7/2/09

SORPRESIVO MAR DE FONDO PORTUENSE

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Viendo declinar la tarde, asomado en la bocana de nuestro muelle pesquero, resistiendo momentos desapacibles por causa climatológica del mal tiempo reinante y a la vez sobradamente emotivo, viendo la furia del mar batiéndose donde hallara resistencia, tuve la extraña sensación y deseos de huir, pero a la vez resistir porque ante mis ojos disfrutaba de un fenómeno poco usual en las tranquilas aguas (¿?) de la costa marítima de nuestra ciudad. El cielo parecía que iba a caer con todo el peso de sus negras nubes sobre todo el litoral. Hubo momentos que era tal la furia del mar que no se veían las estructuras del muelle, entonces envuelto en olas gigantescas que rompían desaforadamente en sus incontenibles y locas envestidas. Contrastando el blanco de la espuma con el negro y gris del firmamento. Como si las intrépidas mareas quisieran derrapar hasta entrar en el pueblo; como una sentencia agonizante y vengadora.

La bella y elocuente fotografía que ilustra este trabajo, dice más que todas las palabras a las cuales pude recurrir, oportuna proyección que pone de manifiesto la experiencia que viví tan cerca del mismo mar.

Por momentos parecía que iba amainar, pero las arremetidas se repetían con inusitada insistencia, empeorando en ocasiones hasta el punto de amenazar nuestra integridad física… Ya más habituado, más serenamente, viví tal delicia guardando en mis retinas la exuberante manifestación del mar. Las briznas, en consecuencia, mojaban súbitamente y templaban los nervios ante tan inusual acontecimiento. Y como por inercia, temiendo que la mar se calmara, me apresuré a disfrutar del panorama y opté por cerrar los ojos y despierto sentí que soñaba e imaginaba verme dando bruscos bandazos mar adentro desafiando al mal tiempo, viéndome sobre las elevadas crestas de las furiosas olas; y hasta llegué a sentir alejarme de mi puerto, oculto ya y envuelto en el pesado manto de tan inhóspita noche, sin saber a donde me llevaban mis salvajes pensamientos…
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3/2/09

LUCES Y FLORES EN LAS NOCHES PORTUENSES

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Es muy notorio el cambio de imagen adquirido en Puerto de la Cruz, en ocasión de las pasadas fechas navideñas, teniendo en cuenta la decoración luminosa de sus calles, bellas plazas, fachadas de edificios públicos, hornos de cal y aledaños del Tejar, etc. Y digno de todo elogio dicho trabajo ornamental. No podía faltar ese detalle artístico: flores y luces.

Las noches portuenses han cobrado el encanto fiestero que siempre les han caracterizado y uno se deja embriagar en ese ambiente renovador propio de una ciudad moderna y abierta a tantos visitantes ávidos de hallar esos atractivos, que, habitualmente, de forma espontánea les ofrecemos en puntuales ocasiones. Los flash de las distintas cámaras fotográficas disparan en la tibia noche sus focos ilusionados al contemplar tanta belleza, yo también he recorrido eso atractivos lugares, captando para el recuerdo esos motivos de innegable encanto. La noche se hace mágica, todo parece signado por hadas y duendecillos, para sorprendernos oportunamente.

Puerto de la Cruz tiene eso que cautiva, mezcla de tonalidades, condiciones, perspectivas y perfiles entrañables, es sin duda alguna, un centro atractivo natural armonizado por el hombre. En esta ocasión, la imaginación se ha desbordado y la fantasía ha vuelto a resurgir por todos los lugares de la ciudad: luz y flores, poética expresión, pero nada más real.

¿De quién fue la idea? Da igual, siempre la luz aparece cuando se siente la ilusión participativa al lado de los que nos rodean... En cada caso similar, prima el reconocimiento de aquello que está bien hecho, donde no ha influido el egoísta protagonismo político y se ha escuchado al corazón en ese empeño sentimental de la igualdad, aunque sea por unos días… Da igual el color de la camisa que lleves puesta si te cae bien y llamas la atención discretamente. Felicidades, por lo que luce bonito, lo otro son cosas pasajeras que no dejan huellas, ni despiertan tanto entusiasmo.

