3/2/09

HILOS MUSICALES Y AROMAS SILVESTRES

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Al pasar por el salón donde tengo instalados los equipos de música, sentí deseos de activarlos, oír algunas interpretaciones acordes con mi estado anímico, ya que en esos instantes no estaba, precisamente, muy animado que digamos. Me apeteció algo de Schumann (Kinderzeneen Op. 15) Antes pensaba hacer otras cosa mientras oyera esas deliciosas interpretaciones musicales, y entre tanto me movería de un lado a otro, fuera de mi habitual costumbre. Mas, las notas musicales fueron adormeciéndome y transformando a mi espíritu. Me sentí nostálgico, casi abatido, también, por los influjos poéticos que me sustraían; y acabé sentado frente a un blanco papel, en el secreter de la sala. Sin fuerzas físicas, casi, sólo el halo romántico que me envolvía, hasta sentir fluir las palabras y los deseos contenidos, desordenadamente, al salir liberadas por la emoción que me embargaba, yendo al papel que ansioso esperaba ese encuentro. Y mientras mi corazón sufría apesadumbrado, pude ordenar las ideas y los propios sentimientos, obviamente se trataba de encausar los recuerdos que se agolpaban en mi mente. Aquellas vivencias habían vuelto a entristecer a mi alma, volví a sentir aquel sufrimiento, tiempo pasado y que aún sigue dañándonos. Aquella juventud, aquellos días tan sublimes, llenos de tiernas fantasías, de bondad incalculable y que no debió acabarse. Aquello era amor, no era otra cosa, y se nos fue de las manos sin darnos cuenta. Se nos fue para siempre y sin saber porqué.

Sigo oyendo la exquisitez de tan bella música, cuyos compases un tanto tristes, elevan a mi espíritu, me saca de este ambiente mundano, de todo cuanto me rodea y me transporta a otros lugares, rincones oníricos donde siempre estarán los senderos aquellos, lugares amados que entonces anduvimos juntos, absortos bajo el poder mágico de nuestras acariciadoras miradas. Un mundo creado por nosotros mismos, pequeño y tranquilo... Sólo para amarnos, sin voces extrañas ni curiosas miradas que pudieran turbar el idilio de nuestras caricias. Solos, en un lugar salvaje y lleno de atractivos poéticos, sin tempestades capaces de poder separarnos. Caminos dorados en inmensas sabanas tocados por un sol distinto y a la vez reparador; y por brisas transportando hilos musicales y aromas silvestres de campos floridos, llegados sólo para brindarnos sus mágicos efluvios en nuestras cuitas de amor.

Tomé su portarretrato entre mis manos y la miré con tanto dolor como ternura, los ojos humedecidos... Casi sin poder ver, y le besé nuevamente. Es ella. ¡Oh Dios! Siempre estará conmigo mientras dure mi permanencia aquí, en este mundo real, donde la vida sigue su curso y no nos deja ir más allá, cuando lo deseamos.

El piano sigue gimiendo y elevando sus cándidas notas, como mi alma se eleva, cual ave inspirada que agita su frágil vuelo por los caminos fantásticos de la imaginación, buscando el sigilo de su soledad, los yermos parajes, previos a la divina contemplación.

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2/2/09

AQUEL ERA UN LUGAR ENCANTADOR

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Barroso es un barrio de la parte alta de La Orotava. Intento hacer una semblanza, de cómo fue en la época de su máximo esplendor, hace cinco o seis décadas y no sé si llegué a idealizar ese añorado entorno ambiental, lo cierto es que me entusiasma la idea de señalar aquellas admirables excelencias, desde cuando fui un muchacho. Y puede ser que en esa tierna edad, fuera capaz de sensibilizarme excesivamente y me condicionara para ver las cosas desde distinta óptica y las interpretara más hermosas, entonces. Nada hay de particular en ello, ahora sólo pretendo revivirlas tal y como eran, con quienes le conocieron y con dicha evocación disfrutar de esos momentos entrañables que muchos de nosotros vivimos y no podemos olvidar.

Antes era de una belleza incomparable, jamás se repetirán tantos encantos juntos, por su conservación estética y eminentemente agrícola. Era lugar de transito obligado, para aquellos que iban hacia Las Cañadas del Teide, y su poético entorno ambiental era admirable. Nunca vi tantos frutales a la vez, los castaños y nogales bordeaban la carretera, desde La Orotava hasta muy avanzada la vía de acceso al monte. La abundancia de frutales enriquecían los terrenos cultivados y sus lindes. Abundaban los cereales, principalmente el millo; papas, viñedos, etc. La lista es delirante, por su variedad y exuberancia.

Por doquiera aparecían los típicos pajares o chozas con techumbre de paja y paredes anchas, confeccionadas con piedra y barro, donde encerraban y conservaban la cosecha recogida y las hojas frescas del grano y otras, por el ambiente húmedo que proporcionaban; y almacenaban todo cuanto recolectaban, millo, castañas, nueces, almendras, etc. Aquellas peras y manzanas de distintas especies, limpias y olorosas, despertaban el apetito de morderlas. Y el cultivo de la vid, con el característico peso de sus abultados racimos de uva, realmente impresionantes. Hubo ganado de calidad en cantidad y agua en abundancia.

Desde arriba se veía El Valle, que llega desde la cumbre hasta las espumosas aguas, donde dejan su blancura en la rizada mar las olas que golpean nuestras costas norteñas. Era cual falda verde que le cubriera y se veían, apenas algunas casas escondidas entre la frondosa platanera, donde también abundaban frutales y hortalizas; animada con la presencia de los circulares estanques de regadío, que refulgían desde la distancia, bajo los rayos del sol.

