7/3/09

PREGÓN DE LA SEMANA SANTA PORTUENSE AÑO 2.004



Iglesia N.ª S.ª de La Peña de Francia

R e s u m e n

Analizando somera y cuidadosamente los acontecimientos pasados y presentes de la Semana Santa en Puerto de la Cruz, pese a la distancia del tiempo, los cambios en la forma de celebrar los actos religiosos y hasta los lúdicos, son considerables. Así pues, retrocediendo a finales del siglo XIX, hay testimonios escritos que señalan, por ejemplo, una factura de la compra de 1.550 palmas para la procesión del Domingo de Ramos, lo que indica lo asistida que era tal ceremonia eclesiástica. Entonces los acompañamientos eran muy concurridos de fieles de todas las edades. Y, aprovechando lo dicho, debo añadir que, en ningún municipio de la isla se han enramado los pasos e imágenes, mejor que en el Puerto de la Cruz. Sin entrar en otros pormenores de ornamentación floral, estética ambiental, colorido y buen gusto, la delicadeza en tal dedicación, ciertamente, ha llamado siempre la atención. Hay cierta avidez, cada año, por presenciar ese detalle artístico que sobrepasa el grado de admiración.

Aparte, barajando comentarios anecdóticos, digamos pues, que el Señor de Humildad y Paciencia, sustituye aquí, al Señor de la Cañita; es cuando está ya sentenciado y espera para ir al Calvario con la Cruz, cuando llega y espera el momento que lo crucifiquen.

La Verónica salía con la cruz de plata y con la urna antigua que era de madera, antes que llegaran a esta ciudad Los Agustinos.

La Dolorosa, en realidad llamada La Soledad, es uno de los Pasos que ha cambiado al pasar al nuevo trono, ahora con el carro. Antes iba vestida de viuda canaria; y como la nueva balsa es más ancha se le ha tenido que dar amplitud al perímetro del manto.

Con la llegada de Los Agustinos se organizó la Procesión Magna de forma cronológica. Hay trece pasos y uno más, en el domingo de Ramos, el de la Burrita, por primera vez desde el año pasado. Hermandades hay nueve. Y como primicia, este año saldrá por vez primera, junto con La Magdalena, San Juan de La Peñita.

El orden cronológico de los pasos que mencionábamos antes, es el siguiente:
San Juan; San Pedro; Gran Poder de Dios; La Columna; Humildad y Paciencia; La Virgen de los Siete Dolores; La Verónica; Nazareno; El Crucificado; La Piedad; La Magdalena con San Juan; La Urna; Y, La Soledad o Virgen de Los Dolores.

San Juan es quien escribe la Historia, va siempre primero, menos el Miércoles Santo que va San Pedro.

Normalmente, al pasar por la Iglesia de San Francisco, los Pasos no paraban, ahora si, hay una parada de “respeto” al Santísimo que está expuesto en dicho Templo.

En la madrugada del Viernes Santos, tenemos la Procesión del Crucificado, que viene a ser una de las más emotivas. Sobrecoge, verle pasar por el Muelle, sigiloso y jadeante, ya casi despuntando el alba matutina... Los cirios encendidos y movidos por la brisa, reflejan su tenue luz en el rostro amoratado del Cristo, descubriendo así las sombras de su agonía. Impone a su vez, el silencio del entorno pesquero, como si sus aguas callaran el musical acento de sus olas varando en las negras arenas... Las sombras de la noche ocultan el dolor del momento, todo está en silencio, sólo se oyen los pasos acompasados de los fieles que le acompañamos en ese doloroso trayecto. Y ni un suspiro, ni la cadencia sinuosa de nuestras calladas plegarias, rompen la majestuosidad de la noche que agoniza ya, entre los estertores y la angustia del Redentor Crucificado.

Fieles de todas las edades le acompañan por las calles del Puerto de la Cruz, dentro de un mutismo sacramental y bajo el manto triste de la noche, hasta llevarle a su destino...

Siempre fue fría la noche del Viernes Santo. Es la brisa misteriosa que baja del monte, cual soplo helado, lo que nos hiere tanto y sentimos frió en el alma; y nos intimida el silencio a nuestro alrededor... ¡Es la madrugada del Viernes Santo!


Inmersos en la Semana de la Pasión de Cristo, en la mente, sin querer se van desperezando recuerdos de la infancia, que no queremos olvidar, por lo que en sí nos dicen, por esa huella sentimental que han dejado de aquellas vivencias en esa edad y nuestra juventud ya lejana. Allá por los años 39, recuerdo esos días, entonces algo misteriosos para un niño, fechas que sólo se hablaba de pasión y muerte; y nos parecía latente esa tragedia sacra, esos crueles acontecimientos, tanta crueldad y ensañamiento contra un hombre bueno que nunca hizo daño y amorosamente diera la vida para enmendarnos del pecado. Así murió por cada uno de nosotros, para salvarnos ante Dios del castigo eterno.

Todos esos argumentos representados por La Santa Madre Iglesia, nos condicionaba de tal manera, que vivíamos la tragedia, como nos la mostraban en las distintas Procesiones y sus impresionantes Pasos y cada escena bíblica. La mirada angustiosa de Simón Siriné me aterrorizaba. Y la expresión de tristeza de La Dolorosa, sobrecogía de tal forma, que sentía, sin poder evitarlo, el ahogo propio de la emoción. Sólo veía a una madre sufriendo por la muerte de su hijo.

