17/12/09

BAJO LA TENUE LUZ DE UN VIEJO CANDIL

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A ver si ahora que hay menos luz en este apacible lugar, mi mente se despeja, ya que, a veces, en la penumbra también suelen aparecer los duendes de la inspiración. No depende de capricho alguno, es como ocurre a ciertos enfermos cuando pierden las ganas de hacer algo determinado y no suelen manifestarse al respecto. Sólo que están enfermos. Y el hombre, aunque muchos no lleguen a entenderlo, a veces se siente como si en realidad estuviera enfermo. Se siente un tanto alicaído… Y presumo saber cual es la razón. Solemos enfermar de tanto callar, de no poder pronunciarnos en tal o cual sentido sin el temor de herir o sufrir las consecuencias presumibles si nos revelamos. El hombre calla, aunque sufra por ello, bien sean sus desamores, sus fracasos y traiciones, la calumnia y la mentira de la que haya podido ser objeto a lo largo de su existencia, cuando sólo ha vivido callando. Y eso enferma, produce desganas hasta para escribir. Me pregunto, ¿cómo sería si cada cual exteriorizara lo que en realidad desea o piensa? Habría menos mentiras, más ilusión y seríamos más solidarios con los demás. Pero no es posible luchar sin la ayuda de la comprensión y la justicia de los mismos.

Quienes se valen de sus propias influencias y desprecian los sentimientos ajenos, aquí saldarán esa gran deuda, no sólo en el más allá, aquí primero.

De hecho lo hemos comprobado sin esperar mucho. Por eso perdono, disculpo a todos aquellos a quienes no me soportan, porque no les gusta mi forma de expresar mis sentimientos, la manera de transmitir un simple mensaje, acertado o no, mi modo de sentir respeto a lo mío, mi región, mi pueblo, mis gentes… Si, respeto al pasado de mi ciudad, por si exclamo o lamento tantas cosas que a lo largo de los años han sucedido. Por cuanto hemos perdido, valiosos testimonios de nuestro caudal cultural y nuestra capacidad cívica. Nostalgia normal de todo aquello que nos pertenecía y ahora ya no es tan nuestro. Añoranza de aquellos juegos infantiles en nuestras plazas públicas. Y de aquellos momentos de convivencia en las primeras escuelitas aprendiendo urbanidad y algo más de civismo.

Tremendos desconsuelos al evocar aquellos años mozos, años inolvidables experimentando el celo del amor, la amistad, la gratitud aquella cuando una amiga nos obsequiaba una cálida sonrisa o muestra de cariño. Y aunque tarde lo diga, cuando nuestra madre, antes de salir de casa, nos revisaba de arriba abajo hasta asegurarse de nuestra pulcritud y aceptable presencia. Y el padre, siempre más moderado, cuando sacaba del bolsillo siete y sólo nos daba cinco, para que lo pasáramos acordes a las circunstancias. Todo un poema de amor.
¿Que hubo de malo en aquellas sanas aptitudes? Y, hoy, ¿qué hay de malo en que estemos evocando esos acontecimientos que son la historia de nuestros días? Aunque sólo sean recuerdos, es toda una vida estacionada en el pasado, y que, inexcusablemente, formamos parte de ella.

Yo sé que es, casi imposible, cambiar los nuevos esquemas sociales, que va a ser difícil cambiar el rumbo que ha seguido la misma vida... Los nostálgicos seguiremos el dulce y a la vez triste sendero de la evocación. Jamás habrá sintonía entre las nuevas formas y los moldes aquellos que nos formaron a nosotros, con otra visión y perspectivas. Tantas veces me he preguntado, porqué tanta rebeldía y tantos desafueros. Es un sentimiento tan anárquico... Y cada vez vamos a peor, nadie está conforme, ya ni consigo mismo y eso es preocupante. Hay tal agresividad por doquiera, casi ya han muerto los buenos modales, el concepto de urbanidad, el respeto hacia los demás, que parecen estar en guerra consigo mismo.

En cambio los animales cada día son más dóciles, más confiados y cariñosos. Casi no nos temen y les dejamos tranquilos... Pero el hombre se significa más y se degrada rechazando a su propia especie humana con la conducta rebelde y desafiante con que suele identificarse.

A menos que exista una voluntad reflexiva buscando el entendimiento común y desprecien los malos instintos y las bajas pasiones, no sé que va a suceder. Si el hombre ha perdido la fe en sí mismo, si no ve expectativas en su futuro, va a tener que enmendarse a Dios, para poder salir del atolladero en que se halla. Y todo es consecuencia de tantas libertades... Tanta ligereza, como si la vida fuera sólo un camino llano y seguro y fuéramos a tientas recorriéndolo, queriendo olvidar los abismos y las escabrosas pendientes y abruptas lomadas; y no tuviéramos voluntad de lucha por vencer juiciosamente cuantos obstáculos se nos presenten, pero sin cargar las culpas a los demás. Cada cual tiene su propio destino y ha de luchar por ese sino.


Celestino González Herreros

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