7/3/09

BUSCARÉ... BUSCARÉ... Y BUSCARÉ

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Hoy es un día de esos, cuando uno se siente melancólico, con deseos de escribir, no cualquier cosa. ¿Será la música que estoy escuchando de Mendelssonhn, Liszt, Elgar, Mussorgsky o Sullivan? Al sentirme transportado a otro mundo espiritual, siento distinto. Hasta el aire que respiro tiene sabor poético. Como si estuviera encerrado en una burbuja traslúcida, y me sintiera transportado a un sueño. Como si se hubiera eclipsado todo ante mis ojos y quedara sólo una nebulosa azul, muy tenue, que se apaga poco a poco... Igual que si me sintiera aislado. Y, si, oyendo tan bellas partituras, aquello que hubiera podido escribir se trastocara en mi dulce confusión y en mí, naciera otra inspiración. No iba a conseguir estar feliz y triste a la vez, cuando yo quería sólo escribir algo distinto. Mas, oyendo “mi música”, capaz de abrirme las puertas de ese más allá, me sentí atraído por el poder delicioso que aleló a mi espíritu.

Los preludios de Liszt, independientemente de las obras de los otros magos del arte musical, me confunden, mi alma se enriquece. Quedo suspendido en esa cálida atmósfera, sólo a expensas de tal virtuosa fuerza envolvente que seduce; sedándome, cada vez más, sus nuevos poemas sinfónicos. Así he consumido largas horas, entre poemas y escritos, música de ángeles y evocaciones sentimentales, tratando de hallar la sensación de una emoción especial. En la intimidad apacible y frente al rítmico sun-sun del péndulo del reloj, pentagrama del tiempo que inexorablemente va pasando... Hasta mí llega en estos momentos, y a través de la ventana, medio entornada, un airecito perfumado de nostálgicas fragancias, como si llegara del desierto mundo donde yacen recuerdos de viejas vivencias que han quedado en el pasado. Uno va acumulando, a veces, detalles apasionantes que se resisten a morir y que parece llevamos muy adentro, cosas íntimas que forman parte de uno mismo, imborrables; y el sólo hecho de evocarlas nos dan la oportunidad de repetir, en el silencio de la meditación, aquellos momentos que nunca antes pensábamos se irían lejos de nosotros.

La música parece que limpiara el camino de sus habituales asperezas, nunca más clara su atmósfera ni el paisaje tan bello. Andar así implica placer, ganas de seguir andando sin detener el paso y llegar... Ya mi melancólica aflicción no es motivo de tristeza, ahora peréceme haber tomado el camino más acertado, después de pasada la encrucijada de la soledad; atrás han quedado los espectros, abandonados a su suerte. Ahora todo es diferente, ¿será la música que estoy escuchando?...

Buscaré en los lugares acostumbrados alguna señal que delate su presencia; buscaré entre las cosas que me recuerden del pasado sus encantos. La risa misma, que me llegara antaño como un eco de cristal, desde todos los rincones, hasta que se quebró un día en su garganta y no la escuché más. Buscaré, en el celaje del monte, la huella de sus pasos por los senderos soleados del pinar, atravesando la verde espesura, por si le encuentro allí, durmiendo sobre la húmeda pinocha, como una princesa... Y en la playa, también buscaré entre las caracolas. Que aunque no oiga su risa, podría traerme la suave brisa, el perfume aquel de aromas sugestivos... cuyo embrujo sensual me embriagó tantas veces. Buscaré... Buscaré... Buscaré...

Buscaré las penumbras de mi juventud, que, como las nubes han pasado presurosas; o bajo las mismas, mi sombra apesarada, que vaga por los senderos de la evocación, con ansias desmedidas. Queriendo revivir aquello que se nos fue y al recordarlo, siempre nos pone nostálgicos, sin poder evitarlo. Mientras dure la música seguiré soñando, no me apartaré del camino a ver si la encuentro; y en el lugar donde estuviera me quedaré, quién sabe si para siempre. Rodaré la pesada losa con cuidado, no se resquebraje del todo... Buscaré... Y volveré a dejarla como estaba...

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