En las frescas tardes, eran obligados los paseos por la angosta carretera, un tanto melancólicos, cuando la bruma bajaba y nos envolvía. Esas tardes en Barroso, las recordaré siempre, cuando íbamos a veranear todos los años... Siempre había alguien que supiera rascar las cuerdas de la guitarra, y bajo la luz de la luna, peregrinábamos canturreando viejas melodías de amor o los aires musicales de nuestra tierra canaria. Entonces, en ese aislamiento, nos perdíamos en la espesura de la niebla, entre un mar de nubes y la cumbre, que parecía se dilatara en sus cromáticas formas, bajo el cielo obnibulado, más allá tachonado de estrellas que parpadean mimosas en la lejanía; acariciados siempre, por ese airecillo frío del campo, que tanto embriaga y enamora. Y en la soledad estimula los más recónditos sentimientos. Los animales, llevados por el risueño campesino, a pesar de llevar, calladamente, la pesada carga de sus desilusiones y quebrantos, iban y venían en ambos sentidos, llevando la espléndida cosecha a su destino. Las ventitas consolaban a los más sedientos con deliciosos vinos y jugosos quesos del país.. Los famosos rosquetes no podían faltar, ni los chochos...

Son vivencias enternecedoras que evocándolas ayudan a vivir y arrancan sentimientos ocultos en lo más profundo del corazón.

Barroso ya no es el mismo, ha perdido su antiguo encanto; ni las gentes son aquellos que conservo en la memoria y que me han dejado, con el recuerdo de sus vidas, la sensación de haber muerto también. Viéndole nuevamente hace sentirme como un extraño, en un barrio distinto. Los años lo han cambiado todo, aquel era un lugar encantador, donde solía soñar entre brumas y el perfume de sus frutales, viendo abajo, cuan verde era mi valle, ahora maltrecho y herido, dejándonos decepcionados al recordar las expresiones de admiración que antaño inspiraran a tantos sabios exploradores y científicos que venían a contemplarlo por sus bellezas naturales, universalmente reconocidas.

Barroso y tantos barrios de nuestro Valle de La Orotava, hoy, sólo son una quimera sentimental del pasado; al final de todo, aunque ya nada podamos hacer, brindémosle un último tributo de amor.

El progreso y las exigencias de la vida lo han trastocado todo y no es que estuviera aquel entorno de más, sólo si, me hubiera gustado que los muchachos de hoy hubieran disfrutado de ese lugar, tanto como disfruté yo y los de mi época. Esos días en contacto con la Naturaleza y viviendo la vida del campo, al menos para mí, fue como una escuela donde aprendí para siempre a entender la tierra, su generosidad inmensa y cuanto atesora, cuando se la sabe atender y se le da nuestro sudor y cariño. Compartir el tiempo con los campesinos nos enriquecía cada vez más. Practicar las labores del campo era trabajo duro, pero ilusionaba, así como lidiar a los animales. Aquellas tardes, acompañados de una vela encendida y el silencio del ambiente de recogida era emocionante. Y antes que saliera el Sol, ya estaban las veredas de las lomadas concurridas e íbamos a la faena, a aprender más cada día por si alguna vez lo necesitábamos a donde tuviéramos que ir a ganarnos la vida. Uno nunca sabía… Los muchachos de hoy debieran de aprovechar las vacaciones escolares en estos menesteres, nunca se sabe, máxime si la situación económica empeora. Nunca se sabe… Y el campo hoy está abandonado y la agricultura. Hoy, sin poder evitarlo, exclamo: ¡Cuánto tiempo se ha perdido, sin pensar en los reveces de la vida!..

A VECES, QUÉ SOLOS ESTÁN LOS MÁS POBRES

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Estoy hecho un lío sentimental. Mas, parece como si con el año que ya ha concluido, quisieran también abandonarme cosas íntimas, aquellos últimos conceptos que me acompañaron... Ideas, propósitos personales; y todo aquello almacenado en el corazón y en la mente, para reestructurarlo alguna vez, y hacer veraces confesiones escritas...

En estos momentos debo ser cauto, nada de lo que correspondió al cansado pasado, hoy iba a tener vigencia, al comienzo del nuevo año. De todas formas, aún no sabemos como nos va a retribuir el tierno calendario, qué nos tiene reservado. Lo cierto es que, al asomarme a la ventana, en los albores del nuevo día, como cada año, miro hacia fuera con ilusión, buscando algún atractivo entre todas las cosas que se mueven queriendo llamar mi atención. Tal vez, para motivarme, sí, para incentivar a mi confuso espíritu ilusión para poder seguir viviendo un poco mejor.

Sin hacer un exhaustivo balance de aquellas amadas cosas que quedaron atrás, nos aventuramos a iniciar el juego ilusionado de la suerte. Y, embriagados de entusiasmo, parecemos otras personas, más crédulas cada vez: creyendo en los presagios del destino. Pensando que esa suerte cambiaría a la Humanidad. Que habrá menos guerras; y el hambre que sufren tantos millones de seres, se va a mitigar con los aires lozanos del nuevo año. Que los distintos Gobiernos van a ver realizados sus buenos propósitos solidarios hacia los demás que agonizan, caídos en las peores desgracias. Todos queremos ser mejores, pero no podemos, mientras exista la codicia de algunos, cuyos pueblos jamás podrán ser solidarios con aquellos que nos necesitan. El hombre no consigue entender que ser humilde no le va a desmerecer en nada. La humildad es el sentimiento más noble que pueda sentir el hombre. Lo hace más grande e importante. Y, mirando al frente, debemos contribuir, de la forma que fuera, a borrar aquel maquillaje de la hipocresía de los demás. Hacer un bloque común en pro de tantos males que aquejan a la Humanidad, simplemente siendo solidarios, compadeciéndonos de tantos semejantes que sufren lo indecible, que mueren escalonadamente acompasados en esos saltos del tiempo, de un segundo a otro, sin que sepamos poner remedio a tantas tragedias. Como decía al comienzo de este dramático tema: "Estoy hecho un lío sentimental, sin saber qué hacer, cómo pensar, o si, exteriorizar así mi indefensión".

Uno llega a sentirse tan poca cosa frente a la indolencia del destino, ser un poco más cautos, rogar a Dios por que no caigamos en ese infierno terrenal. Que nos preserve siempre de tantas tribulaciones y nos de conciencia de ello.

