17/12/09

LAS PALABRAS SON VIAJERAS EN CAMPO ABIERTO...

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Qué grata es la cadencia de las palabras cuando emanan del corazón, son melodiosas y acarician como las suaves brisas mañaneras, cuando despierta el alba matinal y nos invade de ternura su grata presencia; y nos devuelve, tantas veces, esas ganas de seguir viviendo. Qué grata es, cuando remontan los copetes de nuestros impresionantes pinares, los más esbeltos y altos de su especie: el pino canario. Brisas que acarician y en el campo amanecen como una aparición virtual y con tacto de virgen terrenal nos colma de esa magia sentimental que abraza y transmite ternura, bonanza y el éxtasis del gran amor... Y las palabras despiertan deshilvanándose como frágiles costuras de un hermoso manto celestial...
Qué gratas son y qué paz nos transmiten, si nos las pronuncian en el silencio de la noche, cuando todo parece estar dormido, cada historia en su respectivo baúl, cautivas, presas de sus mismas ambiciones y mentiras y no gozan de su libertad: campo abierto...
¡Qué grato es probar las mieles del verdadero amor!
Todo mi tiempo, en vida hoy, quisiera poder dedicárselo, emulando aquellas brisas de mis habituales tormentas. Su aliento, teniéndole más cerca y escuchar sus quejas y jadeos incontrolables que se le escapan y van a morir en el infinito de las noches...
Sólo en el silencio nocturnal, uno puede percibir el encantamiento de las calladas luces del amor, sólo en soledad se oyen las seductoras y lánguidas palabras que callamos tanto tiempo, palabras prohibidas cuyos nexos no se adivinan y suelen olvidarse o volatizarse como otros tantos sentimientos.
Yo me enamoré de una flor, un día distinto. Flor cuyos frutos han superado todas mis ambiciones; y la flor, cada vez, cada día que pasa, a mí me parece más lozana. Mi viejo corazón, viéndola así, tan radiante, cada vez, más me enamora.
Juntos hemos crecido y a la vez, casi sin darnos cuenta, también hemos envejecido. Pero no lo entendemos, aunque lo compartamos. Ya nos hemos acostumbrado a dar más de lo que recibimos, ya parece que es una obligación compartir el tiempo y todo lo demás, agendas, calendarios... Consumir el tiempo juntos, hasta que nos llegue la hora de separarnos y uno de los dos quedarse solo. Ese es el triste dilema de los enamorados, la evidencia más clara de nuestro destino. Por eso le temo tanto al polémico futuro, tanto que no quiero oír hablar del tema, de esa lamentable etapa de la vida. Futurarse, si es válida mi expresión, es perderse sin rumbo cierto para siempre, morir... Es como acabar sin darnos cuenta; y jamás entender qué pasó. ¿Porqué? ¿Porqué?..
Sin embargo, la poesía es como el ángel piadoso que alimenta al amor. Es como un mágico bálsamo que invita a soñar, que alimenta nuestras fuerzas y con ello sublima a la ilusión de eternizarnos. Rescatar para siempre la esencia de nuestro verdadero amor. Aclara los caminos más inhóspitos, lima las crueles asperezas del mal e idealiza los soñados horizontes de nuestros sueños.
¡Juventud, es el más bello tesoro! Mas, aún puedo soñar como ayer, me ayuda la poesía, que como ave acosada busca en mí los causes sedientos de mi amor por todo aquello que me rodea, para que no les falte el riego apasionado de mi poética inspiración...

Celestino González Herreros

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