18/12/10

UN RAYO DE LUZ ES EL AMOR

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Sendas cuartillas en blanco dispersas sobre la mesa, solícitas, esperan ver roto el silencio de mi meditación; una de ellas, la más próxima, sufre bajo la presión de mi mano que estática sostiene la ligera pluma. Inmóviles ambas y mi mente embelesada en el lánguido abandono de la quietud, igual luchan, en mares enfurecidas que arremeten contra los salientes de los acantilados, cuyas aristas basálticas rompen a las embravecidas olas pasivamente, que, cual blancas rasgaduras de limpios encajes se dispersan y confunden con otras blondas de inquietas burbujas de hilos plateados que emergen del azul del mar y el verde marino de las profundidades. Un surrealismo tal, me va poseyendo y atenaza la dinámica de mis torpes movimientos. El blanco papel continúa desierto. Mientras, mi mente va tejiendo la maraña de mis ideas, cobrando formas que surgen del subconsciente. Se van asomando asustadizos los perfiles que avanzan inexorablemente buscando los causes dialécticos de la comunicación y se aproximan, como fantasmas organizados, al diáfano papel... Es entonces cuando surge el milagro e intervienen los elementos sensoriales y las ideas se plasman entusiasmadas y surge el coloquio literario ansiado de esa inspiración declamada antes por el espíritu y luego por esa necesidad creadora del individuo. El motivo surgió espontáneamente. Glosó sobre el amor, enturbiado tantas veces por la incomprensión, vituperado también sin causa justa muchas veces; el amor como algo realmente hermoso, quizás, ¿y por qué dudarlo?, lo más hermoso y tierno, lo más grande, generoso y profundo, la identidad más enternecedora y si es sincero "también será eterno”...

Como quien desgrana cuentas de nácar sobre el pulcro mantel de la mesa familiar, mis intuiciones fueron exigiéndome canalizar el curso poético de mis fantasías. Comienza así el tránsito verbal, palabras que van brotando buscando la transparencia de ese caudal de sensaciones anímicas y tiernas emociones que tratan de aglutinar mensajes líricos, regalos amorosos y hasta el consuelo a quienes se han visto defraudados, ¿y cómo no?, palabras amigas que sólo quieren mitigar, de alguna manera, el dolor de tantos seres traicionados sin el menor de los escrúpulos, cobardemente.

Es curioso, hablando de las separaciones conyugales, rupturas del Sagrado Mandamiento del matrimonio -no quiero entrar en polémicas-, pero sí decir, que, los que han superado su confusión, los que han madurado, moral y psíquicamente, los que han vuelto a unirse, al haber recapacitado, salvo ciertas excepciones, hoy son los matrimonios más felices, y si tienen hijos se sienten tremendamente afortunados. Los errores, con justicia, se les achaca a la inmadurez de las parejas, también existen otros factores sociológicos, ambientales, etc. Casi siempre, aunque nunca lo confiesen, los exconyugues sienten arrepentimientos, bajo todos los conceptos, de haber dado ese delicado paso, llevados por influencias negativas, por esa inmadurez tantas veces aludida y por la ambición demencial de querer poseerlo todo a la vez, aunque a la postre se quedan con las manos vacías. Esos factores y otros tantos, susceptibles al diálogo comprensible entre personas maduras e inteligentes, hubiera evitado tanto mal desalentador, causa de la obstinación, soberbia y la traición; de la irresponsabilidad y la descarada alegría y desvergüenza de querer una libertad fácil a costa de traicionar a la única verdad que existe; reconociendo que la tolerancia y el respeto mutuo de la pareja, antes debieron cuidar. ¿Y qué me dicen de los hijos?.. Son temas muy susceptibles de ser tratados muy reflexivamente, más ampliamente.

El verdadero amor aún nadie ha tenido palabras para definirle, es algo tan sublime, es como un océano que se agita y contiene la inmensidad generosa necesaria para alimentar las propias fuerzas del que da y espera... El verdadero amor es como una fantástica grieta que se agranda y desbordan a través de ella las pasiones más palpitantes y ardorosas, es el fuego de la vida y nada ni nadie puede apagarlo, porque está escrito con sangre encendida en el corazón...
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Celestino González Herreros
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