4/12/08

Ritmos de tambor venezolano y el recuerdo...

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Trataré de hacer una somera semblanza de lo que fue “el reencuentro venezolano”, al cual fui gentilmente invitado, y es más, acudí gustoso a dicho evento de calor popular y del que haré el comentario justo que por su importante contenido bien lo tiene merecido.

Con buen tiempo llegamos al Valle de Guimar y con las ansias propias del momento que vivíamos, buscamos el lugar de la cita: “Casa del buen retiro”, actualmente en restauración. Es un enclave encantador, debió haber sido, en otras ocasiones también, lugar de encuentros de gentes importantes, pero adinerados de entonces, de esa importante comarca, dada la distribución cuidadosa de sus instalaciones y los bellos ventanales de los cuales resuman elegancias de fantasmagóricas presencias en mi mente extasiada. En dicho lugar se lee la indeleble huella de un pasado romántico, por lo que queda de sus jardines y glorietas sombreadas por un robusto Drago, del que pude averiguar tiene más de cien años; un pitanguero de dimensiones increíblemente grandes y un sauce llorón, entre otros que sobre pasa la azotea de la vieja casona de dos amplias plantas de altura, y deja caer sobre ella sus verdes ramas que la acarician con el suave celo del cariño, fieles compañeras que se unen en la historia de un espléndido pasado...

La entrada solariega hacia la mansión, recuerda a los viejos castillos medievales, y se hace atravesando un arco de piedra de cantería sureña, así como su piso adoquinado, con mediana inclinación ascendente hasta la escalinata que sube a un patio jardín con arcos decorativos de piedras de aquellas montañas cercanas, que conduce a la tranquila estancia, disfrutándose en él el grato cobijo que dan las sombras de la arboleda y de las trepadoras plantas que suben por las paredes y circundan todo el marco de las puertas y ventanas con perfumes deliciosos y suaves coloridos. Hay en la planta baja un amplio salón de baile, es lo que parece, con piso de madera bien conservado, espejos en las paredes, armas de acero, etc. Como avance informativo, debo decir que al lado de esta vieja mansión, aún se conserva la casa donde nació y vivió el recordado Sr. Obispo Domingo Pérez Cáceres.

Ya habíamos anunciado, a través de Radio Realejos, en el programa de los sábados Venezuela siempre contigo, a modo de invitación general, que se celebraría en esas fechas próximas el encuentro fraterno que propiciaba un grupo de familias venezolanas afincadas en Canarias y descendientes nacidos allá, como también canarios que estuvieron viviendo y trabajando allí y que ya han vuelto definitivamente al lugar de origen, por imperativos de la edad, por que ya consiguieron lo que ambicionaban o por la razón que fuera, qué más da. Cierto es que, tuvimos ocasión de compartir en camaradería gustos culinarios y tradiciones populares, tanto de aquí, como de la otra orilla; algo así como un sincero deseo de mostrar una fotografía viva de lo que es Venezuela y sus gentes. Ya esta aventura se había repetido por quinta vez, para mí fue nuevo y puedo decirles, honradamente, que lo pasamos (puedo pluralizar) “chévere” o lo que es igual, lo pasamos muy bien y aprendí cosas, muchas cosas... Que aunque viví algunos años en el país hermano, no tuve ocasión de conocer determinados episodios, lugares exóticos e interesante de Venezuela. Me explico. Cuando uno va a Venezuela “sólo a trabajar”, es obvio que se pierde mucho de ver de sus elementos culturales y sociológicos. Se va con las prisas lógicas del egoísmo materialista que nos empuja y que nos mueve con fines estudiados. Para qué vamos a engañarnos, aunque sí, somos muchos los que nos integramos algo más a sus costumbres y a veces llegamos a asimilarlas por completo, pero eso son sólo excepciones dignas de tenerse en cuenta. Así como es distinto si hablo de aquellos afortunados que pueden ir de vacaciones donde les esperan familiares o amigos bien acomodados y les llevan de un lugar a otro para que conozcan las excelencias de esa tierra mágica por sus bellezas y las riquezas ecológicas que se atesoran... Venezuela es, como he oído decir algunas veces: “El Tesoro mejor guardado del Caribe”. Pero ahora hablemos de sus gentes, sin obviar de que en todas partes se cuecen habas. Hay de todo en la Viña del Señor.

En esta ocasión, para mí afortunada, me sentí inmerso en una gran familia, tuve la sensación de que todos querían agradarme y ello me hacía feliz. Me llamaban de aquí y de allá complaciéndome de manera extraordinaria, como seguramente yo no sabría hacer con ellos. En todo momento vivieron su alegría con la mayor naturalidad, tanto que llegaron a contagiarme un deseo paralelo que me inducía a imitarles en todo como uno más. Llegaron a decirme que yo parecía venezolano. Verdad, en esos instantes me sentía como tal, podía verme viviendo en medio de sus distintos ambientes sociales ya que se detectaba y pude gozar de la idiosincrasia de cada uno. No sólo porque ya les conocía de cuando emigré hacia allá, sino porque hubo “canarios” que se unieron al grupo por primera vez y les veía como peces en el agua, deliciosamente a gusto; y algunos me lo hacían saber con cierta emoción... Me di cuenta entonces, de que entre los canarios que habemos viviendo en este lugar “prestados”, nuestra tierra, existe un sentimiento de abandono que llevamos dentro y nos cuesta manifestar, no sé porqué, pero lo llevamos sepultado dentro. Y un resentimiento hasta con nuestro propio destino. Nos sentimos un tanto solos aunque tengamos tanto y cuyo precio lo hayamos pagado con elevadas creces (dicho sea de paso). Cuando desde afuera nos halagan y nos manifiestan su afecto desinteresado y natural, como ocurre en el caso que nos ocupa, estos buenos amigos venezolanos y sus descendientes, como receptores que somos de sus sentimientos, nos sentimos deliciosamente arropados en nuestro propio entorno al ser comprendidos y respetados y al haber abierto sus corazones sin pedir nada a cambio. Sabemos valorar sus desprendidas buenas intenciones y recompensamos ese noble gesto con nuestra incondicional amistad como lo hicieron siempre con Venezuela nuestros antepasados en honor a esa perenne lealtad.

Escrito y publicado en el Periódico “EL DÍA”
Junio 1.997
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