Esta algarabía que contagia en estas fechas de paz y de amor, evidencian el gran deseo solidario que nos une. Puerto de la Cruz es capaz de dar más de lo que tiene. Las calles son ríos humanos, que, sonrientes y por ende satisfechos, consumen los segundos, minutos y las horas de estancia en nuestra isla sin preocupación alguna y esa tranquilidad les condicionan para el disfrute pleno de sus vacaciones. Tenerife tiene esa magia en nuestra Capital y cada uno de nuestros pueblos, villas y ciudades, sólo que nuestros rincones hablan por sí solos, del embrujo de la ciudad de Puerto de la Cruz y su gentes, sus paseos y la costa que nos baña, que nos traen con sus suaves brisas, cantos de lejanas leyendas que nos enamoran y al corazón insuflan la apacible ternura en cada momento compartido, desde donde los ángeles duermen.

En el silencio de la noche, mientras la ciudad duerme, andar por sus calles y detenerse en sus plazas públicas para admirar tantos adornos luminosos y la flor de pascua, bajo la luz de la Luna reluciendo su vigoroso colorido, en verdad, sobrecoge un tanto, uno se siente amansado de la fuerte tensión del diario acontecer y nuestra mente se va poblando de recuerdos, de cómo han evolucionado los pueblos, cómo todo se ha ido transformando, aunque hayamos perdido tanto. También, con el progreso se han ido cultivando y remozando nuevas estructuras. La ciudad que hoy duerme, cuando amanece despierta con esos aires renovados en el marco de la modernidad, para cumplir la nueva misión turística. Y si ayer fue la agricultura, la pesca y el comercio… hoy se debe, inexcusablemente, al turismo y está en condiciones de asumir su reto, ofreciendo calidad y servicios modernos, junto a sus otras e indiscutibles excelencias naturales.

LUCES Y SOMBRAS EN MI AGÓNICO VALLE

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Me había absorbido el silencio de la noche; por momentos llegué a sentirme cómplice de los duendes nostálgicos que deambulaban sentimentalmente, evadidos de su habitual recogimiento, evocadores de pretéritas vivencias. Muchas de ellas desterradas en el mundano olvido y en las distancias... Que el tiempo ha pasado con sus prisas acostumbradas, dejándonos esa sensación de abandono cuando se nos han ido de las manos buena parte de la vida y la intimidad de los sueños de aquella dulce edad...

Mientras me asomaba en la orilla del camino vi, abajo en la hondonada del Valle y al filo de la costa, los destellos de las luces del Puerto de la Cruz, cual si fueran una constelación fúlgida compuesta de fantásticas formas luminosas, diamantes conectados al negro manto, sí, que refulgieran en la oscuridad y en el silencio de la lejanía. Como una visión quimérica de sueños y luces que parpadearan... Adiviné, en esos instantes, fulgores sublimados de la Ciudad convulsionada por los atractivos que en ella concurren y por la multiplicidad de motivos sugerentes en cada uno de los encuentros fascinantes de su entorno cosmopolita. Tal vez, esa atracción idílica hizo que me detuviera largo tiempo en su contemplación; y busqué, en tal embrujo sensitivo, algo que siempre esperé ver aparecer: el milagro de una visión entrañable perteneciente a ese pasado que se remonta muy lejos de mí.

La embriaguez sensorial quebró mis sentidos, enturbiando el paisaje melancólico de mi Valle, ahora sepultado en el inmenso silencio de la noche, que sólo las luces de los pueblos a mi alcance visual, delataban la intempestiva metamorfosis de nuestros suelos, desde las montañas hasta la costa, como una cascada luminiscente, ladera abajo, hasta llegar al mar que baña nuestras costas y, en ese atisbo hallé las diminutas embarcaciones ahora asistidas por sus lánguidos mechones encendidos que se reflejan en las tranquilas aguas, rielándolas con su luz proyectada sutilmente también hacia la escollera y los salpicados riscos de sus exóticos bajíos... La vista se me extasiaba viendo tantos resplandores y sentía que el corazón, de puro regocijo, se me inflamaba. Me sentía deliciosamente atrapado, como si fuera la última vez que iba a ver todo aquello que objetivamente aparecía ante mis ojos. No sentía prisas por abandonar el lugar y poseído por esa eminente sensación me fui rindiendo, sin ganas de hacer esfuerzo alguno; sólo el pensamiento quería iniciar el peregrino deslizar en busca de las tiernas sensaciones de la emoción que uno experimenta al evocar aquellas cosas que sucedieron y que evolucionaron paulatinamente con el paso del tiempo. ¡Oh, dulce sinfonía la de los sueños que dejan las estelas imborrables del amor, u otras harto deliciosas y placenteras, las cuales transcurren silenciosas trasponiendo todos los umbrales de la ilusión, reflejando así mismo el calor de la pasión contenida, hacia ese infinito, morada eterna de los recuerdos, ahora liberados en mi mente.

Los caminos estaban solitarios, apenas las brisas transmitían sus suaves caricias; no como fuera antes, cuando corríamos por el campo, o abajo en la tranquila playa... Ahora están desiertos, no se oyen los pasos, ya se apagó la risa que antes se oyera... Ahora siquiera oigo cuando las aguas del manantial se mueven sobre los salientes de las rocas, ni cuando corren por los causes de las quebradas; todo parece haber enmudecido en los barrancos, sólo se oye la algarabía de los grillos, que también se apaga ante mi presencia; y, sin detenerme aún, sigo buscando en la noche a que aclaren los caminos, que se quiebren las tinieblas de mi sueño y se rompa el silencio...

Sobre la pesada piedra donde estaba apoyado descargué mi dolor, allí quedaron mis lamentos, mis desencantos y todos mis fracasos mientras miraba a mi Valle de La Orotava. Había penetrado en la oscuridad de la noche recordando todas las cosas bellas que en ese encantador entorno la vida me había dado y entre tantas y emotivas meditaciones, también surgieron las decepciones y no pocas desventuras acumuladas que entonces afloraron entre los desvaríos míos cuando sentí el temor que la soledad nos depara al evocar con los recuerdos el pasado.

Mi mente, poblada de tantos recuerdos, siguió taciturna por todos esos senderos, entre luces y sombras; y la imaginación mía que en vigilia constante sondeaba esa barrera luminiscente buscando a mi verde Valle, sin querer aceptar la tragedia como una luctuosa realidad oculta en la noche... Abajo había gritos y estertores que la noche con la mordaza de su silencio trataba de callar, ahogando así su último aliento... Nunca una noche fue tan larga para mí y al despertar, sobresaltado, corrí hacia la ventana, sudoroso y mi corazón agitadísimo: ¡mi Valle aún vivía!.. Entre sus escombros, esta mágica Primavera, veremos florecer la hierba en su fértil tierra y las aves revolotear entre los caídos matojos... No habrá muerto mi Valle mientras dure este lapso vernal y en tanto, sus caminos estén alegres noche y día, a pasar de tantas luces y sombras... Volverán otra vez a florecer los geranios en sus hoy maltrechos patios y las buganvillas con sus retoños primaverales... Mientras viva mi Valle cantaré hasta que el Cielo oiga mis plegarias... ¡Rogándole a Dios que no muera mi Valle!..

HILOS MUSICALES Y AROMAS SILVESTRES

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Al pasar por el salón donde tengo instalados los equipos de música, sentí deseos de activarlos, oír algunas interpretaciones acordes con mi estado anímico, ya que en esos instantes no estaba, precisamente, muy animado que digamos. Me apeteció algo de Schumann (Kinderzeneen Op. 15) Antes pensaba hacer otras cosa mientras oyera esas deliciosas interpretaciones musicales, y entre tanto me movería de un lado a otro, fuera de mi habitual costumbre. Mas, las notas musicales fueron adormeciéndome y transformando a mi espíritu. Me sentí nostálgico, casi abatido, también, por los influjos poéticos que me sustraían; y acabé sentado frente a un blanco papel, en el secreter de la sala. Sin fuerzas físicas, casi, sólo el halo romántico que me envolvía, hasta sentir fluir las palabras y los deseos contenidos, desordenadamente, al salir liberadas por la emoción que me embargaba, yendo al papel que ansioso esperaba ese encuentro. Y mientras mi corazón sufría apesadumbrado, pude ordenar las ideas y los propios sentimientos, obviamente se trataba de encausar los recuerdos que se agolpaban en mi mente. Aquellas vivencias habían vuelto a entristecer a mi alma, volví a sentir aquel sufrimiento, tiempo pasado y que aún sigue dañándonos. Aquella juventud, aquellos días tan sublimes, llenos de tiernas fantasías, de bondad incalculable y que no debió acabarse. Aquello era amor, no era otra cosa, y se nos fue de las manos sin darnos cuenta. Se nos fue para siempre y sin saber porqué.