Y para colmo de males la crisis universal, ahora los pobres serán más pobres, las partidas económicas destinadas para ayudarles serán congeladas en su mayoría, el hambre y el frió acabará con muchos de ellos y al decir muchos, pensemos en cifras millonarias. Las guerras seguirán barriendo tantos seres inocentes. Habrá más enfermedades y la corrupción se desbordará. Eso y más es lo que nos ha traído el nuevo calendario.

Quisiera ser menos pesimista, ¿pero quién me convence de que no estoy en lo cierto? Es obvio que tenemos que adaptarnos a las circunstancia, pero nunca tirar la toalla. Trabajar en lo que sea, aunque no nos guste, si no vendrán de afuera a quitarnos esa oportunidad que se nos brinda. Costumbre muy dada entre nosotros: ¡Yo no nací para eso! Y entre los que vienen de fuera quieren llevarse lo mejor, eso siempre ha sido así, los enchufados… Lo importante es pensar que hay que llevar el pan a nuestra casa, sea como sea. Nadie nos lo va a llevar. Por ejemplo, el campo está esperando brazos fuertes que lo trabaje, nuestra juventud debe colaborar con sus mayores y con ello sanear la economía del hogar y nutrir la despensa. La tierra siempre ha sido generosa. Según se agrupan para celebrar otros menesteres, reúnanse en cooperativas, negocien con los respectivos gobiernos y comprométanse a sacar adelante la agricultura y la ganadería. Es necesaria una revolución agraria y sin perder tiempo, todos íbamos a beneficiarnos. Atendamos con sumo tacto, también al Turismo, hemos de dar lo mejor de nosotros y denunciar siempre a los aprovechados y a los corruptos si queremos que nuestros esfuerzos cristalicen. Parar el tren de la locura que hasta hoy ha marchado vertiginosamente hacia nuestro común fracaso. A trabajar todo el mundo, en lo que sea, sin olvidar el campo, tantas tierras abandonadas esperando realizarlas para la construcción y la explotación de las mismas, indiscriminadamente. Todo se puede conjugar previo estudio equitativo, pero pensar en cuales son los ingredientes necesarios para cocinar un buen potaje o un puchero de los nuestros. Pensar que nuestros mayores y los niños necesitan diariamente leche como alimento indispensable. La tierra está ahí esperándonos.

TODOS A UNA POR CARIDAD

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Existe un compromiso social ineludible, respecto al Tercer Mundo; y aunque parezca, para algunos, problemas de otros, en realidad es cosa de todos, de cada uno de nosotros. De la conciencia de aquellos que en verdad podemos desprendernos de un poco de algo de lo que tenemos y que no vamos a echar tanto de menos. Siempre hemos sido generosos con los demás: es una virtud de los hijos de Canarias, siempre en ese sentido nos hemos caracterizado, máxime en cualquier situación extrema, cuando nuestros semejantes sufren algún revés en la vida, etc. Somos generosos y callados y poco proclives a pregonar las limosnas de amor que hacemos. Aunque si, deseamos saber, de que nuestra contribución “caritativa” sea repartida con justicia, dando prioridad a los que más la necesitan.

Conozco el problema de los marginados y también el de los ignorados, por estar más distanciados, en el espacio geográfico. Hablemos, concretamente, de Venezuela, de la clase social menos favorecida, ya que para ellos, y en un área determinada, trabajé durante ocho años ininterrumpidos para los leprosos del Estado Lara. Dependiendo como funcionario del Servicio de Dermatología sanitaria de la República hermana. Dicho estado, lo recorrí - palmo a palmo - tres veces consecutivas, toda su extensión, bajo la dirección del prestigioso Dr. Don Felipe Hernández Hernández, ya jubilado, hijo también de nuestro Puerto de la Cruz, y aun residiendo en Barquisimeto, ha fallecido el pasado año.

El Estado Lara, en algunos lugares su orografía es muy accidentada, con muchos desniveles montañosos y en sus declives amplias quebradas con abundante agua que arrastran de las repentinas lluvias; y sus cumbres son casi intransitables por lo escabrosas. Hasta donde llegaban los jeep oficiales íbamos mecanizados; luego en bestias o caballos tomábamos los caminos más insólitos, hasta llegar al lugar previamente señalado y allí a desarrollar los programas elaborados desde la sede central de la Unidad Sanitaria en Barquisimeto. No entro en pormenores por problemas de espacio, más que por otra razón. Si, adelanto que muy pocos puede imaginarse cómo viven hoy aquellos que fueron tan felices en su medio ambiental, en sus tierras vírgenes y fértiles, donde nada les faltaba y eran inmensamente felices. Concretamente hablo, en esta ocasión, de los más apartados de la civilización moderna y sus excelencias materiales. Les azotó el progreso de los adelantados, la ambición del que lo tiene todo y aún le parece poco. El poder del hombre sobre los más débiles. La avaricia que tanto les ciega y no escuchan el agónico grito de las despavoridas criaturas que dejan sus pertenencias y huyen para salvar sus vidas. Y luego no saben donde ir ni hallan en ningún lugar porque todo está igual en esos sitios y en la selva... Las máquinas devastan los terrenos y arrancan sus humildes hogares, la tierra que les daba lo necesario para vivir con sus familias... Lamentablemente, ya no sólo es Venezuela, ocurre en toda Centro y América del Sur. Sufren sus gentes pobres la más angustiosa situación económica y social. Así mueren tristemente, en el más absoluto abandono, sin recursos asistenciales de toda índole y por ende están a merced de la muerte. Como si morir de hambre, sed y frío, fuera el destino para el que vinieron al mundo.

Mientras, a nosotros no nos falta nunca, al menos hoy por hoy, para gastar en superfluas satisfacciones, lo que se nos venga en ganas. Yo sé lo que es ver sacar hasta dos cadáveres en una mañana de una misma choza, y más allá otros dos, uno, tres...También sé la satisfacción que se siente, cuando has luchado denodadamente por salvar otras vidas de las mismas familias y los ves, al cabo de algún tiempo, jugando en el carrizal o andando ladera abajo, y te los tropiezas en el sendero y te premian, inocentemente, con esa cálida sonrisa de la gratitud y del cariño. La vida tiene sus gratas compensaciones, no todo, necesariamente, va a ser negativo, sólo que hay que comprometerse seriamente con ese proyecto humano. Esa causa justificada. Sin llegar a convivir con la miseria en si, se puede materializar el deseo de ayudar a los que nos necesitan, desde nuestra cómoda posición. Dios lo agradece igual, contribuyendo de alguna manera; y atendiendo la llamada de aquellos que proyectan la marcha generosa hacia el lugar afectado de nuestra contribución humana, social y cristiana.

LA PÁLIDA LUZ DE ESA NUEVA AURORA

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Toda la luz, cual sinfonía celestial que llegara, fue como si se volcara sobre el blanco papel donde escribo y ella quisiera, de súbito, borrar con su transparencia virtual los borrones que hubieran, esas dudas y contradicciones que a veces nos acosan o acompañan en el concierto mundano de nuestra existencia. Toda la luz llegó como un vendaval inesperado y en ese claro de luz, mi mente fue liberada y brotaron nuevos pensamientos como en un sueño; y los caminos florecieron todos; y las quebradas y los atajos más dispersos. Todo fue transformándose con la solemnidad del momento en otra dimensión distinta, en lugares nunca vistos, aunque muchas veces soñados, caprichosamente soñados. Y por la empalizada me pareció verte, silente, cruzando el callado pavimento tantas veces andado juntos. Se desataron las firmes ligaduras de nuestra propia incomprensión y aparecieron los desperfectos ya viciados por el tiempo transcurrido, apenas reconocibles, pero eran nuestros defectos y nuestra intolerancia, la vaguedad de nuestra escasa experiencia y las indecisiones de nuestros sanos impulsos a pesar de todo.

¡OH Dios!, necesito un amplio lienzo, que sea el mayor... Ya que este trozo de papel es muy escaso para volcar en él todo el caudal de voces y pensamientos que han renacido en mi mente. De súbito ha sido, al pensar en ti. Un lienzo para buscar en ese mar de luces aquellos resquicios de sombras volatizables de mi pasión. La otra cadencia del singular concierto, donde se esconden los recuerdos más turbios, los inconfesables recuerdos, el llanto callado y las lágrimas que aún titilan como perlas encendidas en nuestro corazón.
La brisa cuando acaricia, más parece que nos devolviera esa paz tan necesaria... Y entre tanto, escapamos del cruel laberinto de nuestras confusiones.
Donde hay o hubo amor, siempre hay perdón; hasta en los sueños Dios perdona, aún cuando desafiemos las leyes divinas y luchemos por conseguir “oníricamente” lo que el destino nos quitó.
Con tanta luz y un lienzo apropiado, de pinceles armado y un montón de pinturas, con mi mente alocada y el corazón tan henchido de amor, ¡ay, Dios mío!, cuántas pinceladas, qué torbellino de luces y colores juntos, de sombras y abismos... ¡Ay!, si pudiera plasmar en ese imaginario lienzo mi pasión y el amor que siento por todo cuanto me rodea hoy y lo inalcanzable. La pálida luz de esa nueva aurora es ahora como un mágico amanecer que surgiera en mi alma, es la luz delatora de mi inmensa felicidad...

19/1/09

ATRACTIVO PANORAMA ECOLÓGICO PORTUENSE



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Reprimiendo, un tanto, mi natural entusiasmo por lo nuestro, doy riendas sueltas a ese sentimiento que me embarga. Debo decir, en honor a la verdad, que el Puerto de la Cruz, se me antoja, el casco, considerando todo su perímetro e incluso, sin menos cabo alguno, su periferia urbana, un municipio privilegiado en cuanto a sus bellezas, desde un extremo a otro. Verde; y más verde por doquiera. Donde se ven multitud de palmeras de distintas especies. Arboles abundantes. Flores que no ocultan sus encantos. Jardines bellamente engalanados. ¡Que sí, no me canso de decirlo! El municipio del Puerto de la Cruz, es un lugar que agrada, que enamora y conforta, a la vez, la sensibilidad del alma.

No le estoy "dorando la píldora" a ningún gobierno municipal, creo que no debo hacerlo, pensando en la susceptibilidad de la activa oposición. Además, ese no es mi estilo. No es cosa de políticos, es más bien, designios de la madre Naturaleza. Está la flora portuense que apetece recrearse en ella. Sólo hay que transitar, con buenos ojos, los distintos lugares, urbanizaciones residenciales, barrios centrales y periféricos, complejos turísticos, etc., para apreciar los encantos del Puerto de la Cruz. Entrado ya en el mes de enero, está verde y florido. Yo nunca había visto tantas buganvillas trepadas a diestra y siniestra y tan diversa variedad de colores de sus flores. Los flaboyanes y las acacias... Pensamientos, azucenas, claveles y clavelones, lirios de agua, camelias, jacintos, geranios, dalias, lirios, rosas, gladiolos, tulipanes, margaritas,... En buen rato no acabaría de enumerar la variedad de las mismas. Para qué seguir insistiendo, seguramente, más de uno de ustedes, se habrá percatado de ello. Y, díganme, por favor, ¿es malo que resalte las bondades ecológicas de mi municipio, y le dé gracias a la Naturaleza por regalarnos tanta belleza? Acaso, ¿hago mal en persuadir y animar a nuestra Corporación y sus responsables, por contribuir, de alguna manera, se supone, a que ese privilegio se mantenga? ¿Dotando, generosamente, de los elementos necesarios, a quienes cuidan nuestras plazas y jardines públicos? Tampoco, creo yo, debo obviar y no agradecer, en nombre de los amantes de lo bello y lo nuestro, a otros tantos gobiernos que se hayan preocupado por estos temas; y por qué no, también para los futuros gobernantes, - si hubiera cambios, claro está- ya que la imagen de una ciudad, pueblo o villa, de un barrio, y por ende, un municipio, por pequeño y pobre que éste fuera, su ornamentación y su estética celosamente cuidada, con los perfiles urbanos que cautiven, como es el asunto que nos ocupa, respecto de lo bello y hermoso que está todo a mi alrededor, lo evidencia. Les invito a pasear en coche o a pié, mejor en coche; y métanse por donde no hayan estado desde tiempos atrás, les gustará ver cómo han crecido aquellos arbolitos que con tanto amor plantamos. Y las urbanizaciones, cómo mantienen sus jardines. Es verdad, no recuerdo ver tan bonito y verde, este trozo de nuestro Valle de La Orotava, que atrae tanto por sus atributos naturales, sus gentes, su mar, su Sol y su cielo... ¡Y por tantas excelencias más!...

