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Quizás fuera que, el crepúsculo del alba prendiera el encanto de nuestros campos con su encendido fulgor de luz difusa al rayar el alba del nuevo día; cegándome su influjo matinal. Sentí, de súbito, renacer un poético impulso en mí. Todo mi ser se estremeció ante tanto esplendor que consolaba a la vez que hería; alegraba y descubría senderos que despertaban el adormecido encanto de nuestras vegas. Un día cuyo crepúsculo matutino fue distinto al de otros días de auroras mezquinas que ensombrecieron los caminos con el aire gélido del desencanto. Como cuando no cantan los ruiseñores en los aleros ni el gallo mañanero, porque está triste el cielo.
Oí sonar los clarines que anunciaban la nueva aurora y me invitaban a salir fuera, donde la luz estaba alimentando a las flores y las aves jugaban sobre las ramas, saltando contentas, como las vegas, como las trochas... Era un día diferente que invitaba a vivir y a correr por nuestros campos floridos. Entonces rompí la pared del mutismo anterior, fue como recibir un caudal inmenso de gozo que inundó a mis entrañas; y sentí desbordarse la incontenible euforia de mi felicidad; se escurría sinuosa y con avidez, por el cálido espacio que contemplaba, todo él acosado de prontas fantasías que iban surgiendo en ese ambiente condensado de luz y de amor, de sosegada alegría; de la vida misma que prometía ese bello amanecer, para que olvidara el dolor del próximo ayer que también se nos va alejando y nos hizo sufrir, que nos privó de esta luz mágica...
Sentí deseos de abrazarlo todo y le di gracias al Cielo porque estaba contento al despertar envuelto en esa aureola de paz que transmitía el nuevo día; vi las flores de mis huerto que resplandecían como perlas suspendidas por hilos de oro y plata, como si fueran rayos de sol alados discretamente.
El tiempo se detuvo allí, en las crestas del verde pinar, en la frondosa montaña, acompañada siempre de su silencio habitual, a veces sobrecogido. Y fue, al despuntar el alba, cuando te recordé más intensamente, y tuve la sensación de tenerte a mi lado. Siempre buscamos en los amaneceres, esa luz que nos brinda la energía del amor, la vida, estando juntos... Ya no lo estamos como ayer, ese ayer que dejó en mí vida tu último aliento, las últimas caricias que se ahogaron en el nefasto momento, como los últimos besos... Cuando te llevaban en hombros, sin poder detenerles, y oía tu voz diciéndome: Te quiero, te quiero, te quiero... ¡Y yo, ¿qué hago ahora sin ti?!No puedo escapar de mi dolor por más que lo intente. Tú estás en mis manos, en mis labios, en todo mi ser. Te llevo en mi alma, somos uno sólo, aún somos aquellos que íbamos siempre juntos por los campos, por los montes, también abajo, en los gélidos barrancos, gritando, llamándonos mutuamente, a ver si nos escuchamos… y como respuesta, hoy que invitaba a vivir sólo oigo el eco de mi voz que se apaga.
Tal vez sea el crepúsculo del alba matinal, y el silencio que me acompaña; quizás aún siga soñando, a pesar del canto alegre de los clarines que ahuyentar quieren mis pesares... ¿Estaré soñando, viendo la verde campiña y tú en ella jugando? ¿Oyes la fuente, cuando cae cantarina el agua que va riendo por el angosto arroyo y se pierde en el sediento suelo del polvoriento camino?
Mi silencio me dice tanto que ya me extrañan estos bellos amaneceres y sospecho de ellos, no sea que se detengan, como aquel lejano ayer y la faz del cielo se nuble... Prefiero seguir soñando y verte en cada uno de mis sueños, soñar que estamos juntos. Sin sonrientes amaneceres, viviendo entre las sombras de las nubes que van pasando, cogidos de las manos, mirándonos a los ojos. Sí, como era antes, cuando podía abrazarte y besarte. Cuando en tus miradas veía siempre asomada la felicidad que nos brindaba la vida.
Celestino González Herreros
http://www.celestinogh.blogspot.com
Oí sonar los clarines que anunciaban la nueva aurora y me invitaban a salir fuera, donde la luz estaba alimentando a las flores y las aves jugaban sobre las ramas, saltando contentas, como las vegas, como las trochas... Era un día diferente que invitaba a vivir y a correr por nuestros campos floridos. Entonces rompí la pared del mutismo anterior, fue como recibir un caudal inmenso de gozo que inundó a mis entrañas; y sentí desbordarse la incontenible euforia de mi felicidad; se escurría sinuosa y con avidez, por el cálido espacio que contemplaba, todo él acosado de prontas fantasías que iban surgiendo en ese ambiente condensado de luz y de amor, de sosegada alegría; de la vida misma que prometía ese bello amanecer, para que olvidara el dolor del próximo ayer que también se nos va alejando y nos hizo sufrir, que nos privó de esta luz mágica...
Sentí deseos de abrazarlo todo y le di gracias al Cielo porque estaba contento al despertar envuelto en esa aureola de paz que transmitía el nuevo día; vi las flores de mis huerto que resplandecían como perlas suspendidas por hilos de oro y plata, como si fueran rayos de sol alados discretamente.
El tiempo se detuvo allí, en las crestas del verde pinar, en la frondosa montaña, acompañada siempre de su silencio habitual, a veces sobrecogido. Y fue, al despuntar el alba, cuando te recordé más intensamente, y tuve la sensación de tenerte a mi lado. Siempre buscamos en los amaneceres, esa luz que nos brinda la energía del amor, la vida, estando juntos... Ya no lo estamos como ayer, ese ayer que dejó en mí vida tu último aliento, las últimas caricias que se ahogaron en el nefasto momento, como los últimos besos... Cuando te llevaban en hombros, sin poder detenerles, y oía tu voz diciéndome: Te quiero, te quiero, te quiero... ¡Y yo, ¿qué hago ahora sin ti?!No puedo escapar de mi dolor por más que lo intente. Tú estás en mis manos, en mis labios, en todo mi ser. Te llevo en mi alma, somos uno sólo, aún somos aquellos que íbamos siempre juntos por los campos, por los montes, también abajo, en los gélidos barrancos, gritando, llamándonos mutuamente, a ver si nos escuchamos… y como respuesta, hoy que invitaba a vivir sólo oigo el eco de mi voz que se apaga.
Tal vez sea el crepúsculo del alba matinal, y el silencio que me acompaña; quizás aún siga soñando, a pesar del canto alegre de los clarines que ahuyentar quieren mis pesares... ¿Estaré soñando, viendo la verde campiña y tú en ella jugando? ¿Oyes la fuente, cuando cae cantarina el agua que va riendo por el angosto arroyo y se pierde en el sediento suelo del polvoriento camino?
Mi silencio me dice tanto que ya me extrañan estos bellos amaneceres y sospecho de ellos, no sea que se detengan, como aquel lejano ayer y la faz del cielo se nuble... Prefiero seguir soñando y verte en cada uno de mis sueños, soñar que estamos juntos. Sin sonrientes amaneceres, viviendo entre las sombras de las nubes que van pasando, cogidos de las manos, mirándonos a los ojos. Sí, como era antes, cuando podía abrazarte y besarte. Cuando en tus miradas veía siempre asomada la felicidad que nos brindaba la vida.
Celestino González Herreros
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