Sigo oyendo la exquisitez de tan bella música, cuyos compases un tanto tristes, elevan a mi espíritu, me saca de este ambiente mundano, de todo cuanto me rodea y me transporta a otros lugares, rincones oníricos donde siempre estarán los senderos aquellos, lugares amados que entonces anduvimos juntos, absortos bajo el poder mágico de nuestras acariciadoras miradas. Un mundo creado por nosotros mismos, pequeño y tranquilo... Sólo para amarnos, sin voces extrañas ni curiosas miradas que pudieran turbar el idilio de nuestras caricias. Solos, en un lugar salvaje y lleno de atractivos poéticos, sin tempestades capaces de poder separarnos. Caminos dorados en inmensas sabanas tocados por un sol distinto y a la vez reparador; y por brisas transportando hilos musicales y aromas silvestres de campos floridos, llegados sólo para brindarnos sus mágicos efluvios en nuestras cuitas de amor.

Tomé su portarretrato entre mis manos y la miré con tanto dolor como ternura, los ojos humedecidos... Casi sin poder ver, y le besé nuevamente. Es ella. ¡Oh Dios! Siempre estará conmigo mientras dure mi permanencia aquí, en este mundo real, donde la vida sigue su curso y no nos deja ir más allá, cuando lo deseamos.

El piano sigue gimiendo y elevando sus cándidas notas, como mi alma se eleva, cual ave inspirada que agita su frágil vuelo por los caminos fantásticos de la imaginación, buscando el sigilo de su soledad, los yermos parajes, previos a la divina contemplación.

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2/2/09

AQUEL ERA UN LUGAR ENCANTADOR

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Barroso es un barrio de la parte alta de La Orotava. Intento hacer una semblanza, de cómo fue en la época de su máximo esplendor, hace cinco o seis décadas y no sé si llegué a idealizar ese añorado entorno ambiental, lo cierto es que me entusiasma la idea de señalar aquellas admirables excelencias, desde cuando fui un muchacho. Y puede ser que en esa tierna edad, fuera capaz de sensibilizarme excesivamente y me condicionara para ver las cosas desde distinta óptica y las interpretara más hermosas, entonces. Nada hay de particular en ello, ahora sólo pretendo revivirlas tal y como eran, con quienes le conocieron y con dicha evocación disfrutar de esos momentos entrañables que muchos de nosotros vivimos y no podemos olvidar.

Antes era de una belleza incomparable, jamás se repetirán tantos encantos juntos, por su conservación estética y eminentemente agrícola. Era lugar de transito obligado, para aquellos que iban hacia Las Cañadas del Teide, y su poético entorno ambiental era admirable. Nunca vi tantos frutales a la vez, los castaños y nogales bordeaban la carretera, desde La Orotava hasta muy avanzada la vía de acceso al monte. La abundancia de frutales enriquecían los terrenos cultivados y sus lindes. Abundaban los cereales, principalmente el millo; papas, viñedos, etc. La lista es delirante, por su variedad y exuberancia.

Por doquiera aparecían los típicos pajares o chozas con techumbre de paja y paredes anchas, confeccionadas con piedra y barro, donde encerraban y conservaban la cosecha recogida y las hojas frescas del grano y otras, por el ambiente húmedo que proporcionaban; y almacenaban todo cuanto recolectaban, millo, castañas, nueces, almendras, etc. Aquellas peras y manzanas de distintas especies, limpias y olorosas, despertaban el apetito de morderlas. Y el cultivo de la vid, con el característico peso de sus abultados racimos de uva, realmente impresionantes. Hubo ganado de calidad en cantidad y agua en abundancia.

Desde arriba se veía El Valle, que llega desde la cumbre hasta las espumosas aguas, donde dejan su blancura en la rizada mar las olas que golpean nuestras costas norteñas. Era cual falda verde que le cubriera y se veían, apenas algunas casas escondidas entre la frondosa platanera, donde también abundaban frutales y hortalizas; animada con la presencia de los circulares estanques de regadío, que refulgían desde la distancia, bajo los rayos del sol.

En las frescas tardes, eran obligados los paseos por la angosta carretera, un tanto melancólicos, cuando la bruma bajaba y nos envolvía. Esas tardes en Barroso, las recordaré siempre, cuando íbamos a veranear todos los años... Siempre había alguien que supiera rascar las cuerdas de la guitarra, y bajo la luz de la luna, peregrinábamos canturreando viejas melodías de amor o los aires musicales de nuestra tierra canaria. Entonces, en ese aislamiento, nos perdíamos en la espesura de la niebla, entre un mar de nubes y la cumbre, que parecía se dilatara en sus cromáticas formas, bajo el cielo obnibulado, más allá tachonado de estrellas que parpadean mimosas en la lejanía; acariciados siempre, por ese airecillo frío del campo, que tanto embriaga y enamora. Y en la soledad estimula los más recónditos sentimientos. Los animales, llevados por el risueño campesino, a pesar de llevar, calladamente, la pesada carga de sus desilusiones y quebrantos, iban y venían en ambos sentidos, llevando la espléndida cosecha a su destino. Las ventitas consolaban a los más sedientos con deliciosos vinos y jugosos quesos del país.. Los famosos rosquetes no podían faltar, ni los chochos...

Son vivencias enternecedoras que evocándolas ayudan a vivir y arrancan sentimientos ocultos en lo más profundo del corazón.

Barroso ya no es el mismo, ha perdido su antiguo encanto; ni las gentes son aquellos que conservo en la memoria y que me han dejado, con el recuerdo de sus vidas, la sensación de haber muerto también. Viéndole nuevamente hace sentirme como un extraño, en un barrio distinto. Los años lo han cambiado todo, aquel era un lugar encantador, donde solía soñar entre brumas y el perfume de sus frutales, viendo abajo, cuan verde era mi valle, ahora maltrecho y herido, dejándonos decepcionados al recordar las expresiones de admiración que antaño inspiraran a tantos sabios exploradores y científicos que venían a contemplarlo por sus bellezas naturales, universalmente reconocidas.

Barroso y tantos barrios de nuestro Valle de La Orotava, hoy, sólo son una quimera sentimental del pasado; al final de todo, aunque ya nada podamos hacer, brindémosle un último tributo de amor.

El progreso y las exigencias de la vida lo han trastocado todo y no es que estuviera aquel entorno de más, sólo si, me hubiera gustado que los muchachos de hoy hubieran disfrutado de ese lugar, tanto como disfruté yo y los de mi época. Esos días en contacto con la Naturaleza y viviendo la vida del campo, al menos para mí, fue como una escuela donde aprendí para siempre a entender la tierra, su generosidad inmensa y cuanto atesora, cuando se la sabe atender y se le da nuestro sudor y cariño. Compartir el tiempo con los campesinos nos enriquecía cada vez más. Practicar las labores del campo era trabajo duro, pero ilusionaba, así como lidiar a los animales. Aquellas tardes, acompañados de una vela encendida y el silencio del ambiente de recogida era emocionante. Y antes que saliera el Sol, ya estaban las veredas de las lomadas concurridas e íbamos a la faena, a aprender más cada día por si alguna vez lo necesitábamos a donde tuviéramos que ir a ganarnos la vida. Uno nunca sabía… Los muchachos de hoy debieran de aprovechar las vacaciones escolares en estos menesteres, nunca se sabe, máxime si la situación económica empeora. Nunca se sabe… Y el campo hoy está abandonado y la agricultura. Hoy, sin poder evitarlo, exclamo: ¡Cuánto tiempo se ha perdido, sin pensar en los reveces de la vida!..

A VECES, QUÉ SOLOS ESTÁN LOS MÁS POBRES

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Estoy hecho un lío sentimental. Mas, parece como si con el año que ya ha concluido, quisieran también abandonarme cosas íntimas, aquellos últimos conceptos que me acompañaron... Ideas, propósitos personales; y todo aquello almacenado en el corazón y en la mente, para reestructurarlo alguna vez, y hacer veraces confesiones escritas...

En estos momentos debo ser cauto, nada de lo que correspondió al cansado pasado, hoy iba a tener vigencia, al comienzo del nuevo año. De todas formas, aún no sabemos como nos va a retribuir el tierno calendario, qué nos tiene reservado. Lo cierto es que, al asomarme a la ventana, en los albores del nuevo día, como cada año, miro hacia fuera con ilusión, buscando algún atractivo entre todas las cosas que se mueven queriendo llamar mi atención. Tal vez, para motivarme, sí, para incentivar a mi confuso espíritu ilusión para poder seguir viviendo un poco mejor.

Sin hacer un exhaustivo balance de aquellas amadas cosas que quedaron atrás, nos aventuramos a iniciar el juego ilusionado de la suerte. Y, embriagados de entusiasmo, parecemos otras personas, más crédulas cada vez: creyendo en los presagios del destino. Pensando que esa suerte cambiaría a la Humanidad. Que habrá menos guerras; y el hambre que sufren tantos millones de seres, se va a mitigar con los aires lozanos del nuevo año. Que los distintos Gobiernos van a ver realizados sus buenos propósitos solidarios hacia los demás que agonizan, caídos en las peores desgracias. Todos queremos ser mejores, pero no podemos, mientras exista la codicia de algunos, cuyos pueblos jamás podrán ser solidarios con aquellos que nos necesitan. El hombre no consigue entender que ser humilde no le va a desmerecer en nada. La humildad es el sentimiento más noble que pueda sentir el hombre. Lo hace más grande e importante. Y, mirando al frente, debemos contribuir, de la forma que fuera, a borrar aquel maquillaje de la hipocresía de los demás. Hacer un bloque común en pro de tantos males que aquejan a la Humanidad, simplemente siendo solidarios, compadeciéndonos de tantos semejantes que sufren lo indecible, que mueren escalonadamente acompasados en esos saltos del tiempo, de un segundo a otro, sin que sepamos poner remedio a tantas tragedias. Como decía al comienzo de este dramático tema: "Estoy hecho un lío sentimental, sin saber qué hacer, cómo pensar, o si, exteriorizar así mi indefensión".

Uno llega a sentirse tan poca cosa frente a la indolencia del destino, ser un poco más cautos, rogar a Dios por que no caigamos en ese infierno terrenal. Que nos preserve siempre de tantas tribulaciones y nos de conciencia de ello.

Y para colmo de males la crisis universal, ahora los pobres serán más pobres, las partidas económicas destinadas para ayudarles serán congeladas en su mayoría, el hambre y el frió acabará con muchos de ellos y al decir muchos, pensemos en cifras millonarias. Las guerras seguirán barriendo tantos seres inocentes. Habrá más enfermedades y la corrupción se desbordará. Eso y más es lo que nos ha traído el nuevo calendario.