Hace unos días, con un par de amigos de allende los mares, tuve ocasión de mostrarles cada rincón amado de este municipio, les llevé también por lugares donde hacía mucho tiempo no había vuelto, y oyéndoles alabando tanta hermosura, sentí más apego por todo esto. Acostumbrado a verlo diariamente, no había caído en la cuenta de que hay pocos lugares como este nuestro. Sentí pena, no haberlo descubierto antes con tanta clarividencia y placer.


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PUERTO DE LA CRUZ GOZA DE BUENA SALUD

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Es evidente, que existen personas frustradas que se empecinan en luchar contra la verdad de algunas realidades. Contra aquello que es palmario, que se ve y hasta se puede "acariciar" y depara gratas sensaciones a los sentidos. Tal fustigación degenera en sagaz impertinencia. Más en aquellos que disfrutan al tratar de minimizar los valores históricos de ciertas comunidades; y dentro de ellas, pueblos con cierto abolengo, con historia propia tremendamente cierta y ejemplar, como es el caso de Puerto de la Cruz, en Tenerife. Todavía hay gentes sin escrúpulos, que se deleitan en hacer, públicamente apología negativa sobre decadencia cívica y socio económico de nuestro entorno. Les divierte difundir, en los medios de comunicación, toda sarta de mentiras, para así, alimentar sus propias deficiencias o complejos... Hay algunos resentidos que disfrutan creyendo que van a conseguir, con sus inaceptables conductas, desestabilizar la convivencia ciudadana inspirada en los méritos adquiridos a través de los años, gracias al esfuerzo y el altruista pensamiento de hombres excepcionalmente capaces, que han dado lo mejor a nuestro pueblo; que dio el salto impresionante que bien se puede contactar, al ser considerado "Ciudad Turística" por excelencia, con todos sus méritos y atractivos... Llegamos a esa envidiable meta, lograda desde entonces, con el esfuerzo de todos. Con nuestra forma de ser, extraordinariamente cívica. Ello no descarta que se cuelen algunos garbanzos negros en el conjunto de los verdaderos hijos del Puerto de la Cruz.

A nuestra idiosincrasia se unió la iniciativa, no menos meritoria, de un buen número de personajes foráneos que han sabido aportar siempre su granito de arena.

Ya veis, nuestra Ciudad, en su expansión demográfica, social y turística, llegó a ser cosmopolita. Cada vez más llegan a residenciarse extranjeros, tantos que ya son muchos... No es cosa de magia... Puerto de la Cruz, tiene bastante que ofrecer a quienes nos visitan. Nunca hubo un lugar más acogedor y seguro, ni clima más excelente. Sus gentes, sus hijos y los que han sabido integrarse en nuestra sociedad, los que han sido respetuosos con nuestros visitantes, a ellos queremos engrandecerles por sus posturas, sus culturas diferentes, sus pensamientos y todo lo bueno y dinámico que puedan dejarnos. Con todo, hemos sabido, despreciar la basura que se nos pueda filtrar. Hemos aprendido a ser cautos y ello nos ha valido para mantener nuestras propias convicciones y todo el bagaje que se necesita para poder preservar nuestra propia identidad.

No hay crisis en el Puerto de la Cruz, nunca la hubo, sólo que caminamos al compás de los tiempos, y si hay problemas en el resto del mundo, nosotros no íbamos a ser los únicos que no lo sufriéramos.

Turísticamente hablando, ¿qué más quieren? Creo que se ha hecho bastante, venciendo las adversas corrientes socio políticas que nos aseguraban augurios funestos.

Hoy podemos presumir de cuanto tenemos, podemos brindarlo sin reparo alguno; de hecho, hasta el presente no han dejado de elegirnos, no sólo a nuestras gentes, para goce de aquellos que nos visitan, también cada rincón de nuestra ciudad cada vez más bella y cuidada por nuestros respectivos representantes políticos, no sólo los locales.
No es cosa de magia, Puerto de la Cruz siempre tendió sus generosos brazos a cuantos han querido aprovechar la envidiable ocasión de trabajar, aparte de en su propio beneficio, por su engrandecimiento demográfico, cívico y cultural, dando de sí sus meritorios esfuerzos...


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LA ANTIGUA CASA DE LA REAL ADUANA (Puerto de la Cruz)



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¿Cómo se puede expresar con pocas palabras, lo que se siente en momentos como los que, a veces vivimos; y cómo ocultar nuestra contrariedad y el desencanto que sufrimos, cuando la causa es sentimental?

Fui a ver la "vieja" casa de la Real Aduana, en el Puerto de la Cruz, recientemente restaurada, por eso de ir algún sitio determinado. La que fuera, para mí, morada familiar, lugar que visitaba cuando me reunía con mis tíos, primas y primo, luego que la habitaran mis abuelos maternos; y donde, mi madre, desde el balcón dispuesto hacia la calle La Lonja, sobre la entrada principal, enamoraba con mi padre. Él en la calle y ella asomada arriba. Inmueble donde mi tío Luis Herreros Peña, tenía instalada su propia Imprenta. Recuerdo ver trabajar en ella, a Nilo y el hermano Raquel Palenzuela, hasta que emigraron a Venezuela. También a Gilberto Acosta, que luego emigró a Cuba. Donde la sonrisa de tía Juana dulcificaba el ambiente y transmitía tanta ternura que desbordaba en sus gestos, haciéndola grata conversadora y amable contertulia. Ella despertó en mí, la idea de viajar, aún siendo un muchacho. Estuvieron con su familia, en Cuba, Argentina y en Venezuela, donde murieron, los tíos y mi primo Luis.

