23/11/10

MAR ADENTRO BUSCANDO LA PAZ

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Para doña Asunción Fuentes Delgado
como merecido homenaje sentimental

No hallé las palabras precisas para definir, por mucha suerte que tuviera, la capacidad artística de doña Asunción Fuentes, en sus diversas facetas intelectuales y su arte pictórica y fluidez artística para con la prosa y la poesía; y otras… Con sus noventa y más años de edad, maneja los pinceles y las espátulas, y conjuga de tal manera los colores, que convence hasta al más exigente de los críticos del Arte.
Nos conocemos hace unos doce años o más y siempre observé en ella ese encanto personal que la distingue en cualquier momento de su fructífera vida.
Vive en Los Realejos, a la altura de San Vicente, si no estoy equivocado; y me consta que es una persona muy querida y admirada. Nació en La Habana (Cuba) y ejerció la docencia allá y aquí en Canarias mucho más tiempo que en la perla del Caribe. Tiene un hijo maestro de escuela y con las mismas dotes artísticas heredadas de su madre, como pintor y dibujante preclaro, también poeta. Con los cuales me une una sincera amistad y espero disfrutarla por mucho tiempo más.

A veces, mirando al mar, suelo relajarme un tanto, la misma brisa de la costa me adormece y me vence cuando estos instantes suceden Sin pretenderlo, la cristalina fuente de mi inspiración, súbitamente se activa y su entorno florido, como si soplaran sus perfumes y poco a poco me fueran embriagando; y doy riendas sueltas a mis pensamientos y las palabras fluyen buscando la armonía del consolador momento.

Algunas veces hemos hablado, como buenos isleños, de las peculiaridades y características que emanan de una indefensa isla en medio del Océano, valientemente arropados de soledad y coraje, al intemperie y a expensas de los duros golpes de los mares encrespados, de las salvajes arremetidas del mar cuando seriamente se enfurece; y nadie nos oye en nuestra lejanía y hemos aprendido a luchar solos y si hemos de morir nadie se iba a preocupar por lo aislados que estamos. Cuba y nuestras islas, cada uno de los isleños tenemos una personalidad propia y la valentía suficiente como para poder arreglárnoslas solos, sin ayuda de nadie.

Mirando al mar y dejando ir la mirada hacia fuera, navegamos con el pensamiento, somos nuestros propios vigilantes ante cualquier intromisión… Así hemos vivido siempre, entre bandazos y la furia de las olas del mar, arremetiéndonos, a las cuales nunca les hemos temido y sabemos contenerlas.

Me habla de su Malecón y sinceramente, por la forma de mentármelo, me emociona su veneración por considerar aquellas excelencias suyas, a fin de cuenta, vestigios nacionales, y el amor que pone al evocarlos. También yo, cuando salí de mi tierra, allá donde vivía, recordaba con nostalgia mi querida Playa de Martiánez, la pequeña bahía de San Telmo y las demás playas… Pero, recordar la de San Telmo me emocionaba más que ninguna.

Viendo las olas romperse con furia contra los firmes riscos de los bajíos, ha sido como ver resquebrajarse un mágico manto hecho de encajes y la espuma dispersa fuera simulando la armonía de un poético y soberbio lienzo que flotara sobre las turbulencias marinas. Las olas que van fragmentándose al llegar a la silente orilla de la dormida playa, su blanca espuma, desplazándose hacia arriba, bañando la negra arena como si fuera una caricia sensual, hasta consumirse toda ella, retornando luego su líquido continente al Océano que impaciente la espera.

Contemplando los distintos movimientos de las constantes mareas, mi mente cabila con nostalgia y con el rum-rum de las olas mis pensamientos vuelan mar adentro buscando la paz inminente de esa soledad distante, entre el mar y el cielo, allá en el estático horizonte de mis sueños. Mi mente se va poblando cual cálida y tenebrosa jungla, de viejas vivencias, de los acontecimientos vividos en mi juventud, cuando el mar nos hablaba y recelosos le respondíamos junto al suave susurro de las olas, cual confidente sentimental con mis tiernos anhelos; y de cuantas veces amando me perdí en ellas arrastrado por sus dulces e inclementes corrientes marinas. Y vi, otras veces, sucumbir tantas ilusiones mías, entre golpes de mar y la salitrosa brisa que acompaña… La mar se lo llevaba todo y en la orilla de la tibia playa, entre las negras arenas y su quietud, ¡suspiré tantas veces!.. La mar, fiel confidente de mis tristes desamores, hoy viéndole enfurecida, parece comprendiera mi estado anímico y me concediera el privilegio de verme en ese espejismo sobrenatural, con mi oportuna evocación; y pueda volver a navegar en sus movedizas aguas, esta vez en solitario, mar adentro buscando, aunque sólo sea un resquicio de aquella añorada paz perdida.
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Celestino González Herreros
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