Desde esta apacible paz que hoy disfruto, siento una tremenda inspiración de amor cristiano por El Cristo, una sensación que me embarga y me obliga a pensar en Su dulce mirada, con el deseo de hallar en su deslumbrante fulgor su magna respuesta que alumbre las tinieblas en que vive el hombre y despeje las dudas que le atormentan. Tiene en la mirada la respuesta y he de volver a verle, para enriquecerme con ella, que ya el sendero está abierto para el encuentro, el mismo que sigue la gente de su pueblo y que conduce al Sagrado Altar donde espera pacientemente ese acercamiento espiritual que es pleitesía que le dedicamos los que le amamos sobre todas las cosas y los que le lloramos suplicantes. juntando ambas manos sobre el pecho, con las más bellas plegarias que le dedicamos, al amparo de nuestra fe y ante EL nos postramos.
Hoy sólo me hago un reproche, no haber entendido antes el valor de su compañía, habría sido todo más dulce y más claros los caminos...
Desde esta apacible paz que siento, hoy desde mi querido Puerto de la Cruz, mientras juego sólo, en la playa, tirando piedras al vacío de mi soledad, "como si fuera un risco abandonado" entre los demás peñascos, no sé por qué, se me fue la mente hasta Icod; debo decir que siguió el sendero ilusionado que me llevo a EL involuntariamente. Me acordé de todas las miradas nobles, de todas las soledades... Y en ese peregrinar me hallé frente a la Venerada Imagen del Cristo, oteando a sus ojos que a veces parece que parpadean, cuando distraídamente nos regala esa fugaz mueca de su sonrisa que nos deja henchido de goce y presagiamos bendiciones que en todo momento necesitamos. No sé, algo hay en su mirada, algo más que su aparente solemnidad, hay como una luz afectiva que comunica expresivamente con nosotros los pecadores... Aún desde las distancias, donde quiera que estemos, hasta desde nuestra octava isla, nuestra querida Venezuela, alejados o presentes, diría que tiene el poder infinito de oír los rezos de los fieles que le imploran, que le rinden culto desde su corazón que se entrega a ese silencio suyo que nos obliga a pensar...
Todos tenemos un Cristo clavado adentro y en función de ello, a veces estamos tristes, preocupados, o contentos... Es la influencia que en nosotros ejerce la conciencia, que nos libera o encadena, pudiendo ser hasta indefinidamente. Aunque llevemos el amor (que puede redimirnos) muy adentro, ese sentimiento que tanto nos delata, al socaire de una mala tentación e inspirado en el perdón. Es el juez divino de nuestras propias reflexiones y la mano amiga que nos ayuda a sobreponernos de tantas y tantas caídas. Todos llevamos a Dios dentro y le sentimos que se agita algunas veces con justificada angustia, cuando nos salimos del camino que ÉL nos ha recomendado... Por que está en nuestra conciencia, en nuestro aliento y en los pensamientos queriendo siempre ayudarnos...
Cuando quieras escucharle
busca en tu propia conciencia,
con tu noble inocencia
verás que podrás hallarle...
Y cuando quieras rezarle
no ocultes tus temores,
háblale de tus amores,
eso suele consolarle...
Que el gran pecado del amor
siempre está en negárselo,
pues para llegar al Cielo
hay que conocer el dolor...
Que ÉL lo conoció primero
por el perdón del pecador,
perdonando con su amor...
Con ese amor sincero
y que a la Cruz le llevó...
Sí, ¡por eso le amo yo!
Cuando por las tardes paseo por mi litoral, miro con nostalgia a la mar viendo a las barcas partir, también siento desconsuelos y con mi pensamiento vuelo. A veces no sé dónde ir y si me decido, hacia el Cristo de Icod se van mis pensamientos primero. Ay, que me permita seguir viajando en esa ilusionada travesía cada día, que son mis aguas del Norte un sendero de amor y poesía, y es la senda más placentera para llegar por el Cristo al Cielo...
Puerto de la Cruz, a 27 de Junio de 1993
Publicado en el Periódico EL DIA: 22.07.93
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