Al trasponer el amplio portón de la histórica mansión, me sorprendieron los cambios hechos. Jamás será como antes, el cambio es asombroso, para aquellos que la vivimos tan intensamente. Como si hubiera transcurrido más tiempo y no fuera ayer. Dentro de dicho inmueble me sentí incómodo, desconsolado por lo que representó para mí, pese a la belleza de sus dependencias, exposiciones sacras, comerciales y lúdicas. Sentía el hielo irresistible de un espacio ficticio, donde habían sido sepultados tantas vivencias y recuerdos imperecederos. Los distintos departamentos o habitaciones, adolecían del calor humano que estabamos acostumbrados dar sin usura. Caras serias con perfiles maquillados transmitiendo autoridad, fue lo que hallé a primera vista. Un frío extraño corrió por mi cuerpo; y me dije: ¿Qué hago yo aquí en estos momentos? No sé si volveré...

Una vez en la calle, traté de sobreponerme, miré a mí alrededor buscando con quien hablar, me sentía mal; y hallé, sólo un amigo, Manuel Rojas, con quien pude desahogar parte importante de mi desazón. ¡Cómo va cambiando todo tan aprisa, y cómo, cada vez, nos sentimos más impotentes, sin fuerzas ni ayuda, extraños en nuestro suelo y sorprendidos por las múltiples transformaciones sufridas... Miré hacia atrás para ver nuevamente la antigua "Casa de la Real Aduana"... y me percaté, de que, en realidad estaba allí, desafiadora, siempre mirando al mar... dándole a su entorno marinero un aire indiscutible de señorío y grandeza, aunque la transformen en su interior.


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NUESTRO VALLE, PARAISO PERDIDO ENTRE BRUMAS

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Entre brumas se yergue su cima verde, se evade buscando expandirse hacia el cielo; y sus costas, batidas por el ondulante oleaje, resisten sus ímpetus salvajes. Abajo se oye el murmullo de las olas, como un eco viril cuando muere la tarde. En su afligido delirio sentimos renacer tantos recuerdos imperecederos... ¡Al Valle se lo han cargado, eso es evidente! Sus campos han sufrido, en las últimas décadas, un duro golpe de consecuencias irreversibles. Ya de poco sirve hacer tristes comentarios al respecto. ¡Oh Dios!, ni se inmutan al verle morir, sangrando las huellas de las crueles embestidas del acoso de las pesadas máquinas del mal llamado "progreso". Donde se dieron cita todos los encantos naturales de la Creación, con su singular fauna y su flora autóctona, exquisitas por sus múltiples y variadas especies, que versados y curiosos personajes nacionales y foráneos, estudiaron con fiel dedicación, sus extraordinarias cualidades naturales para enriquecer sus experiencias científicas. Se le conocía, entonces, como: "Paraíso perdido entre brumas", exaltando nuestra exuberante vegetación, desde la risueña orilla atlántica hasta el hidalgo Teide y su entorno paisagistico, único por excelencia, bajo el cielo azul que nos custodia; y mirando al mar que nos baña. Surge desde la orilla oceánica hasta la verde ladera, que se cubre, en momentos determinados, de espesas nubes, (panza de burra) masa densa y más opaca cuando oscurece el día en sus bellos atardeceres.

Desde su perspectiva paisajística, y pese al lamentable deterioro sufrido, aún podemos deleitarnos de rincones y panorámicas que nos facilitan la espectacular visión de aquellos quiméricos momentos de exaltación poética a través de esos vestigios encantadores, tan significativos, que dicen de sus bellezas lo que mis palabras no alcanzan a reflejar.

Recuerdo, siendo muchacho, cuando el campo olía a campo y nuestras playas al musgo fresco sobre la arena, de las algas fenecidas allí varadas. Los verdes peñascos de los bajíos resplandecían bajo el sol acariciador; aire salobre y yodado, todo olía a mar limpio.

¿Acaso, no echamos de menos aquellos caminos vecinales y atajos, cruzando plataneras, valle abajo, para llegar a Martiánez por la Paz y descender por el majestuoso acantilado, no sin antes beber el agua cristalina y fresca en la fuente?.. ¡Cómo estaban de flores en todos los bordes de las viejas carreteras de Tenerife ¡Y cómo, de exuberante colorido las del Valle de La Orotava! ¿Porqué no es hoy todo así de igual? ¿Acaso el hombre se ha convertido en un ser insensible, apático y desordenado? ¡Qué lejos está aquella excepcional época, vital e irrepetible! Por más que nos tilden de románticos, aún quedamos nosotros para recordar aquella dimensión poética y sentimental de sus encantos naturales que nutrieron tantos sueños de amor y alimentaron la ilusión de nuestros antepasados. Entonces todo era tan distinto, y hasta las gentes fueron más sensibles. Compartían con la Naturaleza la bonanza de sus irresistibles encantos.