Quisiera ser menos pesimista, ¿pero quién me convence de que no estoy en lo cierto? Es obvio que tenemos que adaptarnos a las circunstancia, pero nunca tirar la toalla. Trabajar en lo que sea, aunque no nos guste, si no vendrán de afuera a quitarnos esa oportunidad que se nos brinda. Costumbre muy dada entre nosotros: ¡Yo no nací para eso! Y entre los que vienen de fuera quieren llevarse lo mejor, eso siempre ha sido así, los enchufados… Lo importante es pensar que hay que llevar el pan a nuestra casa, sea como sea. Nadie nos lo va a llevar. Por ejemplo, el campo está esperando brazos fuertes que lo trabaje, nuestra juventud debe colaborar con sus mayores y con ello sanear la economía del hogar y nutrir la despensa. La tierra siempre ha sido generosa. Según se agrupan para celebrar otros menesteres, reúnanse en cooperativas, negocien con los respectivos gobiernos y comprométanse a sacar adelante la agricultura y la ganadería. Es necesaria una revolución agraria y sin perder tiempo, todos íbamos a beneficiarnos. Atendamos con sumo tacto, también al Turismo, hemos de dar lo mejor de nosotros y denunciar siempre a los aprovechados y a los corruptos si queremos que nuestros esfuerzos cristalicen. Parar el tren de la locura que hasta hoy ha marchado vertiginosamente hacia nuestro común fracaso. A trabajar todo el mundo, en lo que sea, sin olvidar el campo, tantas tierras abandonadas esperando realizarlas para la construcción y la explotación de las mismas, indiscriminadamente. Todo se puede conjugar previo estudio equitativo, pero pensar en cuales son los ingredientes necesarios para cocinar un buen potaje o un puchero de los nuestros. Pensar que nuestros mayores y los niños necesitan diariamente leche como alimento indispensable. La tierra está ahí esperándonos.

TODOS A UNA POR CARIDAD

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Existe un compromiso social ineludible, respecto al Tercer Mundo; y aunque parezca, para algunos, problemas de otros, en realidad es cosa de todos, de cada uno de nosotros. De la conciencia de aquellos que en verdad podemos desprendernos de un poco de algo de lo que tenemos y que no vamos a echar tanto de menos. Siempre hemos sido generosos con los demás: es una virtud de los hijos de Canarias, siempre en ese sentido nos hemos caracterizado, máxime en cualquier situación extrema, cuando nuestros semejantes sufren algún revés en la vida, etc. Somos generosos y callados y poco proclives a pregonar las limosnas de amor que hacemos. Aunque si, deseamos saber, de que nuestra contribución “caritativa” sea repartida con justicia, dando prioridad a los que más la necesitan.

Conozco el problema de los marginados y también el de los ignorados, por estar más distanciados, en el espacio geográfico. Hablemos, concretamente, de Venezuela, de la clase social menos favorecida, ya que para ellos, y en un área determinada, trabajé durante ocho años ininterrumpidos para los leprosos del Estado Lara. Dependiendo como funcionario del Servicio de Dermatología sanitaria de la República hermana. Dicho estado, lo recorrí - palmo a palmo - tres veces consecutivas, toda su extensión, bajo la dirección del prestigioso Dr. Don Felipe Hernández Hernández, ya jubilado, hijo también de nuestro Puerto de la Cruz, y aun residiendo en Barquisimeto, ha fallecido el pasado año.

El Estado Lara, en algunos lugares su orografía es muy accidentada, con muchos desniveles montañosos y en sus declives amplias quebradas con abundante agua que arrastran de las repentinas lluvias; y sus cumbres son casi intransitables por lo escabrosas. Hasta donde llegaban los jeep oficiales íbamos mecanizados; luego en bestias o caballos tomábamos los caminos más insólitos, hasta llegar al lugar previamente señalado y allí a desarrollar los programas elaborados desde la sede central de la Unidad Sanitaria en Barquisimeto. No entro en pormenores por problemas de espacio, más que por otra razón. Si, adelanto que muy pocos puede imaginarse cómo viven hoy aquellos que fueron tan felices en su medio ambiental, en sus tierras vírgenes y fértiles, donde nada les faltaba y eran inmensamente felices. Concretamente hablo, en esta ocasión, de los más apartados de la civilización moderna y sus excelencias materiales. Les azotó el progreso de los adelantados, la ambición del que lo tiene todo y aún le parece poco. El poder del hombre sobre los más débiles. La avaricia que tanto les ciega y no escuchan el agónico grito de las despavoridas criaturas que dejan sus pertenencias y huyen para salvar sus vidas. Y luego no saben donde ir ni hallan en ningún lugar porque todo está igual en esos sitios y en la selva... Las máquinas devastan los terrenos y arrancan sus humildes hogares, la tierra que les daba lo necesario para vivir con sus familias... Lamentablemente, ya no sólo es Venezuela, ocurre en toda Centro y América del Sur. Sufren sus gentes pobres la más angustiosa situación económica y social. Así mueren tristemente, en el más absoluto abandono, sin recursos asistenciales de toda índole y por ende están a merced de la muerte. Como si morir de hambre, sed y frío, fuera el destino para el que vinieron al mundo.

