18/12/10

DON ANDRÉS CARBALLO Y DON ENRIQUE GONZÁLEZ

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Cayendo la guillotina de la fatalidad y ausentándose la materia del espíritu, siento colapsados mis sentimientos, la angustia que me produce este dolor me inhibe cuando quiero superarlo, me ahoga a veces. Se me hace difícil hacerme a la idea de que al irse lo he perdido para siempre, que ya no oiré su voz tan sonora y agradable, tan llena de vida entonces y tan callada hoy, para siempre apagada. Aunque su eco retumbe dentro de mis sienes como una cadenciosa caricia, interminable, a mi dolida existencia consuela. Frágil existencia a pesar de los años…Cuanto de él se haya dicho y se escribiera, no creyó que se dijera una vez que partiera…No era vanidoso, sentía, tal vez, desconsuelos por no haber podido seguir en la brecha, siempre lo dijo: Me siento como un chico, si no fuera por mi vista ¡Cuántas cosas más hubiera hecho! Aún siguen -ya no es posible- llamándole por teléfono:

-Don Enrique, estoy desesperada, no encuentro quién venga a mi casa, dígame, ¿qué hago? Ud. sabe los inconvenientes, yo sola no puedo…

-¡Tranquilita! ¡Tranquilita! Yo le busco uno, sé a quién llamo y le explico, al menos, para que le saque del primer apuro. Bueno, hasta luego.

Así se puede escribir, no sólo una, muchas páginas, más que eso, toda una historia de amor cristiano. Claro, él era el último alumno que ya quedaba de su clase, quiero decir de los que hasta hoy quedaban, de aquellos buenos Practicantes en Medicina Auxiliar, obviando a algunas imitaciones, pero nunca iguales.

Ahora se dicen tantas cosas bonitas, que llegan al alma. ¿Cómo es posible que siendo un hombre tan sencillo, pueda hacer tanto bien como hizo?, lo cierto es que, en todos los niveles sociales, alguien habrá suspirado por él, pobres y ricos. Hasta las piedras de nuestro pueblo han llorado su ausencia. Si aquellos viejos adoquines hablaran, tantas pasadas de allá para acá, tantas llamadas, tantas sonrisas de agradecimiento –que era, más de las veces, lo único que cobraba a sus enfermos-. A la hora que fuera, con viento o con agua. Quienes le veían a esas horas, fueran o no intempestivas de la noche, patear por donde fuera, saludaban:

-Siempre luchando, don Enrique, ¡qué barbaridad!

Y en el seno familiar, ¡qué esposo, qué maravilloso padre! Para definirle, aunque por modestia, no sea yo el más indicado, sólo por ser uno de sus seis hijos, y tal vez crean están demás las palabras que yo pueda decir. Quienes lo dirían más elocuentemente, más humanamente, es en la calle, cada puerta que traspuso para ayudar a algún enfermo –como Practicante, se entiende-. Esas puertas para hablar de su bondad no se cerrarán jamás para él, aunque las tapien fuertes cerrojos, destilaría a través de sus hendiduras el halo inconfundible de su cálida voz, sus pisadas y la sombra de sus movimientos.

Ahí está, veámosle en el recuerdo, oigámosle… Y en el campo las brisas llevan su mensaje de amor por doquiera, alimentando la esperanza del campesino en el lecho de la muerte. Consolando a la señora que ya casi no tiene fuerzas para llorar, sonriéndole otra vez al hombre bueno que viene desde tan lejos y a pié; como caminan los ángeles sobre la tierra, resignado y atento a su deber, buscando sólo la satisfacción de asistir…Oyendo brotar frases tan hermosas como: ¡Que Dios se lo pague algún día, cuando más falta le haga!

¡Cuántas plegarias hoy, de tantas pobres familias que no tenían donde dormir, ni qué comer! ¡Cómo les iba a abandonar! Y yo me pregunto: En la actualidad, ¿hay muchos que se parezcan a él?

Para mí, el mayor de los consuelos que siento, es la inmensa sensación de paz que me inunda, es el presentimiento de que Dios le vio y supo de su lucha y del amor que dio al prójimo. El respeto hacia los demás. Y que no se acostaba, en sus largas noches, sin antes darle gracias a Dios… Y besar la fotografía de su anciana madre. Quién quiera conocer cuál fue su vida profesional, que llame a cualquier puerta, nadie le negará una relevante y dulce respuesta. Y si alguien tuvo quejas de él, que le perdonen, somos humanos y por ende somos mortales, nadie es tan perfecto como cada uno de nosotros quisiéramos ser... Somos débiles en cualquier momento de nuestra existencia y cada cual tiene su propio carácter, ajeno casi siempre a nuestra propia voluntad. Ahora bien, quien es mala gente de verdad no puede simular lo contrario, se le ve en su egoísmo y maldad por donde quiera que vaya. Por el contrario, quien es buena persona, aunque quisiera, no podría ocultarlo, se le ve.

-¿Ya le llamaste, agradeciéndole?.. No, no lo pienso hacer tan pronto, he de reflexionar un tiempo. Y por la forma que pasan las horas me veo vencido, pero quiero eso, más tiempo para serenarme un poco, luego diré, no sé qué, algo a ese amigo de mi difunto padre, que sabe expresarle su sincero afecto, nada menos que con esas poesías que llegan a lo más hondo, muy adentro, capaces de desnudar a un árbol para abrigar con su sabia corteza a una cosa tan frágil y, a la vez, lo más importante de nuestra polémica y confusa existencia, como es el alma –de quién sea, da igual cuál es la criatura-. Ya le llamaré. Es que si antes hablara con él, como se suele hacer, por teléfono, no hubiera podido articular palabra alguna a través de ese medio. Hubiera oído mi llanto y estoy seguro que le habría contagiado mi angustia y no quiero… Tampoco mi padre hubiera sido partícipe de llegar a tal extremo. Pero don Andrés Carballo Real, es UD., porque sigue siéndolo –amigo del alma de mi llorado padre; y Vd., en mí tiene, ya que se lo merece (con humildad me ofrezco) al obediente hijo y a la vez amigo del que se fue para siempre y que tanto le consideró, al extremo de llegarme a decir: ¡Qué buena persona es Andrés! Eso es poco, respecto a cuántas cosas más dijo, esa especial tarde, tan bonitas, tan alentadoras. Hay cosas que calan muy hondo. Y luego, ese delicado y muy sentido poema en su sentido óbito… Sólo Dios sabe cuál es el precio. Siempre hemos dispuesto, pero sin la venia de Dios nada es realizable.

El objeto de estas líneas –les parecerá extraño- es estar todo el tiempo posible con Ud., como mi padre hubiera querido, agradeciéndole cuánta deferencia tuvo con él y todos sus familiares –igual que otros, en los que estoy pensando-. Ud. es uno más, no está bien que diga –el mejor, ya comprende- entre tantos que han sabido reconocer los valores humanos de un hombre sencillo que dio todo sin esperar recompensas, en el virtuoso convencimiento de que esa es la única forma de honrar a Dios y al prójimo, y, ¿por qué no decirlo?, también asimismo. Ese tiempo del que antes hice mención, corresponde en toda su medida al deseo y reconocimiento mío de que atienda al ruego que le hago, UD., que sabe rezar… Tenga presente a mi añorado padre en sus sentidas oraciones; es lo único que le pido respecto a él, que Dios lo tenga junto a mi inolvidable madre en la Gloria y junto a tantos seres queridos que también se han ido… Que contemple eternamente y alabe a su Hacedor. Que Dios del Cielo dé todo el resplandor al camino que en sus delirios, en sus sueños ilusionados suplicó tanto; UD., que sabe hacerlo, le suplico acepte mi eterna gratitud.

Este sincero y sensible escrito, fue compuesto hace algún tiempo, estando aún entre nosotros nuestro querido y recordado maestro, don Andrés Carballo Real; y sirva para resaltar, también, sus preciosas dotes humanas.

CELESTINO GONZÁLEZ HERREROS
http://www.celestinogh.blogspot.com
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