2/2/09

TODOS A UNA POR CARIDAD

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Existe un compromiso social ineludible, respecto al Tercer Mundo; y aunque parezca, para algunos, problemas de otros, en realidad es cosa de todos, de cada uno de nosotros. De la conciencia de aquellos que en verdad podemos desprendernos de un poco de algo de lo que tenemos y que no vamos a echar tanto de menos. Siempre hemos sido generosos con los demás: es una virtud de los hijos de Canarias, siempre en ese sentido nos hemos caracterizado, máxime en cualquier situación extrema, cuando nuestros semejantes sufren algún revés en la vida, etc. Somos generosos y callados y poco proclives a pregonar las limosnas de amor que hacemos. Aunque si, deseamos saber, de que nuestra contribución “caritativa” sea repartida con justicia, dando prioridad a los que más la necesitan.

Conozco el problema de los marginados y también el de los ignorados, por estar más distanciados, en el espacio geográfico. Hablemos, concretamente, de Venezuela, de la clase social menos favorecida, ya que para ellos, y en un área determinada, trabajé durante ocho años ininterrumpidos para los leprosos del Estado Lara. Dependiendo como funcionario del Servicio de Dermatología sanitaria de la República hermana. Dicho estado, lo recorrí - palmo a palmo - tres veces consecutivas, toda su extensión, bajo la dirección del prestigioso Dr. Don Felipe Hernández Hernández, ya jubilado, hijo también de nuestro Puerto de la Cruz, y aun residiendo en Barquisimeto, ha fallecido el pasado año.

El Estado Lara, en algunos lugares su orografía es muy accidentada, con muchos desniveles montañosos y en sus declives amplias quebradas con abundante agua que arrastran de las repentinas lluvias; y sus cumbres son casi intransitables por lo escabrosas. Hasta donde llegaban los jeep oficiales íbamos mecanizados; luego en bestias o caballos tomábamos los caminos más insólitos, hasta llegar al lugar previamente señalado y allí a desarrollar los programas elaborados desde la sede central de la Unidad Sanitaria en Barquisimeto. No entro en pormenores por problemas de espacio, más que por otra razón. Si, adelanto que muy pocos puede imaginarse cómo viven hoy aquellos que fueron tan felices en su medio ambiental, en sus tierras vírgenes y fértiles, donde nada les faltaba y eran inmensamente felices. Concretamente hablo, en esta ocasión, de los más apartados de la civilización moderna y sus excelencias materiales. Les azotó el progreso de los adelantados, la ambición del que lo tiene todo y aún le parece poco. El poder del hombre sobre los más débiles. La avaricia que tanto les ciega y no escuchan el agónico grito de las despavoridas criaturas que dejan sus pertenencias y huyen para salvar sus vidas. Y luego no saben donde ir ni hallan en ningún lugar porque todo está igual en esos sitios y en la selva... Las máquinas devastan los terrenos y arrancan sus humildes hogares, la tierra que les daba lo necesario para vivir con sus familias... Lamentablemente, ya no sólo es Venezuela, ocurre en toda Centro y América del Sur. Sufren sus gentes pobres la más angustiosa situación económica y social. Así mueren tristemente, en el más absoluto abandono, sin recursos asistenciales de toda índole y por ende están a merced de la muerte. Como si morir de hambre, sed y frío, fuera el destino para el que vinieron al mundo.

Mientras, a nosotros no nos falta nunca, al menos hoy por hoy, para gastar en superfluas satisfacciones, lo que se nos venga en ganas. Yo sé lo que es ver sacar hasta dos cadáveres en una mañana de una misma choza, y más allá otros dos, uno, tres...También sé la satisfacción que se siente, cuando has luchado denodadamente por salvar otras vidas de las mismas familias y los ves, al cabo de algún tiempo, jugando en el carrizal o andando ladera abajo, y te los tropiezas en el sendero y te premian, inocentemente, con esa cálida sonrisa de la gratitud y del cariño. La vida tiene sus gratas compensaciones, no todo, necesariamente, va a ser negativo, sólo que hay que comprometerse seriamente con ese proyecto humano. Esa causa justificada. Sin llegar a convivir con la miseria en si, se puede materializar el deseo de ayudar a los que nos necesitan, desde nuestra cómoda posición. Dios lo agradece igual, contribuyendo de alguna manera; y atendiendo la llamada de aquellos que proyectan la marcha generosa hacia el lugar afectado de nuestra contribución humana, social y cristiana.

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