Mientras, a nosotros no nos falta nunca, al menos hoy por hoy, para gastar en superfluas satisfacciones, lo que se nos venga en ganas. Yo sé lo que es ver sacar hasta dos cadáveres en una mañana de una misma choza, y más allá otros dos, uno, tres...También sé la satisfacción que se siente, cuando has luchado denodadamente por salvar otras vidas de las mismas familias y los ves, al cabo de algún tiempo, jugando en el carrizal o andando ladera abajo, y te los tropiezas en el sendero y te premian, inocentemente, con esa cálida sonrisa de la gratitud y del cariño. La vida tiene sus gratas compensaciones, no todo, necesariamente, va a ser negativo, sólo que hay que comprometerse seriamente con ese proyecto humano. Esa causa justificada. Sin llegar a convivir con la miseria en si, se puede materializar el deseo de ayudar a los que nos necesitan, desde nuestra cómoda posición. Dios lo agradece igual, contribuyendo de alguna manera; y atendiendo la llamada de aquellos que proyectan la marcha generosa hacia el lugar afectado de nuestra contribución humana, social y cristiana.

LA PÁLIDA LUZ DE ESA NUEVA AURORA

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Toda la luz, cual sinfonía celestial que llegara, fue como si se volcara sobre el blanco papel donde escribo y ella quisiera, de súbito, borrar con su transparencia virtual los borrones que hubieran, esas dudas y contradicciones que a veces nos acosan o acompañan en el concierto mundano de nuestra existencia. Toda la luz llegó como un vendaval inesperado y en ese claro de luz, mi mente fue liberada y brotaron nuevos pensamientos como en un sueño; y los caminos florecieron todos; y las quebradas y los atajos más dispersos. Todo fue transformándose con la solemnidad del momento en otra dimensión distinta, en lugares nunca vistos, aunque muchas veces soñados, caprichosamente soñados. Y por la empalizada me pareció verte, silente, cruzando el callado pavimento tantas veces andado juntos. Se desataron las firmes ligaduras de nuestra propia incomprensión y aparecieron los desperfectos ya viciados por el tiempo transcurrido, apenas reconocibles, pero eran nuestros defectos y nuestra intolerancia, la vaguedad de nuestra escasa experiencia y las indecisiones de nuestros sanos impulsos a pesar de todo.

¡OH Dios!, necesito un amplio lienzo, que sea el mayor... Ya que este trozo de papel es muy escaso para volcar en él todo el caudal de voces y pensamientos que han renacido en mi mente. De súbito ha sido, al pensar en ti. Un lienzo para buscar en ese mar de luces aquellos resquicios de sombras volatizables de mi pasión. La otra cadencia del singular concierto, donde se esconden los recuerdos más turbios, los inconfesables recuerdos, el llanto callado y las lágrimas que aún titilan como perlas encendidas en nuestro corazón.
La brisa cuando acaricia, más parece que nos devolviera esa paz tan necesaria... Y entre tanto, escapamos del cruel laberinto de nuestras confusiones.
Donde hay o hubo amor, siempre hay perdón; hasta en los sueños Dios perdona, aún cuando desafiemos las leyes divinas y luchemos por conseguir “oníricamente” lo que el destino nos quitó.
Con tanta luz y un lienzo apropiado, de pinceles armado y un montón de pinturas, con mi mente alocada y el corazón tan henchido de amor, ¡ay, Dios mío!, cuántas pinceladas, qué torbellino de luces y colores juntos, de sombras y abismos... ¡Ay!, si pudiera plasmar en ese imaginario lienzo mi pasión y el amor que siento por todo cuanto me rodea hoy y lo inalcanzable. La pálida luz de esa nueva aurora es ahora como un mágico amanecer que surgiera en mi alma, es la luz delatora de mi inmensa felicidad...