26/8/10

TEIDE MÍO

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En esta ocasión salí solamente con mi amigo el perro y las provisiones necesarias, agua, algo de comida, un poco más de ropa, etc. Me sentía animado de nuevo a buscar en la soledad los cimientos precisos que me permitieran, aparte de pasar un día tranquilo, poder escribir algo en cuyo texto quedara constancia de dichas experiencias.

Salí de la ciudad turística de Puerto de la Cruz entusiasmado, antes llené el depósito del coche de gasolina y compré algunas cosas más que me faltaban. Al llegar a La Orotava fui por la carretera que conduce a Las Cañadas del Teide y seguí hasta Barroso, paré un momento en una venta para comprar una bolsa de rosquetes y un par de panes... Ya la calima comenzaba hacer acto de presencia, como bruma ondulante, rasa y refrescante, que nos envuelve y no moja, que te va condicionando para aceptar la aventura como venga. Como si estuviéramos adentrándonos en otra estación del año precipitadamente, circulando por tramos de carretera de umbríos páramos, oscurecidos por los altos y verdes pinos del monte. A un lado y otro del camino, más en el borde interno del mismo, gigantes helechos trepan por la escarpada pared de tierra mojada. El perro, tembloroso –debe ser por que el aire estaba demasiado frío- me mira con expresión interrogante, al mismo tiempo acerca su hocico pidiéndome calor. Le cubro con una pequeña manta que llevé a tal fin y se quedó satisfecho, haciendo intermitentes guiños con sus despiertos ojos, es de suponer que se sentía feliz.

La ondulante carretera, ese día no estaba muy concurrida de tráfico y permitía que fuera a mis anchas. De vez en cuando susurraba cualquier cosa al perro, para que no se sintiera aislado. La verdad es que, a medida que se va subiendo, se siente uno como abandonado, desamparado de todo contacto humano. La bruma se hace aún más espesa, es cuestión de encender más luces del coche y tener cuidado. Las gomas de los limpia parabrisas entraron en funcionamiento nuevamente y a todo ritmo. Estaba cayendo agua abundantemente, y pensé:
-Malo va a estar el día hoy, las cosas no van a salir como yo pensaba, ni el perro va a correr por el verde monte, ni yo voy a escribir con sosiego, de seguir así el tiempo -.

Parece que se aclara… Pues sí. En un abrir y cerrar los ojos, luego de atisbar el milagro, aparece, al terminar una pronunciada curva, la imagen diáfana y endiosada de la zona seca como una aparición deleitante, como un sueño de verde y seco, caluroso y florido, de bellos pinares, resequidos unos, por el Sol que descarga sobre ellos sus voraces rayos. Otros, amparados por sus sombras, verdes de un verde chillón.
Bendije el momento por lo tremendamente feliz que me sentía, bajé los cristales de las ventanillas del coche y respiré muy hondo. El perro, mirándome fijamente, hizo un gracioso movimiento con su cabecita y volvía a echarse, cerrando sus ojos.

Ahora cada curva me ofrecía una visión diferente, cada cual más bella, más exótica y admirable. La tierra cambiaba de color constantemente, cuyas tonalidades iban del marrón terroso natural, al gris, negro, blanco, anaranjado, verde y azulado. Increíblemente aparecían los claros de la vegetación o la abundancia del verde, por doquiera, algunos tajinastes, codesos, escobones y cardos, todos mezclados con los esbeltos pinos, erguidos verticalmente como queriendo alcanzar el cielo. Y la pinocha en el suelo, tapando la tierra para conservar la frescura de la noche anterior, al caer el rocío.

Hallé donde aparcar el coche, a un lado de la carretera y aproveché para estirar un poco las piernas y darle agua al perro, que luego lo paseé unos minutos bajo los pinos, sujeto de la cadena y me arrastró con bríos al verse ante tanto espacio saludable., deliciosamente fresco. Cogió una piña de los pinos, del húmedo suelo y al ver tantas sobre la pinocha, no sabía con cual quedarse. Se sentía dichoso y ladraba de puro contento, despertando el silencio solemne del tupido bosque. Luego salimos del escarpado atajo y otra vez al mojado coche.

En nuestro ascenso se nos apareció El Teide, había que hacerle una reverencia. Majestuoso, callado… Se escondía nuevamente al coger otra curva, luego de nuevo aparecía y se iba transformando, en el tiempo y la distancia, con posturas misteriosas que impedían compararlas cada una de ellas. Era más hermosa su imagen de ensoñadora presencia, gratificante y severo a pasar de su grandeza y majestuosidad. Allí estaba, indemne, toda una vida señalando nuestros destinos, como un vigía en el camino, como el faro esperanzador para el errante caminante que se apartara del mundano ruido a refugiarse en sus sombras a meditar en las cosas sin nombre, en la soledad y en el miedo…

Seguí hasta El Portillo y allí me detuve para tomar algo. Lukas quedó solo en el coche, moviendo su recortada colita y sacudiendo sus largas orejas que asomaban por la ventanilla, atento hasta donde yo llegara. El restauran no estaba muy concurrido como otras veces, aún era temprano. Me prepararon una limonada sabrosísima, que me sirvieron con el trato amable que les caracteriza; y me dieron un trozo de jamón, serían recortes que les habían quedado, para que se lo llevara al perro. Saludé y al coche otra vez. Lukas agarró el trozo de jamón y se lo engulló con ansia voraz, que yo diría, ni le tomó el gusto.

Qué agradable, cuando uno hace una parada en el trayecto, se recuperan fuerzas, los sentidos se despejan y el paseo se hace más ameno. Ahora, hasta llegar al Llano de Ucanca, una vez pasado El Portillo, la ruta se hace más árida, va cambiado la orografía, se va poblando el volcánico terreno de retamas, cuyas ramas delgadas y flexibles, de escasas hojas y pequeño tamaño se mueven agitadas por la brisa intermitente de los vientos frecuentes de Las Cañadas del Teide, cubiertas de abundantes flores en racimos de color amarillo, aunque abundan también las de color blanco. Los arbustos secos, ya sueltos de sus raíces, corren de un lado a otro, animando con su ir y venir, el silencio agobiante del tétrico paisaje a pesar de su inimitable belleza. Las lomadas del entorno de los senderos escarpados, donde los matojos engalanados por sus bellas flores verdosas, le dan otro sentido al terreno donde igualmente aparece la zahorra señalando impasiblemente el flemático y nefasto acontecimiento de lejanas erupciones que hicieron el milagro de la transformación y el encanto de tan sublime visión que culmina en ese lugar tan hermoso. El que tenemos ante nuestros ojos. “Por que ustedes están conmigo, ¿verdad? Esta soledad es mucha calma. Esta soledad me asusta, tengo que buscar la compañía de alguien más, además de mi amigo Lukas, alguien que comparta conmigo el encanto del paisaje. Que diga algo…

El Teide ya está ahí, en su plenitud, como si se hubiera detenido ante mí, con su expresión severa. Y me obliga a dejar el coche y a caminar hasta sus pies. ¡Ha llegado el momento! Me encuentro, a pesar de todo, sumamente halagado, yo diría terriblemente inspirado. Y sentándome sobre una amplia piedra, a mi lado el perro echado y en silencio, sospechando mi estado anímico apoya su hocico en el suelo y sin dejar de mirarme. Tomo papel y escribo con un temblor extraño dentro de mí, como si presagiara algo…Hubo un indescriptible respeto, eso era lo que sentía, respeto. Y estuve largo rato esperando, sin saber que hacer ni que decir, solamente mirando y perdiéndome con la mirada puesta en la lejanía, buscaba las palabras que nadie antes hubiera pronunciado y no las hallé, para componer los más hermoso versos a ese “Teide mío”

Antes de morir quisiera / ser capaz de componerle / no una letanía cualquiera / la que llegue a conmoverle. // Si las palabras fluyeran / como mi alma ahora siente… / Si todas ellas salieran, / le escribiría un poema ardiente. // ¿Quién eres tú, Teide gigante, / con tu presencia sublime? / Cuando te tengo delante, / ¿eres acaso un dios? Dime… // Cuando de blanco te adornas / tú me pareces más grande / se te destacan las formas / y tu hermosura se expande // desde la cumbre hasta el Valle / y es como si brillaras. // Y perdóname que no halle / las palabras adecuadas. / Es como si tú, del Cielo / a nuestra Tierra bajaras, // a brindarnos el consuelo / y tú bendición nos dejaras. // Si tu retama florece / anuncias la primavera // Cuando en tus faldas amanece , / como si en mi alma sintiera / la necesidad de verte / yo voy a tu encuentro inspirado. // deseando poder escribirte / el poema por mí soñado, / el que llegue a conmoverte / y tranquilo pueda partir. // Como eres poder cantarte / en prosa, antes de morir.



Celestino González Herreros
http://www.celestinogh.blogspot.con
celestinogh@teleline.es

13/8/10

LAS INÚTILES RESERVAS DE NUESTROS SILENCIOS

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Si pudiéramos almacenar cuánto ocultan nuestros silencios, el callado ejercicio de nuestra mente en determinados momentos de la vida. Ese largo e invisible diálogo soterrado y a la vez ausente, pese a su reserva e intimidad. Se delatan en nosotros mismos los inimitables gestos que se intuyen y dicen cuánto las palabras enmudecen. Silencios, a veces, cómplices de nuestros verdaderos sentimientos, cuando queremos decir lo que realmente pensamos a pesar de la ausencia de diálogo alguno, pese a ello imaginamos causes virtuales por donde discurren esos silentes pensamientos…

Y hasta llegamos a revelarnos queriendo saber lo que realmente nuestra mente maquina en su ocultación e injusta ausencia, despreciando con ello las constantes caricias que expresan las palabras negadas por esos acostumbrados silencios, a la vez frustrados.

En estos instantes, por pura casualidad me hallo frente a una señora, a unos cuantos metros de distancia, sin ser visto por ella, se supone. Su semblante es la viva expresión de la tristeza, rotando sin cesar un pequeño libro entre sus manos y por momentos cerraba los ojos.

No alcance a ver bien si por sus mejillas caían sendas lágrimas, algo si, brillaba, algo que rodaba apresuradamente, como queriendo ocultarse para no llamar la atención de los transeúntes. De cuando en cuando abría el libro, besaba una de sus páginas y lo volvía a cerrar. ¡Cuántas ideas vagarían por su mente en esos tristes momentos! ¡Si pudiera saber cuánto decía su silencio! Sólo sospecho, si se habrá quedado sola y estuviera ojeando el viejo diario de aquel amor suyo; y le estuviera echando mucho de menos. Realmente, no supe qué hacer, si respetar su silencio e irme del lugar. También yo me sentía triste, por eso le comprendía y preferí irme lejos ya que lo necesitaba igual que ella, sumido en ese agobiante silencio de la soledad, sin escuchar su voz ni sus cortos pasos a mis espaldas acercándose cada vez más hasta rozar mi cuerpo.

Qué largo se hace el camino, a veces, cuando caminamos solos y no sabemos a dónde vamos ni tenemos con quien hablar para disipar nuestros temores, qué severo y callado, qué desiertas y pedregosas las tristes lomadas; y qué tenebroso ese silencio que nos ahoga, la incertidumbre; y el aire no llega…Debí haber acompañado a aquella triste señora, que cuando fui a dar con ella ya no estaba, hubiéramos ido juntos a donde nos llevaran nuestros cansados pasos y allá en la encrucijada nos habríamos despedido complacidos mutuamente por no haber caminado solos hasta divergir nuestros caminos, cada cual por su sitio, pero habríamos estado acompañados.


Celestino González Herreros
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celestinogh@teleline.es

8/8/10

BUSCANDO SÓLO UN RESQUICIO DE PAZ MUNDANA

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No es este, precisamente, el esperado momento que tanto ansiaba. Ante todo buscaba que el ambiente fuera más discreto, que nada ni nadie turbara la paz del silencio, ni escuchara la impertinente bulla del asedio perturbador del descontento. La frialdad del abandono que en distintas ocasiones sintiera… Y me viera, a pasar de todo, amparado por mis callados pensamientos. Yo amo la vida y la bulla de las gentes, ver destilar con discreta emoción el delgado hilo de cristalina agua de la que antes fuera nuestra fuente de tiernas ilusiones. Nuestra fuente de aguas claras, transparentes y que tantas veces calmó aquella sed de nuestro amor… No soy lo que parece, yo creo en la gente.

No es, precisamente el momento, también lo digo, de tardías lamentaciones. Aquello que hemos perdido volveremos a sufrirlo, si no cambiamos nuestros absurdos conceptos respecto a esta corta permanencia: nuestras vidas… Los días que pasan tan presurosos, las horas, largas horas de insomnio y desconfianza, angustiosamente esperando el claror del alba matutina, como queriendo borrar las sombras de la angustiosa noche y con el nuevo día atrevernos hacer hermosos proyectos. Y olvidar que la vida es sutil y tan breve; y las ambiciosas ideas si se retrazan puedan sucumbir en las tinieblas del injusto olvido o lo que es peor, deliberadamente en el lodo del supuesto rencor… Como los rostros que quedan de algunos pocos que con la brevedad del tiempo hayan cambiado y sean hoy casi irreconocibles, decrépitos y aburridos, a pesar de tanta discreción.

Los viejos de hoy parecen antiguos retratos de aquellos otros viejos que llegaron antes, después de todo comienzo y mientras nuestras semillas germinaban sin perspectiva alguna en el mundo circunstancial, frívolo y deshumanizado, egoísta y cruel, en que vivimos. La luz de nuestro candil se iba apagando irremisiblemente, sin darnos tregua alguna.

Aquellos viejos de antes simbolizaban sin escrúpulos nuestras nobles raíces, y que ya no están para ayudarnos y aconsejarnos cual camino seguir sin llegar a tropezar con el abrupto muro de la incomprensión.
Entonces… Es como retroceder sigilosamente hacia las distintas dimensiones o estancias, hoy ya desconocidas, objeto de vida a través del tiempo, aquellos momentos cuando nuestra pujante estirpe era respetada y por ende diferenciada respecto al trato que nos daban.

No existen complejos de inferioridad, eso nunca, sólo estas circunstancias de no saber en realidad quienes somos y a donde nos conducen nuestros fatigados pasos. A nosotros sólo nos mueve el deseo de superación, de alcanzar aquella aureola de nuestra libertad y aferrarnos a ella motivados por el deseo de torcer rumbos equivocados y trazar aquellos que hemos perdido con el devenir de los años, abrir nuevos surcos en nuestra fértil y generosa tierra donde puedan germinar nuevas simientes y las veamos crecer y dar los frutos deseados y poblar de nuevo nuestro herido suelo con la sabia ilusionada del amor.





Celestino González Herreros
http://www.celestinogh.blogspot.com
celestinogh@teleline.es

2/8/10

VIEJOS RETALES PORTUENSES Y LA REALIDAD ACTUAL

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(I)
En el mes de noviembre se van acumulando los grises nubarrones, desde el ancho mar hasta la cumbre, para estacionarse sobre la parte alta del Valle; pasando primero por toda la ladera desde Punta de Teno, cubriendo la cordillera norte hasta ocultar por completo al Lance de Icod El Alto, del Municipio de Los Realejos, y vertiginosamente hacia arriba hasta el Teide, visto desde el Puerto de la Cruz, que no llega a ensombrecerse y permanece su cielo limpio mirando al mar casi todo el año bañado del sol radiante que alegra indescriptiblemente su cálida orografía. Se mantiene con modernas instalaciones hoteleras y asentamiento recreativos y de ocio, tan necesarios para complacer y armonizar la demanda turística a la cual se debe y que acoge cada año senturias de miles de forasteros que vienen amparados de nuestras excelencias urbanísticas. Curioso, antes se ganaba más dinero, comparativamente, y los visitantes se iban contentísimos, e incluso volvían. Hubo menos lujo y mejor atención al cliente... Recordemos, simplemente, los Bares y Restaurantes, siempre estaban llenos, la gente manejaba dinero porque lo ganaban bien, los trabajadores se hicieron sus casas, los negocios eran rentables, los Bancos prestaban dinero a intereses bajos. El sector de la construcción se movía ilusionado. Las tiendas de comestibles y de tejidos, lencería, peleterías, todo el mundo trabajaba. Los taxistas eran felices, no me digan que no, ni me vengan con el cuento de que la ambición mató a la Gallina de los huevos de Oro, ella acabó de muerte natural y otros factores que no podemos obviar y que fueron imperativos ajenos a nuestros deseos y escasas posibilidades económicas. Pero, que habrá vacas gordas, no lo duden, hoy se perfilan nuevos horizontes y alentadores aires... No hay mal que dure cien años… Esta “natural” crisis pasará como antes superamos otras tantas crisis, de las cuales siempre se apenderá algo y nos aconsejan que no cometamos nuevamente aquellos errores cometidod tan alegremente. Aún no se le han tensado suficientemente las cuerdas de la Banca para que de una vez revienten y renazca la confianza en el sector empresarial sin necesidad de ayuda de nadie. Confianza es lo que falta para que genere la inversión privada y hasta pública y el motor de nuestra economía arranque. Pero aún hay que apretar algunas tuercas más. Mientras esperamos pacientemente, no bajemos la guardia, cuidemos lo poco que nos queda y no olvidemos que la impertinente crisis es mundial sólo que todos no saben luchar igual para poder contener sus nefastos efectos.

El Puerto de la Cruz, aunque siga siendo el lugar por excelencia y "puerto seguro" de la avalancha turística internacional existente, tiene otra importancia añadida. Es un lugar entrañable y acogedor, con tipísmo y solera y una condición social poco común. Pero, sólo eso no le basta al turismo, que con cuatro perras en los bolsillos, quieren conquistar el Paraíso; sin que jamás se les haya negado nada, y a ese precio, ¿que más podemos darles nosotros?, sin embargo dejamos abiertas nuestras puertas...

El Puerto de la Cruz de los años de la fama como Meca Internacional del Turismo, que por suerte, aún hoy sigue siendo apetecible por sus variados encantos, era como un sueño... Hoy, sólo recordándole podemos recrearnos en él, con sus casitas terreras próximas al mar unas, las otras dispersas por los campos formando núcleos de familias de agricultores y ganaderos, o asalariados que fueron constituyendo los barrios. Aún quedan algunos vestigios de aquellos primeros años de laborioso empuje de esa época. Las casas enjalbegadas de blanco y las que no tenían azoteas lucían los rojos tejados, que hacía resaltar el verde de las ventanas a las que se les adjuntaban los pequeño y disimulados postigos abiertos hacia arriba y afuera, las puertas de doble hoja y ventana adosada. Los geranios crecían como por encantamiento por doquiera, los sembraban en macetas, en los muros o simplemente en cacharros de latón que luego colgaban en los lugares idóneos para alegrar el entorno con sus expresivos colores que comunicaban alegría y personalizaban las viejas costumbres. ¡Y cómo olían entonces los geranios aquellos! Luego las calles, todas ellas empedradas con piedras de nuestras canteras de la zona sur contorneadas con estilo y maestría, guarnecidas por los altos adoquines que bordeaban las aceras peatonales.

De la unión entre piedra y piedra nacía la pequeña hierba que en su conjunto y en los días invernales daban ese toque primitivo de las cosas viejas que agradan por su simplicidad, algunas, otras por su espontanea presencia y abandono, como un signo natural propio del lugar... Los rebaños de cabras bajando por los callejones, igualmente empedrados, sirviéndose de la hierba más crecida y dejando atrás, como los burros y las bestias, los inevitables excrementos que perfumaban junto al olor del orín la corriente suave del aire que cruzara el transitado camino.

Y aquellos carros de tracción humana, algunos, otros arrastrados por el animal, el medio de transporte más usual, tanto para el reparto de la leche, el pan, la leña, el carbón, mercancías, como los productos del campo. También para la recogida de los desechos, basuras, etc. Entonces era normales esos usos y costumbres y daban tal encanto al ambiente que al evocar hoy esas circunstancias valoradas como únicos recursos para la supervivencia nuestra, yo le doy un valor extraordinario, aparte del sentimental ante nuestro alejamiento en el tiempo.

(II)

Cuando hablamos de un pueblo marinero, debemos siempre tener en cuenta esa peculiar circunstancia que no puede ser omitida, por que al final se delata... es esencia particular que emana de un sentimiento íntimo y racional, y por supuesto, que estamos obligados a respetar. Por su historia, ese tiempo que pasó y representa para sus protagonistas algo tan sagrado, como el más exigente culto, por que forma parte de una época memorable para ellos, por que en esas páginas están impresos muchos sacrificios, muchas lágrimas y sinsabores... El hombre de la mar, ¡Por Dios! pienso, debe ser intocable, en el sentido de su descrédito, y sí, por el contrario aceptados con sus defectos, con sus escasos niveles culturales (eso era antes) con sus escasas capacidades intelectuales, y premiarles por su valentía, que es suficiente como para recordarles con especial ternura. Que nadie difame, ni haga reprobaciones cretinas de los hombres de la mar. Y en el caso de mi pueblo, de mi respetable Ranilla, mucho menos, por que peca de grosero y sucio y no debe tener buenos sentimientos para con los demás... ¡Cuánto menos, si es un hijo del Puerto de la Cruz!

Volvamos pues, a dónde nos quedamos en el anterior episodio.

¿Y quién no recuerda a los vendedores del Periódico, gritando la última noticia por las calles a la salida de los primeros ejemplares, que llegaban aquí dos o tres horas más tarde, por las distancias, desde los talleres de impresión?

Falta el canto del gallo en las apacibles madrugadas. Qué grato oírles desde la cama, el eco se repetía y se perdía en la lejanía. Aquí ya no hay gallos (de pico corvo y cresta, se entiende) molestaban al turismo y alguien dio la orden de acabar con ellos, como con los cochinos de rabo corto, otros en cambio fueron disculpados... Y también prohibieron aquellas exquisitas parrandas bajo la luz de la luna, al pie del balcón o la pequeña ventana, dedicada a la muchacha amada... Su música llegaba como una suave caricia hasta la almohada, como no queriendo turbar el sueño y sí, despertar un sentimiento tan profundo como los deseos del galante trovador. A veces, hasta en pleno mes de septiembre "llovía" algún cubo de agua, pero sólo saber que lo habían logrado admitía con placer la refrescante mojada, súbita e inoportuna. A la misma hora comenzaban a oírse el ruido de las escobas de hojas de palmera de los barrenderos de entonces, que junto al sonido agudo, impertinente y monótono del grillo macho, que con sus inquietas alas, duras y cortas producen ese molesto y típico canto que quita el sueño, trastocando como una queja melancólica el silencio de la noche. Cuando el pueblo amanecía estaba tan limpio de basuras que se podía uno sentar en el borde de las aceras sin ensuciarse el pantalón. Han visto como están las aceras hoy día y el pavimento de las plazas públicas, de los odiosos chicles, ello da verdadera pena, y eso no ocurre solamente en Canarias y nos vino de afuera...

Había menos porquería que hoy, o tal vez más espacios abiertos, donde a falta de urinarios públicos y propagandísticas papeleras, la gente a la salida del cine o de los bailes se cuidaban de hacer sus necesidades fisiológicas donde no fuera luego a pasar alguien. Hoy nos orinan hasta en las ruedas de los coches aparcados, y no hay quién los pille...

Y el señor cura era respetado, como los señores carteros, barberos, maestros de escuela, boticarios, etc., todos. Por que antes había "urbanidad". ¡Eso hoy no se conoce! -Y perdonen que emplee palabras raras al expresarme así: “Urbanidad”.

¡Qué diferencia, respetables lectores, es que asombra el cambio!
Volviendo a nuestro pasado, acerquémonos a él, a través del tiempo, a las costas marinas, desde las playas El Ancón, siguiendo luego por la de Martín Alonso (Los Patos), a continuación la de El Bollullo, la de Martiánez, San Telmo, El Penitente, El Muelle Pesquero del Puerto de la Cruz, los bajíos del Peñón, Punta Brava, Los Roques, El Socorro, San Juan de la Rambla, San Marcos y Los Roques de Garachico, etc. El olor de las algas llegaba hasta los pueblos colindantes. No había mayor ilusión que bajar a la playa, la prole completa, con sus casetas de campaña improvisadas con sábanas de dormir y unas cañas... ¡También han sido prohibidas! Y aquellas excursiones a los montes de Las Mercedes y La Esperanza, o a las mismas Cañadas del Teide, a las que íbamos con toda la familia, primero en camiones acondicionados a tal fin, a pasar un día de recreo, tanto viejos, jóvenes, como niños. Llevando la comida hecha y los garrafones de vino y todas esas cosas nuestras indispensables para sentirnos a gusto. No podían faltar las guitarras y los timples, el sombrero de paja ni el paquetito de la baraja para el envite, la mala y la perica, partidos animados con sendos vasos de buen vino. Esos usos y costumbres, también han sido prohibidos. Yo no recuerdo que hubiera incendios en nuestros montes, la pinocha se recogía para su uso, también doméstico, camas para los animales, elaboración del estiércol y otros usos, Pero lo más importante es que no había gente capaz de provocar intencionalmente, algún incendio. Había mucha y buena conciencia a pesar de las diferencias políticas y de clases...

Al cabo del tiempo uno se va sintiendo nostálgico, yo no sé si a todos les pasará igual. Así como recordamos, con tristeza que no ocultamos, de nuestra niñez, cosas ya perdidas en el largo caminos, vivencias de un ayer lejano que dejaron una huella imborrable en nuestra conciencia; también nos vienen, con el mismo sentimiento del recuerdo, todo lo que hicimos ayer, lo bueno y lo malo, por que es así de cierto, y nos sentimos acompañados en los momentos de soledad, como el niño aquél con su primer juguete o el joven que sueña poder llegar a viejo. La vida nos condiciona, a veces duramente para que podamos aceptarla como es, con sus perspectivas halagüeñas y esas otras consecuencias indeseables que nos vienen, avatares infructuosos, desmedidos y crueles, que decimos han sido sin razón alguna, pero que nadie nos oye... Aceptar todo lo que nos viene parece que fuera nuestro destino. Y así, frente a este panorama irreversible sólo nos resta la prudencia, esperar... Y entre tanto, nosotros los que antes hemos vivimos otras situaciones humanas y de diferente reciprocidad social, tenemos un gran consuelo que nadie nos lo puede quitar: los recuerdos.
Si, hoy todo es diferente, más abundancia, lo que genera más complicaciones. El hombre es más egoísta y tiene más de donde echar mano, más oportunidades para robar, engañar al incauto y adulterar la verdad. Hoy la vida más parece un interminable carnaval, aquellos que no llevan caretas puestas la llevan en el corazón. El honor y la vergüenza casi se han perdido. Los pobres cada día que pasa son más pobres. Los Bancos son más usureros cada vez y la vida más difícil vivirla. Con un panorama así, hay que ser muy optimista y fuerte para salir adelante. Sin embargo, aconsejo no tirar la toalla, esto tiene que cambiar para bien. Unamos esfuerzos y seamos un poco más austeros y racionemos un poco el gasto. Nos hemos acostumbrado a vivir como ricos y gastamos más que ellos.


Celestino González Herreros
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