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POR LOS SENDEROS OCULTOS DEL MONTE

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La tenue luz que destilaba desde el follaje de la verde vegetación, reflejo amable del cálido Sol, despertó en mí, el deseo de vagar bajo sus influjos, por la mágica alfombra de la húmeda pinocha. Sorteando los gruesos troncos de los gigantescos pinos alineados en perfecta formación. Subiendo pendientes lomadas, iba descubriendo, a medida que avanzaba, que el camino se cerraba y apenas se filtraba la luz del cielo. A la sazón, mirando hacia atrás, advertí la presencia de la espesa niebla que pronto me envolvería, e insistí en seguir adelante en mi empeño, a pesar del tétrico silencio y el frío pertinaz, que aumentaba por momentos; cuando había traspuesto ya el umbral del miedo y comenzó mi angustia y mi desolación, al darme cuenta que estaba solo, en un lugar tan familiar, pero, en realidad, desconocido; y al no saber cuál dirección tomar para llegar al lugar de partida. Mis sienes golpeaban al compás de los sensibles latidos del corazón y traté en vano calmar la angustia de mi desolación. Reflexioné entonces, acerca de mi situación actual, perdido en ese laberinto y solo... ¡Con la preocupación inminente de sentirme tan solo! Hasta juré, si esta vez conseguía llegar al sendero deseado, no apartarme de los demás ni buscar en la soledad y su dramático silencio, verdad alguna. Sin palabras no hay comunicación posible, lo pude comprobar en mi ausencia casual, donde a veces, ni escuchaba mi propia respiración, secos los labios y el corazón oprimido, vagando entre sombras, buscando sin saber qué, en esa maraña difusa de la confusión y el evidente temor...

De vuelta al redil de la autenticidad, todo vuelve a la realidad de forma espontánea. Apenas logro asomarme al camino florido de la nueva percepción, intuyo que van quedando atrás los escarpados y sinuosos atajos de las húmedas lomadas; y se esfuman las sombras del bosque. La verde llanura aparece sensiblemente perfumada por los distintos aromas de otras alfombras adornadas que se pierden en la distancia y brindan al cielo sus frescos efluvios y sus poéticos encantos naturales...

En aquel hermoso y verde monte que devoraba tantas ansias mías, su venerable silencio lo decía todo. Donde deambulé largo tiempo por sus ocultos senderos, y quise hallar en ellos resquicios perdidos de un lejano pasado... Sus cúpulas estaban abiertas al Sol, cerrándose al dolor ajeno, son un claro espejo de nuestra callada soledad.

Quise oír llorar al monte, verle en su aislamiento ahogarse en su espesura habitual, mas, llegué a sentirme atrapado por mi propia insistencia. Ni quejas ni voces, apenas sí, el eco apagado de la cálida brisa que pasa, como una voz que se alejara en el lánguido espacio de la distancia.

Con un súbito salto desperté, fue un sobresalto agónico... No sabía que soñaba. Y, a pesar de mi aturdimiento, tuve fuerzas para sonreír, aunque temiera hallarme solo. Y rompiendo la barrera del silencio, inquirí nerviosamente, en el mutismo de la habitación, exclamaciones propias de alegría e inconsolable dolor...

NOSTÁLGICO CERCO SENTIMENTAL

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Desde la explanada del muelle pesquero, intuyo, en el plano más distante de mi exaltada imaginación, al majestuoso Teide, entre brumas sobresalir con indescriptible elegancia, bajo el cielo azul, interceptado, como se ve desde el Valle, sólo por la cordillera que es nuestra ladera y que desciende hasta llegar a La Orotava, la siempre amada Villa, jardín de mis amores y lugar sugerente por mil razones. Más abajo, trasladado por los recuerdos, el Puerto de la Cruz, motivo esplendoroso de la Creación que cautiva al visitante y a nosotros nos llena de un sentimiento especial, con sabor a puertito de mar. Su aire yodado y salitroso, con olor al mujo de la costa que a sus brisas contagiaba; y el perfume de las flores, de tantos jardines que proliferaban por doquiera y la influencia de aquellas plazas públicas bien cuidadas, daban una nota placentera al ambiente. Era el Puerto de la Cruz un vergel que convocaba con la paz de su bonanza a la meditación lírica de poetas y pintores, de músicos y escritores, lugar de encuentro y descanso de grandes figuras universales de las Letras y las Artes.

Ahora mismo, mientras evoco, desde este rincón amado, aquella época sentimental de mi juventud, veo las “históricas” casonas, muchas desaparecidas, pero que conservamos en la memoria... La que fuera Real Casa de Aduanas y su calle La Lonja que se pierde hasta llegar a la de Santo Domingo; Casa de Los Machados, con su hermosa entrada, convertida en residencia de marinos y familias pobres; frente al muelle recordada con nostalgia, Casa de la Sindical, separada por la calle San Juan, de la hermosa casona de Yeoward. Luego toda la calle San Juan. ¡Parece que en realidad las estuviera viendo! Y las demás casonas alrededor de la Plaza del Charco y la de las calles adyacentes, en casi todo el centro del pueblo. A mi derecha, estaba ubicada la enorme casa de la Viuda de Yánez. Le seguía la de El Fielato de don Juan Ríos, a continuación, donde estuvo la Parada de las guaguas; otra al lado y La Pescadería; la de Perdomo y a continuación comenzaba la tradicional calle Mequinéz, escenario de importantes episodios portuenses.

En los alrededores del muelle, junto a los anchos zaguanes, se veían algunas lanchas y lanchones, varados para protegerse de las inclemencias del oleaje o para ser reparadas periódicamente. El burro de Sarguito y la mula del Fielato, fueron animales muy populares en la vida laboral de nuestro Puerto, no podía olvidarles, pues estaban siempre por allí, trabajando como lo que eran. Todas las calles del Puerto de la Cruz, estaban rigurosamente adoquinadas. Era muy atractivo, con sus casas enjalbegadas de blanco, puertas y ventanas pintadas de verde y tejados rojos. Había los clásicos callejones, callejuelas pendientes y más angostas, donde en los fríos invierno crecía la hierba entre las piedras y por donde corría el agua de las abundantes lluvias hasta llegar al mar o eran absorbidas por las escasas alcantarillas.

