4/1/11

EL ENIGMA DE LAS PALABRAS

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Sin saber qué, voy a escribir como si estuviera cautivo en un profundo abismo; e inconsciente espero frente al blanco papel... Mi mente dando vueltas busca un motivo que me obligue a reflexionar, en tal o cual sentido. Se va poblando mi intelecto con quiméricas visiones antes que brote la palabra; y no cejo en mi empeño, entre fórmulas distintas: recuerdos lejanos, vivencias entre amigos, placeres, tragedias, trabajo, alegrías y, un sin fin de conjeturas también, que no acabo de descartar o decidirme por algo determinado. Debe ser que no se asoma aún la oportuna expresión de la palabra. De todas formas, no me satisface esperar tanto, menos cuando en deseos ardo, cuando siento esta imperiosa necesidad de aliviar mi tensión emocional. Quisiera poder contagiar mucha alegría, mas, siempre no lo consigo. Cuando quiero no ser repetitivo, peco igual, pero así es la vida; y así siente uno, a veces... Igual no sé qué hay dentro de mí.

¿Será normal, que no sepamos, si en verdad estamos tristes o contentos? ¿Si abundamos o carecemos de verdaderas motivaciones?.. ¿Y menos normal, sufrir el hecho de sentir la sensación de sufrir sin estar sufriendo?

Algo debe preocuparnos, entonces, de esta vida, que no todos hemos sabido entender o descifrar sus extraños enigmas... ¿Será que no queremos entenderlo y tememos saber la realidad del laberinto psíquico que nos confunde? Máxime, cuando creemos tener todo lo elemental. A lo mejor no somos nosotros los únicos, y otros tantos echen de menos algo así y no sepan ni lo sabrán jamás, de qué se trata, cuál es la causa para completar la felicidad. Quienes estén en bien consigo mismo y los que le rodean, también con Dios; ¿qué puede faltarles, cuál puede ser el motivo de tanta insatisfacción? Por más que busquemos, moriremos insatisfechos, “así es la vida”, todo lo bueno nos parecerá poco, y de lo malo, decimos estar hartos. ¿Cuál huequito quedó en nuestro corazón, tan desierto, que nadie sabe, ni uno mismo, qué está latente ahí? Un viejo sentimiento, quizás, que no nos deja en paz... ¿Una obsesión? ¿Algún resquicio de algo que pudo haber sido y no fue?..

Algunas veces siento esta misma necesidad de escribir algo que no sé qué es y sin embargo me condiciona y me entristece sobremanera, anulando así toda inspiración; quedándose eso en su oculto mundo de insospechada soledad... ¿Quién sabe desde cuándo ni hasta cuándo? ¿O será fantasías o efectos de mi demencia lírica, que quiere hallar expresas inspiraciones?

Lo único, creo, es buscar en nuestras palabras un sentido armónico, entre la realidad y los sueños... Dejarnos verlas partir con las corrientes del sentimiento y navegar, hasta donde nos lleven las pertinaces dudas; perderse en la verde espesura del intuido celaje. Algo así, como huir sin dejarnos huellas, sin dejar de seguir buscando ese algo especial, sin apartarnos mucho de la realidad; y escribir lo que vamos viendo en la senda nueva que vamos transitando, decir lo que se siente sin desvirtuar el encanto que hubiera en ese inmenso lago gris de lo desconocido... Dejarnos llevar por esa mágica corriente, como un episodio onírico; y no despertar confusamente, dejar que salgan las palabras del sueño con idílica resonancia y brindarles un trato especial, considerándolas dentro de nuestra ética sentimental. Como cuando recibimos de la fuente espiritual del sagrado manantial la fuerza inspiradora que tantas veces aplaca la sed de nuestra incomprensión hacia uno mismo y todo lo demás.

Debe ser muy hermosa la verdad, al ser más perceptible. Si fuéramos menos calculadores y oyéramos más a menudo lo que dicen nuestros naturales sentimientos, esos que lloran y cantan, los que enamoran y matan, los que se arrastran y mendigan, los que mueren de sufrimiento, los que no sucumben ante nada y se revelan ante todo. Entonces no habría dudas, no fuera un misterio lo de las continuas percepciones que al ser humano acosan.

Hay duendes soterrados, o deambulando en la lejanía; cual constantes vigías. Como errantes penitentes en permanente desvelo, buscando acomodarse, sin interferir la realidad que no alcanzan definitivamente, sólo se pasean frente a ella, como una aparición intuitiva de algo que ocurrió por azar y dejó el encanto de los recuerdos, como un dogma de algo que no llega a materializarse. No es dañino, es según le percibamos por intuición y si nos confunde no nos obliga. Es algo que pertenece al pasado, no al presente, por eso lo vemos con afecto, gratitud y, a veces, con mucha lástima...

Nada debe extrañarnos si percibimos alguna vez la influencia de esas percepciones casuales, no estamos en poder de toda la razón ni nuestros conocimientos alcanzan hasta hoy los límites suyos. Nosotros, los mortales, jamás acabaremos de aprender todo aquello que sería suficiente para alcanzar la verdadera felicidad. Sólo nos queda la conciencia, ese indispensable santuario que sí nos propiciará la esperanza de no equivocarnos si seguimos los normales causes que ella brinde. Eso cada cual es, sobradamente, responsable de sus actos y de elegir su ruta…


Celestino González Herreros
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