26/8/10

TEIDE MÍO

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En esta ocasión salí solamente con mi amigo el perro y las provisiones necesarias, agua, algo de comida, un poco más de ropa, etc. Me sentía animado de nuevo a buscar en la soledad los cimientos precisos que me permitieran, aparte de pasar un día tranquilo, poder escribir algo en cuyo texto quedara constancia de dichas experiencias.

Salí de la ciudad turística de Puerto de la Cruz entusiasmado, antes llené el depósito del coche de gasolina y compré algunas cosas más que me faltaban. Al llegar a La Orotava fui por la carretera que conduce a Las Cañadas del Teide y seguí hasta Barroso, paré un momento en una venta para comprar una bolsa de rosquetes y un par de panes... Ya la calima comenzaba hacer acto de presencia, como bruma ondulante, rasa y refrescante, que nos envuelve y no moja, que te va condicionando para aceptar la aventura como venga. Como si estuviéramos adentrándonos en otra estación del año precipitadamente, circulando por tramos de carretera de umbríos páramos, oscurecidos por los altos y verdes pinos del monte. A un lado y otro del camino, más en el borde interno del mismo, gigantes helechos trepan por la escarpada pared de tierra mojada. El perro, tembloroso –debe ser por que el aire estaba demasiado frío- me mira con expresión interrogante, al mismo tiempo acerca su hocico pidiéndome calor. Le cubro con una pequeña manta que llevé a tal fin y se quedó satisfecho, haciendo intermitentes guiños con sus despiertos ojos, es de suponer que se sentía feliz.

La ondulante carretera, ese día no estaba muy concurrida de tráfico y permitía que fuera a mis anchas. De vez en cuando susurraba cualquier cosa al perro, para que no se sintiera aislado. La verdad es que, a medida que se va subiendo, se siente uno como abandonado, desamparado de todo contacto humano. La bruma se hace aún más espesa, es cuestión de encender más luces del coche y tener cuidado. Las gomas de los limpia parabrisas entraron en funcionamiento nuevamente y a todo ritmo. Estaba cayendo agua abundantemente, y pensé:
-Malo va a estar el día hoy, las cosas no van a salir como yo pensaba, ni el perro va a correr por el verde monte, ni yo voy a escribir con sosiego, de seguir así el tiempo -.

Parece que se aclara… Pues sí. En un abrir y cerrar los ojos, luego de atisbar el milagro, aparece, al terminar una pronunciada curva, la imagen diáfana y endiosada de la zona seca como una aparición deleitante, como un sueño de verde y seco, caluroso y florido, de bellos pinares, resequidos unos, por el Sol que descarga sobre ellos sus voraces rayos. Otros, amparados por sus sombras, verdes de un verde chillón.
Bendije el momento por lo tremendamente feliz que me sentía, bajé los cristales de las ventanillas del coche y respiré muy hondo. El perro, mirándome fijamente, hizo un gracioso movimiento con su cabecita y volvía a echarse, cerrando sus ojos.

Ahora cada curva me ofrecía una visión diferente, cada cual más bella, más exótica y admirable. La tierra cambiaba de color constantemente, cuyas tonalidades iban del marrón terroso natural, al gris, negro, blanco, anaranjado, verde y azulado. Increíblemente aparecían los claros de la vegetación o la abundancia del verde, por doquiera, algunos tajinastes, codesos, escobones y cardos, todos mezclados con los esbeltos pinos, erguidos verticalmente como queriendo alcanzar el cielo. Y la pinocha en el suelo, tapando la tierra para conservar la frescura de la noche anterior, al caer el rocío.

Hallé donde aparcar el coche, a un lado de la carretera y aproveché para estirar un poco las piernas y darle agua al perro, que luego lo paseé unos minutos bajo los pinos, sujeto de la cadena y me arrastró con bríos al verse ante tanto espacio saludable., deliciosamente fresco. Cogió una piña de los pinos, del húmedo suelo y al ver tantas sobre la pinocha, no sabía con cual quedarse. Se sentía dichoso y ladraba de puro contento, despertando el silencio solemne del tupido bosque. Luego salimos del escarpado atajo y otra vez al mojado coche.

