillas a convencerse viéndolas, de cuanto se dice de las encantadoras Islas Canarias, aquí y allende los mares." Hay que palparlas, palmo a palmo y respirar su aire, tan fresco y perfumado, como jugar con el agua de sus tranquilas playas deliciosamente cálidas.

Nos cuenta R. Verneau, respecto a nuestro verde Valle de La Orotava, que, "siempre estuvo abierto al entendimiento y la comunicación de las corrientes sociales, que ello le ha permitido ser considerado como lugar obligado para ser visitado por los turistas y hombres estudiosos del universo que con sus visitas y experiencias se han llevado el calor de una sana y agradable convivencia y el recuerdo inolvidable de horas distintas vividas con mesura y éxtasis con los encantos naturales que dejó aquí la Mano de Dios..." para que todos, sin distinción alguna, se puedan beneficiar en ese peregrinar multitudinario de personas que nos visitan cada vez más, traídos por la tranquilidad y el respeto que le brindamos a los foráneos, comprendiendo que siendo tan reducido el tiempo de sus vacaciones y sólo por el hecho de haber elegido a Las Islas Canarias como meta turística, entendemos así mismo, que también estamos obligados a compensarles en todo momento con nuestra mejor conducta y el cariño que siempre en nosotros abunda, para devolver la confianza con la cual nos obsequian desde todas las Agencias de Viajes del mundo entero.

Volviendo con la obra de R. Verneau, premiada por la Academia de Ciencias de París y traducida al español por el orotavense Don José A. Delgado Luis por los años l.98O, desgloso de su precioso libro titulado: Cinco años de estancia en las Islas Canarias. “Fue en el Realejo de Arriba o Realejo Alto donde se estableció con las tropas españolas, cuando los jefes guanches, acompañados más abajo, vinieron a traerle su sumisión. También es allí donde instala más tarde su residencia.
- En l.878 viví varios meses en la antigua residencia del primer adelantado. Esta propiedad, que tiene el nombre de Los Príncipes, había sido puesta graciosamente a mi disposición por su dueño actual, el señor Camacho. Un poco abandonada en esa época, no producía sino lo que se podía atender. Con la cantidad de agua que tiene y que es suficiente para hacer mover dos molinos, se le sacaría un beneficio considerable. Allí crece todo maravillosamente; el naranjo, el cafeto, así como el trigo, el millo, el tabaco y el arrurruz. Los muros que contienen las tierras están cubiertos de ranúnculos y cinerarias. Los conductos por donde corre el agua están enramados de colocasias y culantrillos. En la parte alta de la finca, que se extiende casi hasta la cumbre, crecen manzanos, perales y castañeros, mientras que, en la parte que da al mar, los dragos, las palmeras, los guayabos y las plataneras sombrean todos los paseos.

Entre Los Príncipes y el mar se encuentra la Rambla de Castro, atravesada por un profundo barranco casi completamente cubierto por árboles que crecen en sus bordes. Las paredes están totalmente tapizadas de verdor y el agua chorrea por todos lados para ir a perderse muy pronto al mar. Todas las rocas y todos los árboles están cubiertos de inscripciones que los turistas no dejan de observar. Son casi toda obra de un pobre muchacho, poeta y enamorado. Tímido en exceso, nunca ha dirigido la palabra a su ídolo. Desde que la ve, se escapa. Pasa días enteros escribiendo sus impresiones en la finca donde viene a pasear de vez en cuando su Dulcinea, esperando que un día ella adivine el autor y vaya a precipitarse a sus brazos”.

El Municipio Norteño de Los Realejos, sin lugar a dudas, con sus bellos pueblos que lo conforman, es tan atractivo y singular, que derrocha encantos y leyendas que entusiasman conocerlas. Además de hijos preclaros algunos que ya son historia. Detengámonos en hacer un somero estudio; sin ir muy lejos, encontramos por doquiera testimonios escritos que lo abalan, igual que del resto de los pueblos de nuestro Valle, de ellos se puede decir lo mismo, como si se hubieran dado cita en nuestro reducido perímetro tantos hombres ilustres de Las Ciencias y Las Artes, que no voy a enumerarlos para preservar el respeto que se merecen por si olvidara alguno. Hoy tenemos la oportunidad de recordarles yendo a las Bibliotecas Públicas y muchas de ellas privadas de inquietos intelectuales que se deleitan con sus gratas compañías y lo que de ellos aprendemos cada día.


Puerto de la Cruz, a 19 de junio de 1993
Publicado en el Periódico EL DIA: 03.08.93

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