En el Muelle había gran tráfico, asistido por los buques de Yeoward y otras compañías navieras. Las carretas de tracción animal, cargadas de guacales de plátanos, llegaban de todas partes; y entraban distintas mercancías. Exportábamos cuanto hubiera o diera nuestra tierra, con destino seguro y, en definitiva, de esa zona privilegiada del Puerto de la Cruz, se han escrito las páginas más bellas de nuestra historia, momentos buenos y otros no tan buenos, pero jamás dejará de ser el rincón más acogedor de nuestros pueblo, marinero por excelencia, convertido hoy en primorosa ciudad turística, próspera y acogedora, ciudad de promisión para muchos hombres emprendedores con dinero, que vienen y multiplican sus beneficios; y algunos, como ha ocurrido, se han quedado aquí para siempre y han hecho por estos pueblos del Valle de La Orotava, hermosas contribuciones sociales y son personajes de excepción en los anales histórico locales. Todo hay que valorarlo en su justa medida. En realidad, la convivencia en Tenerife, ha sido ejemplar respecto a las gentes que vienen de fuera, aunque siempre hay “indeseables” visitantes, a quienes hay que hacerles la vida imposible y acabamos echándoles de aquí.

Desde aquella romántica época, hasta nuestros días, todo ha cambiado mucho, se ha atentado brutalmente contra nuestro patrimonio histórico, no precisamente por gentes de fuera, han sido algunos desaprensivos políticos nuestros y sus cómplices, quienes acabaron con lo más bello que teníamos, aquello que nos mantenía conscientes y orgullosos de poseer los rincones más atractivos de nuestra geografía. Aquello fue una locura, una inmoralidad imperdonable que nos causa mucha tristeza, un mal irreparable.

El Teide, ahora está radiante y el cielo sin nubes, azulito... Ya pasó la tormenta sentimental de mis cavilaciones. Los verdes laureles de la Plaza del Charco, acogían distintas especies de aves, entre las cuales, hoy abundan las mansas tórtolas y palomas libres, los ancianos juegan con ellas, les llevan comida y las acarician tiernamente... Hay pájaros, pero nunca será como antes, o seré yo, que también he cambiado con el paso del tiempo. La Plaza está, o al menos me parece, más triste; no están aquellos miles de pájaros, cuando a las seis de la tarde regresaban a sus nidos y a pernoctar en ellos, ensordecían con sus alegres trinos. Ni están tantos amigos y aquellas gentes conocidas... Sólo veo a los niños jugar en el parque, meciéndose en los columpios. Antes era distinto, tampoco teníamos parques ni columpios ni toboganes... Pero éramos felices, buscábamos esa felicidad en cualquiera cosa que inspirara a nuestra imaginación... Con cualquier trasto inventábamos un juguete. Recuerdo hacer las duras pelotas de hojas de badanas; y con latas vacías de sardinas y ruedas de goma, hacíamos los coches… Éramos más improvisadores, con mucha más imaginación. Hoy los muchachos tienen de todo, es más fácil, pero flaco favor les hemos hecho, han perdido mucho tiempo y han aprendido poco de la vida, si tuvieran que enfrentarse a ella en difíciles ocasiones. No hemos querido que pasaran por los desconsuelos que se sufrieron en épocas pretéritas.


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LA PAZ DEL MONTE Y LOS BARRANCOS

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Pocos lectores se habrán preocupado en pensar cómo discurre la vida íntima del poeta, escritor, narrador, pintor, músico, etc. Posiblemente, muy pocos adivinan el calvario de algunos si ven entorpecida su inspiración por agentes extraños que les asaltan e interrumpen, muchas veces alevosamente. El hombre creador, bien de fantasías o de evidencias reales configuradas por él, a veces, no halla el clímax necesario para culminar o desarrollar su inteligencia. Es fácil entenderlo, aunque pueda parecer escabroso explicar la situación.

El verdadero compositor necesita, mejor, estar solo para poder trabajar y dar de sí el caudal que atesora, mientras lo libera. Es cuando la inspiración aflora cual si emanaran aromas poéticos con sutileza singular dada su influencia lírica. Imaginémonos que en esos momentos especiales, algo trepidante, inoportuno, se mueva a nuestro alrededor y nos despierte de ese ensueño para involucrarnos en el vulgar laberinto de la realidad cotidiana. ¡Sería desolador!..

Tantas veces pienso: ¿Cómo es posible que, en tales circunstancias, aún existan seres capaces de llegar a la meta de sus firmes propósitos? No cabe duda alguna, que, para llegar a ser alguien bien reconocido en el mundo de la inspiración, el del creador, poético, etc., estando obligado, también, a atender otras obligaciones, como es, la familia o el ambiente soterrado en el anonimato en que se vive, es realmente meritorio. Muchas veces se sufre, pues hay que correr en busca del extremo de la débil hebra que la madeja ha soltado, para poder alcanzarla y seguir el hilo de la trama descuidada. Gentes que gritan, otros que pelean, niños que lloran, perros que ladran, cotorras que no callan ni un instante todo el día... El claxon de los coches y los anuncios parlantes de verduras, pescado o helados. Hay que ser de oídos impermeables a los ruidos para poder concentrarse y nadar en las aguas quietas de la inspiración o del relato que se quiera tratar. No todos los narradores disponen de un ambiente adecuado a sus necesidades. Para escribir, algunos nos refugiamos en el monte, en la callada hondonada de algún lugar donde sólo se oyen, desde el solitario barranco, el eco sigiloso del sutil paso de las brisas susurrando arriba, sobre el verde valle, mientras recorren la campiña... Abajo se está mejor, aunque la soledad nos sobrecoja sobremanera de cuando en cuando. Sentimos pasar la brisa, también, cuando pasa presurosa rozando los bordes del abismo. Sintiendo latir nuestro corazón cuando escribimos sin interrupción alguna. El aire transmite su melodioso aleteo con singular denuedo y uno llega a embriagarse con los propios sentimientos y cual báquicos respingos soltamos las palabras henchidas de ese algo tan sublime que llamamos amor. En la hondonada del profundo barranco se oyen voces que acarician, junto al retumbo del aire que se desliza por el accidentado declive de sus húmedas paredes; y el quejumbroso graznido del ave agorera que se aleja asustada de la ladera. El alma y la mente, también, parece que vuelan queriendo liberarse cuando escribimos...


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