En nuestro ascenso se nos apareció El Teide, había que hacerle una reverencia. Majestuoso, callado… Se escondía nuevamente al coger otra curva, luego de nuevo aparecía y se iba transformando, en el tiempo y la distancia, con posturas misteriosas que impedían compararlas cada una de ellas. Era más hermosa su imagen de ensoñadora presencia, gratificante y severo a pasar de su grandeza y majestuosidad. Allí estaba, indemne, toda una vida señalando nuestros destinos, como un vigía en el camino, como el faro esperanzador para el errante caminante que se apartara del mundano ruido a refugiarse en sus sombras a meditar en las cosas sin nombre, en la soledad y en el miedo…

Seguí hasta El Portillo y allí me detuve para tomar algo. Lukas quedó solo en el coche, moviendo su recortada colita y sacudiendo sus largas orejas que asomaban por la ventanilla, atento hasta donde yo llegara. El restauran no estaba muy concurrido como otras veces, aún era temprano. Me prepararon una limonada sabrosísima, que me sirvieron con el trato amable que les caracteriza; y me dieron un trozo de jamón, serían recortes que les habían quedado, para que se lo llevara al perro. Saludé y al coche otra vez. Lukas agarró el trozo de jamón y se lo engulló con ansia voraz, que yo diría, ni le tomó el gusto.

Qué agradable, cuando uno hace una parada en el trayecto, se recuperan fuerzas, los sentidos se despejan y el paseo se hace más ameno. Ahora, hasta llegar al Llano de Ucanca, una vez pasado El Portillo, la ruta se hace más árida, va cambiado la orografía, se va poblando el volcánico terreno de retamas, cuyas ramas delgadas y flexibles, de escasas hojas y pequeño tamaño se mueven agitadas por la brisa intermitente de los vientos frecuentes de Las Cañadas del Teide, cubiertas de abundantes flores en racimos de color amarillo, aunque abundan también las de color blanco. Los arbustos secos, ya sueltos de sus raíces, corren de un lado a otro, animando con su ir y venir, el silencio agobiante del tétrico paisaje a pesar de su inimitable belleza. Las lomadas del entorno de los senderos escarpados, donde los matojos engalanados por sus bellas flores verdosas, le dan otro sentido al terreno donde igualmente aparece la zahorra señalando impasiblemente el flemático y nefasto acontecimiento de lejanas erupciones que hicieron el milagro de la transformación y el encanto de tan sublime visión que culmina en ese lugar tan hermoso. El que tenemos ante nuestros ojos. “Por que ustedes están conmigo, ¿verdad? Esta soledad es mucha calma. Esta soledad me asusta, tengo que buscar la compañía de alguien más, además de mi amigo Lukas, alguien que comparta conmigo el encanto del paisaje. Que diga algo…

El Teide ya está ahí, en su plenitud, como si se hubiera detenido ante mí, con su expresión severa. Y me obliga a dejar el coche y a caminar hasta sus pies. ¡Ha llegado el momento! Me encuentro, a pesar de todo, sumamente halagado, yo diría terriblemente inspirado. Y sentándome sobre una amplia piedra, a mi lado el perro echado y en silencio, sospechando mi estado anímico apoya su hocico en el suelo y sin dejar de mirarme. Tomo papel y escribo con un temblor extraño dentro de mí, como si presagiara algo…Hubo un indescriptible respeto, eso era lo que sentía, respeto. Y estuve largo rato esperando, sin saber que hacer ni que decir, solamente mirando y perdiéndome con la mirada puesta en la lejanía, buscaba las palabras que nadie antes hubiera pronunciado y no las hallé, para componer los más hermoso versos a ese “Teide mío”

Antes de morir quisiera / ser capaz de componerle / no una letanía cualquiera / la que llegue a conmoverle. // Si las palabras fluyeran / como mi alma ahora siente… / Si todas ellas salieran, / le escribiría un poema ardiente. // ¿Quién eres tú, Teide gigante, / con tu presencia sublime? / Cuando te tengo delante, / ¿eres acaso un dios? Dime… // Cuando de blanco te adornas / tú me pareces más grande / se te destacan las formas / y tu hermosura se expande // desde la cumbre hasta el Valle / y es como si brillaras. // Y perdóname que no halle / las palabras adecuadas. / Es como si tú, del Cielo / a nuestra Tierra bajaras, // a brindarnos el consuelo / y tú bendición nos dejaras. // Si tu retama florece / anuncias la primavera // Cuando en tus faldas amanece , / como si en mi alma sintiera / la necesidad de verte / yo voy a tu encuentro inspirado. // deseando poder escribirte / el poema por mí soñado, / el que llegue a conmoverte / y tranquilo pueda partir. // Como eres poder cantarte / en prosa, antes de morir.



Celestino González Herreros
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celestinogh@teleline.es

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