Esa semana todos nos sentíamos santos, entonces éramos niños buenos y no pecábamos ni con el pensamiento.
Entonces, los que podían, por razones obvias, en esas fechas tan significativas, estrenaban calzado y ropa. Eran días, también de júbilo. Las Iglesias se llenaban de niños que iban acompañados de sus familiares mayores y no se oía ni el ruido de una mosca volando. Las plazas públicas se alegraban con la presencia de las turroneras y aquellos que vendían los ricos caramelos de cuadritos, ¡a perra chica el paquete!.. El agua bendecida, los palmitos, la matraca y la figura bondadosa del señor cura, dando la bendición a todo aquel que se le acercara. ¡Qué distinto es hoy! Luego, de nuestra juventud también hay gratos recuerdos, era otra mentalidad y los años nos iban transformando, aunque sin perder el respeto por lo religioso.
Íbamos cayendo en la trampa de otras corrientes, nuestros sentidos cobraban madurez y nuestros sentimientos se debatían entre la fantasía y la propia realidad, los sueños eran diferentes... Mas, insisto, jamás abandonamos la Casa de Dios, éramos puntuales servidores de la Iglesia y lo seremos hasta el final de nuestros días.

Hoy, a pesar de los años, aún, y sin querer confesarlo, volvemos a sentirnos como niños, dejamos entrever en nuestra mirada, en determinados momentos, aunque diferentemente, otra vez el miedo a lo desconocido, llegando a sentirnos un tanto solos; y ya casi al final de nuestros días, nos acercamos más a Dios con nuestra habitual visita al Templo, con nuestra asistencia a los actos religiosos, con nuestras sentidas plegarias, con nuestro amor al prójimo y así nos desprendemos de nuestras inevitables miserias; y abrimos nuestro corazón para abrigar la esperanza de hallar la paz perdurable junto al Señor.

En los últimos años del anterior milenio, se han visto congratuladas todas las Iglesias del Puerto de la Cruz. Ha resurgido el interés por conservar nuestro patrimonio religioso, artístico y cultural de las mismas, restaurándolas en casi su totalidad y adecuándolas de acuerdo a las exigencias de la época en que vivimos. Asimismo, desde hace un par de décadas se observa con satisfacción el acercamiento de nuestros jóvenes y no pocos adultos, a la vida religiosa, después de que hayamos sufrido un notable receso a causa del impacto evidente de nuevas costumbres y culturas distintas, dado el importante número de personas foráneas recibidas, con ideas diferentes; y ello ha debido influir en nuestras propias transformaciones, tanto sociales como religiosas. En lenguaje coloquial, podemos asegurar que las aguas han vuelto a su cause normal, de hecho, las hermosas iglesias que tenemos se nos hacen cortas en algunas oportunidades y a los hechos me remito, cuando veo el Templo de Nuestra Señora La Peña de Francia, repleto de fieles, sin que quepan cuantos hay en la calle y aledaños, sin poder entrar.

Puerto de la Cruz, siempre se caracterizó por el amor que pone sus gentes en las cosas de la Iglesia. Tienen una forma muy peculiar de orar, entender y respetar la Semana Santa, así como cualquiera de los actos religiosos que se programen y se celebren a lo largo de cada año; y la juventud está dando, en todo momento, muestras de madurez religiosa, compartida en armonía con las personas mayores que participan.
No hay más que decir, no quiero cansar vuestra cristiana paciencia y tan noble atención. Sea pues, todo por amor a Dios

Elevemos los corazones y roguemos por nosotros pecadores y el eterno descanso del alma de nuestros seres queridos, ausentes.
Roguemos por nuestros enfermos, por la Paz del Mundo y por los más desposeídos, por los que carecen de alimentos, de techo y abrigo.
Uno, a veces, se imagina cosas, situaciones que ya existieron, tratando de situarnos en ese marco doloroso de la Pasión de Cristo. Uno busca en los caminos de Dios la huella de sus pasos y sólo halla flores sin espinas, quizás el tiempo las haya borrado y sólo quede el recuerdo; y las lágrimas de la Dolorosa, la madre dolida, tal vez se hayan secado; y las brisas pasajeras de entonces, a modo de caricias, también trajeran del monte los aromas del Huerto que aún florece... Y por más que imaginemos, jamás sabremos la magnitud del drama.

¡Señor, oye nuestras oraciones y perdónanos, no nos abandones nunca, aunque no seamos dignos de Ti! ; ayúdanos a seguir tu senda y apártanos de todo mal.

************


Entre unos poemas que estuve hojeando al azar, este que transcribo, me afectó mucho.



Dolorosa
He aquí, helados cristalinos,
sobre el virginal regazo,
muertos ya para el abrazo,
aquellos miembros divinos.
Huyeron los asesinos.
¡Qué soledad sin colores!
¡Oh Madre mía, no llores!
¡Cómo lloraba María!
La llaman desde aquel día
la Virgen de los Dolores.

***

Escrito en marzo del año 2.004
Pregón leído: 19.03.04

No hay comentarios: