13/8/10

LAS INÚTILES RESERVAS DE NUESTROS SILENCIOS

.
Si pudiéramos almacenar cuánto ocultan nuestros silencios, el callado ejercicio de nuestra mente en determinados momentos de la vida. Ese largo e invisible diálogo soterrado y a la vez ausente, pese a su reserva e intimidad. Se delatan en nosotros mismos los inimitables gestos que se intuyen y dicen cuánto las palabras enmudecen. Silencios, a veces, cómplices de nuestros verdaderos sentimientos, cuando queremos decir lo que realmente pensamos a pesar de la ausencia de diálogo alguno, pese a ello imaginamos causes virtuales por donde discurren esos silentes pensamientos…

Y hasta llegamos a revelarnos queriendo saber lo que realmente nuestra mente maquina en su ocultación e injusta ausencia, despreciando con ello las constantes caricias que expresan las palabras negadas por esos acostumbrados silencios, a la vez frustrados.

En estos instantes, por pura casualidad me hallo frente a una señora, a unos cuantos metros de distancia, sin ser visto por ella, se supone. Su semblante es la viva expresión de la tristeza, rotando sin cesar un pequeño libro entre sus manos y por momentos cerraba los ojos.

No alcance a ver bien si por sus mejillas caían sendas lágrimas, algo si, brillaba, algo que rodaba apresuradamente, como queriendo ocultarse para no llamar la atención de los transeúntes. De cuando en cuando abría el libro, besaba una de sus páginas y lo volvía a cerrar. ¡Cuántas ideas vagarían por su mente en esos tristes momentos! ¡Si pudiera saber cuánto decía su silencio! Sólo sospecho, si se habrá quedado sola y estuviera ojeando el viejo diario de aquel amor suyo; y le estuviera echando mucho de menos. Realmente, no supe qué hacer, si respetar su silencio e irme del lugar. También yo me sentía triste, por eso le comprendía y preferí irme lejos ya que lo necesitaba igual que ella, sumido en ese agobiante silencio de la soledad, sin escuchar su voz ni sus cortos pasos a mis espaldas acercándose cada vez más hasta rozar mi cuerpo.

Qué largo se hace el camino, a veces, cuando caminamos solos y no sabemos a dónde vamos ni tenemos con quien hablar para disipar nuestros temores, qué severo y callado, qué desiertas y pedregosas las tristes lomadas; y qué tenebroso ese silencio que nos ahoga, la incertidumbre; y el aire no llega…Debí haber acompañado a aquella triste señora, que cuando fui a dar con ella ya no estaba, hubiéramos ido juntos a donde nos llevaran nuestros cansados pasos y allá en la encrucijada nos habríamos despedido complacidos mutuamente por no haber caminado solos hasta divergir nuestros caminos, cada cual por su sitio, pero habríamos estado acompañados.


Celestino González Herreros
http://www.celestinogh.blogspot.com
celestinogh@teleline.es

No hay comentarios: