23/11/08

PENSANDO EN TI...

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Pensando en ti, ¡oh musa!
en el desierto camino,
yo huía del incierto destino,
la noche viendo difusa...

Cuando los pasos iba dando,
¿éllos no estaban conmigo?
Apenas casi consigo
saberme feliz dudando.

Bajo la lluvia te llamo
clamándote con mi prosa
de la forma más piadosa
sin hacer ningún reclamo...

Bajo la lluvia te lloro
pisoteando el barro;
entre sollozos amarro
tus ligaduras en oro.

Pensando en ti, ¡oh musa!,
entrañable compañera,
que he sufrido larga espera
y te he visto confusa...

*****

Pensando en tí escribí los últimos versos, sentí mientras ordenaba mis palabras buscando la métrica, un rubor extraño, quizás no fuera vergüenza, más parece que fuera temor... Pensaba y no hilvanaba los pensamientos que anduvieron largo rato a la deriva. Sólo te vi a ti, que te acercabas, eras sólo una silueta que no se definía y no sabía si reías o callabas. Se que cuando te acercabas menos te veía y en las palabras buscaba la razón de tal surrealismo. Siguieron surgiendo las tímidas palabras y el sentimiento que me embargaba fue tomando forma. Las tinieblas de la confusión fueron ahuyentándose de mi mente; mi corazón volvía a sentir el pulso del tiempo.

Brindé al amor toda mi angustia que sorbí lentamente y en ese consuelo hallé mi inspiración. Vi volar a lo lejos destellos que se apagaban luego. Vi la danza de la lluvia obligada por los vientos céfiros que la abrazaban, vi morir la tarde y escuché los lastimeros ecos de su huida fulgurada por la luz crepuscular en su último aliento, allá, a lo lejos... Y los versos de la agonía eran mis versos, y su llanto la sinfonía que arrancaba mis palabras del mar de las melodías el llanto y la risa y la suave caricia que, a su paso, la brisa a veces nos deja.

Vi los caminos desiertos por donde ansiaba ir contigo, todo parecía cierto, hasta tu voz que me alertaba de mi incrédula pesadilla... Tú que fuiste siempre mi musa preferida, la que me hiere, la que me ama y me abandona en el fantástico mundo de las cruentas visiones y las más bellas alucinaciones en la ancha y tranquila laguna de los cisnes de oro y plata, de luz y amor. ¡Oh musa! Tu que me diste los motivos y el romántico sentir de mi padecer me inspiraste los últimos versos que siempre omití... Versos que no salieron de mi alma y que emigraron conmigo al confín inmediato de mi placentera ausencia... ¡Allá, a lo lejos de toda métrica y armonía!... Libres como las palomas solitarias que se posan donde les llamen o donde las brisas les lleven y puedan regresar conmigo sin que se rompa jamás el idilio que nos une en el silencio de las sombras.


Celestino González Herreros
Puerto de la Cruz, a doce de noviembre de 1.993

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Doña Gregoria Álvarez mi maestra de escuela

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Acabo de ver y abrazar a mi antigua maestra de escuela, a quien siempre respeté y admiré por sus excelentes cualidades humanas. Que también los niños saben de esas cosas. Era, pues, y por suerte, aún lo sigue siendo, a pesar de los años transcurridos desde entonces, entrañablemente cariñosa. Descendiendo de la rama genealógica de los Álvarez Rixo, residente también en la ciudad de Puerto de la Cruz. Hoy vive sola, pues enviudó hace algunos años.

Es una historia digna de ser recopilada con cada una de aquellas maravillosas vivencias suyas. Sobrarían argumentos apasionantes de su ejemplar vida.
Le di un tierno abrazo, pero confieso, dentro de mí, en mi subconsciente, sentí un profundo sentimiento de piedad y ternura, de inmensa gratitud; de tal manera; que llegó a conmoverme.

Al verle le dije en voz alta: - Gregorita, ¿quién fue, entre todos tus alumnos, uno de los niños más bueno y aplicado, el más estudioso y aseado con sus cuadernos, cuando nos dabas clase?..
– Tú, respondió ella, también emocionada, más que nada, por la forma poco habitual de asaltarle y en plena calle. Y a mi edad. ¡Qué abrazo tan emotivo!

No sé la razón, tal vez fuera, por que estamos muy transformados, desde más de sesenta años; y porque seguimos queriéndonos igual que fuera antes. Mi maestra querida, Gregorita Álvarez, como cariñosamente le decíamos. ¡Y cómo me comprendía entonces! Hoy, pese a los añadidos estéticos: palidez de la piel, arrugas y su expresión nostálgica en su melancólica mirada, frente a ella volví a sentirme como cuando era un niño, aquel muchacho que siempre le escuchaba con atención y le admiraba con desmedida devoción. - Tino, me decía, siéntate a mi lado.

En estos disuasorios instantes, me siento asaltado por los recuerdos. Aquello, más que una clase, era como un hogar acogedor, donde nos debatíamos inspirados por su incondicional afecto e interés por que aprendiéramos, para que supiéramos desenvolvernos en el futuro tan inmediato de nuestros días. Había que aprovechar el tiempo, estudiando y atendiendo los sabios consejos suyos.

Doña Gregoria Álvarez era como una madre para todos sus alumnos y de ella aprendimos las primeras luces de nuestra modesta cultura. Ella era el freno de la continuidad de todas nuestras dudas e inquietudes. Supo aclarar los caminos de esos habituales dilemas y nos deparó siempre los mejores consejos, para nunca ser esclavos de nuestra ignorancia. Gritaba insistentemente, para así despertar a nuestra conciencia y transmitirnos el máximo interés por aquellos pasajes de la vida que pudiéramos descuidar, dada nuestra corta edad, y que preservándolos ayudarían a entender mejor la difícil trama de aquellos conocimientos básicos. Desde la caligrafía elemental, hasta las primeras reglas pedagógicas y de urbanidad...

A nuestra edad, en circunstancias normales, encontrarnos y abrazarnos tan efusivamente, al menos, en lo que a mí respecta, ha sido una prueba indiscutible de ternura desbordante... Para ella, no sé, le vi un tanto desconcertada, casi sin tiempo para reflexionar, tal vez, pero en su dulce mirada adiviné la gratitud que sentía en esos momentos, más que nada, evocando aquella época llena de tantos sacrificios y a la vez, de incalculables satisfacciones. Seguramente, por su mente pasó un tropel de pensamientos y las párvulas imágenes de aquellos niños y muchachos adolescentes a quienes ella tanto amó; y descargó, en nuestro afortunado abrazo con ímpetus enternecedores, la grata sensación vivida en ese apasionado encuentro, que a la vez estaba despertando tan bellos instantes vividos hace ya muchos años....
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Espléndida noche de plenilunio

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No vi nacer la luz de aquel virtual plenilunio, estaba ausente, la mirada perdida en el infinito, en el letargo de una breve abstracción. No vi el resplandor lunar conjugarse con los últimos y agónicos influjos del Sol; estaba perdido... Comenzando a gestarse el más bello momento, entre la luz y las sombras, entre los distintos estertores de la tarde y el mágico alumbramiento del espacio sideral. No vi claridad alguna mientras el subconsciente vagaba por otros derroteros.

Así, mientras se detuvo el tiempo, o si transcurrió, no sé, sumido en esa soledad, sólo con la evocación del momento, sin saber con quién compartir el tedio, si sentía o no sentía. Entre tanto, afuera podía divisarse aquel espléndido y débil resplandor, aquella comunión entre distintas luces, las del Sol huidizas y la Luna primorosa, soltando sus dorados cabellos sobre la faz de la Tierra, amenizando así el silencio sobrecogedor en que estuve sumido. Plenilunio de luz celestial, de voces ahogadas como si despertaran… De tristes e incrédulas miradas, de sueños truncados e ilusiones pedidas. Sobre la faz de la Tierra aún riela acariciando las sombras del tiempo que va discurriendo, aunque las aguas del arroyuelo bajen riendo y lamiendo los márgenes del místico cause que las llevan hacia el infinito de los sueños. Allá afuera, desde mi figurativo cautiverio se oyen voces alegres, un festín inacabable, luces y sombras, cielo, mar y aire; y mucho alejamiento. No se oyen quejas ni lamentos, no se advierte drama alguno. Todo es alegría, clarines y trompetas, suaves brisas que acarician, sueños, ilusiones, fantasías... No hay despojos y si los hubo no se vieron.

Juntos fuimos por el camino más largo, esa noche de plenilunio, entre las sombras nos escurrimos todo el tiempo, ocultos como si huyéramos de nosotros mismos, hasta perdernos en el silencio de nuestro distanciamiento, lejos del mundano ruido, toda la noche.

Vimos cuando comienza a salir el Sol, apenas despuntaba el alba. Aquella noche nos pareció distinta, más serena y fría que nunca, nos pareció algo trasnochada. Sigilosamente, se ocultaba la Luna... Recuerdo, si, que al despertar y percatarme que estaba solo en mi lecho, sentí desgarrárseme el corazón, su espacio estaba tan solo y frió… Estuve con ella mientras soñaba, ¡todo era tan distinto!, y la verdad, qué cruel es a veces…
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Feliz reencuentro con el pasado portuense

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En la calle coincidí con una antigua amiga, que por cierto, tardó en reconocerme, pero al final, después de un tortuoso rodeo, calló en la cuenta de quien era yo, aquel amigo desde hace tantos años. Hablamos sólo de aquellos buenos ratos, a pesar de las carencias y privaciones de entonces, sufridas por tanta gente de aquella época, cuando éramos jóvenes.

¿Te acuerdas Tino –así me llamaban- lo hermoso que era todo? La Plaza del Charco era el lugar donde todos íbamos a gastar nuestras energías físicas y también las emocionales. El Puerto de la Cruz podía presumir de tener ese solar público y mágico entorno, donde los chicos correteaban con sus juegos en todas las direcciones. Las parejitas enamoraban discretamente y los solitarios deambulaban socarronamente y de soslayo miraban, deleitándose viendo verdaderas bellezas por doquiera, paseando al socaire de las palmeras y laureles de India o rondando la pila del centro que como un santuario da cobijo a la tradicional ñamera que tan deliciosamente la adorna durante largos años. Adolescentes de todas las edades, sexo y condición social, venían desde los barrios adyacentes, allí concurrían y practicaban, los más pequeños, toda clase de juegos sanos y tradicionales. Y los viejos, sentados en sendos bancos de piedra y de madera, con la mirada medio ausente, evocaban… Allí había recuerdos imborrables de sus mejores años y en nuestra juventud veían reflejadas sus lejanas vivencias.

Cuando más entusiasmados estábamos, se nos unió otra de aquellas criaturas, también protagonista de aquellos irrepetibles acontecimientos. Entonces surgió el tema de las Fiestas de Invierno, hoy los Carnavales de Puerto de la Cruz. ¡”Pa” que fue aquello! Claro, antes hubó más respeto, éramos más inocentones y educados –decían- podíamos salir solas y nadie se metía con nosotras, a molestarnos. Es cierto, antes existía un elevado concepto de la honorabilidad familiar y sus principios, no hay que ponerlo en duda, éramos más conservadores.

Muchas vueltas dimos en la Plaza del Charco. Cuando nos cansábamos de ver siempre las mismas caras, íbamos luego en dirección contraria. Había una hora para salir de casa y otra para entrar. Las tareas de la Escuela o Colegio se hacían primero, luego la merienda y a la calle.

Parejas apasionadas disimulaban, a veces sin conseguirlo, el ardor de ese gran amor, dándose golpecitos de codo y en la mirada dejaban entrever el enorme deseo que les abrasaba. Corríamos cuando caía la lluvia, para protegernos bajo cualquier árbol de la enorme Plaza, cualquier balcón o en el oscuro portal de las hermosas casonas más cercas. Contentos, sin sentir el rigor del frío al poder juntar un poco más nuestros excitados cuerpos nos decíamos sin reserva alguna, el amor que sentíamos mutuamente. ¡Ay, cuando se iba la luz del pueblo! Dábamos gracias al cielo por enviarnos tremendo regalo, junto con los truenos y relámpagos, hasta el viento nos acariciaba. Eran gratas aventuras cargadas del más sano sentimiento y la más pura inocencia. ¡Dichosa juventud, que se va para nunca más volver! Cuando somos jóvenes no nos percatamos de su valor, que lo que cuenta son los segundos de la vida, creemos que eso no se acabará nunca, que somos interminables…


Gracias a estas dos amigas que encontré en la calle, muy cerca de la Plaza del Charco, he vuelto a vivir todas aquellas sensaciones, a pesar de los años; y he vuelto a sentir cierto desconsuelo por aquello que no disfruté pensando que sobraba el tiempo, que podíamos dejar lo otro para mañana. ¡Qué error!
Cabalgan como una estampida en mi mente todos aquellos recuerdos y en ellos veo proyectados los momentos vividos, con tal nitidez, que acierto a reconocerles a todos, los parajes son los mismos, nada ha cambiado... Sólo si, echo mucho de menos a tantos que se han ido para siempre y de ellos aún conservo hasta el timbre de sus voces. La verdad es que lo digo emocionado; pero aún quedamos algunos.

Antes, el sólo gesto de una sonrisa era testimonio suficiente de amistad, un simple saludo callejero, cualquier detalle era motivo de acercamiento ciudadano. Y así se compuso nuestra sociedad, de elementos dispares, pero a la vez solidarios, cuyos pilares más fuertes fueron siempre el respeto mutuo entre nuestras gentes, la honradez ciudadana y la consideración hacia los demás. Así, cuando nos visitan, suelen decir convencidos: ¡El Puerto de la Cruz sabe darnos satisfacciones, es acogedor y tranquilo! ¡El Puerto es el Puerto! Y sigue siendo lugar atractivo y generoso; y cálido destino turístico con sus excelencias naturales. Aún más, hay una atracción mágica para los que nos visitan, vengan de donde vengan, algo que les obliga a volver, como si aquí se les hubiera quedado un trozo de su corazón.

Los cimientos de la verdad se mantienen firmes y tratamos de conservarlos, ya que se nos están yendo de las manos nuestros más importantes valores humanos, por una parte; por lo demás, parte de nuestro patrimonio artístico, de nuestras reservas naturales, parajes, etc. Aquellos que han podido evitarlo, no han querido actuar, por conveniencias, por ineptos, cobardía o falta de sensibilidad... ¿Porqué lo hemos permitido, qué íbamos a ganar con ello?, sólo perder gran parte de lo poco que nos quedaba. Al hilo de nuestra idiosincrasia, en verdad, éramos admirados, más que eso, queridos en toda Europa y buena parte de América. A ver si recuperamos algo y nos vamos estabilizando poco a poco. Políticos buenos, haberlos los hay aquí en Canarias, sólo necesitamos que tengan lo que deben tener.

Conciencia ciudadana y aquello... para hacerla valer.

Mientras, aprovechando el tiempo, busquemos en las huellas indelebles de nuestro pasado, los resquicios de nuestro querido Puerto de la Cruz, caminemos junto con nuestros amables visitantes por sus rincones más típicos, no cambiemos nada, dejémosle como estaba y con los ojos cerrados recordémosle como era aquel lugar entrañable.
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15/11/08

Tradicional venta de las castañas tostadas

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Cámara fotográfica en mano me eché a la calle con el solo pensamiento de captar imágenes de los puestos de venta de castañas tostadas en los acostumbrados lugares de Puerto de la Cruz, cada mes de noviembre; y viví in situ el ambiente novelesco que genera esa antigua y siempre presente tradición… al rigor del frió y al intemperie, acompañados de sendos vasos de vino y la conversación cordial de los participantes. Algunos transeúntes, cuántos desconsuelos sufren por no poder quedarse un rato, por culpa de las prisas u otros asuntos. Lo mió era tomar varias fotos. Esta primera la hice en la plaza pública ubicada en lo alto de la Estación de las guaguas. Ahora voy al muelle pesquero, pero antes me detuve en casa de Lolo, en la calle San Felipe, a tomarme un vasito de vino del país, a granel y allí mismo escribí sobre el tema mientras duró el líquido elemento de las grandes inspiraciones lúdicas.

Se acerca el día de la víspera de San Andrés, la fiesta del “cacharro” tan popular en este municipio de Puerto de la Cruz, desde fechas inmemorables y que en nuestros recuerdos están tan cercas, desde cuando éramos unos muchachos hasta nuestros días. Antiguamente, muchos quebraderos de cabeza dimos a nuestras gentes del orden público, muchas porras vi. volar por los aires… Les voy a ser sincero, no tanto como debiera serlo, no soy quién para ensombrecer esas viejas costumbres, una de ellas, arrastrar por las calles neveras viejas, llantas de ruedas de coches, lavadoras en desuso, etc., hasta meterse en las Plazas, sinceramente, lo considero un atentado cívico en detrimento de la paz y armonía que tanto necesitamos en nuestra sufrida ciudad. Esa costumbre, si pensamos fríamente, daña más aun nuestras calles, aceras, pretiles, nuestras plazas…Aquel pueblo se convirtió en una atractiva ciudad de fama internacional, aunque algunos no quieran aceptarlo. Por un lado la estamos adecentando y por otro lado ¿vamos a dañarla? Esperemos que nuestra gente lo piense bien. Y, borren esa sonrisita, amigos, están sobrando.

Hay muchas formas de divertirse, chicos y grandes, y en nuestro derecho estamos, elijamos entonces la manera de no perjudicarnos, ni molestemos a los demás.
En el entorno de la Plaza del Charco, concretamente, en el muelle pesquero, como todos sabemos, se organizan los célebres puestos de venta de las castañas tostadas, pescado salado, papas guisadas, vino del país, etc. Es realmente una gozada participar de esa sana oportunidad que nos brinda nuestra idiosincrasia, nuestra natural forma de ser, compartida por tantos extranjeros que por nada se lo pierden y hasta nos estimulan aun más. Cuánto darían aquellos paisanos nuestros que se hallan fuera en estos días tan señalados. Los recordábamos, estando yo fuera, allá en Venezuela y nos entristecíamos al recordar y no poder participar, de no poder estar metidos en el jolgorio, comiendo, cantando, bebiendo y disfrutando al ver a tantas personas alegres, cómodamente sentados en torno a la mesa donde las castañas son la nota apetitosa del momento. Regocijados y recibiendo tan directamente el contacto suave de la brisa yodada, casi apoyados en las lanchas varadas cerca de los kiosquitos a modo de ventorrillos.

En Puerto de la Cruz, cada chiringuito, en los cómodos comedores, típicos restaurantes y descampados autorizados, el humo de las castañas al fuego, señalan esa bandera tradicional, como si de una mitificación se tratara y en solidario acuerdo respetamos esa corriente ancestral. Después de esos momentos compartidos vuelve la calma hasta nueva ocasión, Dios mediante.
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13/11/08

Lamentable deterioro de la casa de los Iriarte

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Es, sin lugar a dudas, un hecho reprobable el abandono del que han sido objetos varias casonas en nuestra ciudad turística, donde ilustres personajes, han dejado en ellas la imborrable huella de su pasado. Detengámonos, pues, a observar en la fotografía, recientemente tomada, que ilustra estas modestas líneas, para darnos cuenta, en el caso de la casa de los Hermanos Iriarte, cuál es la suerte sufrida por dicho histórico inmueble. Es deplorable, desde todo punto de vista, a donde ha llegado la desidia. Parece como si ya nos hubiéramos acostumbrado, con el paso del tiempo, a ver, - algunos con extrema indiferencia - el estado en que perviven esos testimonios, de una parte importante de nuestra historia; y renunciáramos a esos vestigios ancestrales de aquellos destacadísimos e ilustres ciudadanos, que nos dejaron el valioso legado de su cultura.

No hemos sabido conservar aquellos rincones de sus respectivos hogares, único patrimonio “sentimental” e histórico, que nos queda. Es lamentable ver, cómo están deteriorados, los muros y paredes, también sus balcones y coquetas ventanas, hoy con sus cristales rotos, que evidencian su injusto abandono.

Es manifiesto el desinterés habido hasta el presente, respecto a la falta de conservación y acomodo de la mismas, cuando todos sabemos que no hay en nuestra ciudad un lugar destinado, acorde con las exigencias de la época que vivimos, donde poder reunirnos en torno a la cultura, en óptimas condiciones. Donde se pueda ir a leer sin oír ruidos mal sonantes que llegan desde el exterior. Es oportuno recordar, que nuestra Biblioteca Municipal, necesita otro lugar mejor y con el mismo personal responsable. Cerca, a escasos unos metros, El Instituto de Estudios Hispánicos, elogiable en toda magnífica trayectoria cultural, - dicho sea de paso- tampoco está ubicado en el mejor de los lugares, necesita ser renovado su enclave urbanístico. Aquello, hay momentos que más parece una feria, oyendo la música bullanguera de las terrazas colindante de los Hoteles cercanos, y alguna vez, de algún festival popular en el Parque San Francisco. Es que, ni en la Iglesia del mismo nombre podemos concentrarnos en nuestras acostumbradas oraciones. Vendedores ambulantes pregonando a todo pulmón sus mercancías, etc. La algarabía de la calle, al paso de los transeúntes y el reducido espacio interior, deja mucho que desear. Seamos serios y démosle un poco más de atención a los elementos básicos de una buena representación socio cultural.

Se trata de una denuncia justa, cuando reclamamos el derecho al respeto que se merece el recuerdo de la Familia Iriarte, en el Puerto de la Cruz, respecto al lugar que fuera antaño, Residencia habitual de los hermanos ilustres, ubicada en la esquina donde confluyen las calles San Juan e Iriarte.

Las palabras sobran, ya que por sí sola, habla la triste imagen de abandono y desidia, del exterior del que fuera hogar de hermanos ilustrísimos, de los que tanto hablan los expertos historiadores y estudiosos celosos de nuestros ancestros más sobresalientes.

Publicado en el Periódico EL DIA: 22.03.00
Escrito: 13.03.00

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Han transcurrido ocho años y nueve meses, después de que haya sido publicado en el Periódico El Día, el artículo que acabáis de leer. Hagamos pues, un balance o estudio del interés demostrado por nuestras dignísimas autoridades locales del Consistorio portuense, desde entonces, respecto a la “Casa de Los Iriarte”, su destino y el futuro que le espera.

A poca distancia tenemos el Instituto de Estudios Hispánicos, precisamente sigue ubicado donde mismo, en los tiempos que corren, en un lugar inmerecido, por su importancia cultural de universal reconocimiento. Actualmente no es el lugar acertado donde celebrar sus actividades culturales de primer orden. Tengamos en cuenta que soporta la bulla que entra desde afuera y lo reducido del espacio, escandalera a veces imposible de aguantar, cuando se mezcla con la voz de los intérpretes invitados en los diferentes actos que suelen celebrarse. Sin el recogimiento necesario para dar riendas sueltas a la imaginación en esos especiales momentos. Por ejemplo, en conciertos, exposiciones, recitales de música o poesía, documentales de fotografías, conferencias de arte o literatura, etc.

Pensemos en la circunstancia de que, el Parque San Francisco, si coinciden al mismo tiempo varios e indistintamente eventos, la que se arma. Está a pocos metros de distancia. Luego música en las distintas terrazas de un par de hoteles colindantes, paseo peatonal por toda la calle Quintana, los músicos ambulantes, etc. No es posible poder concentrarnos en los distintos eventos, cuando lo más importante es el pleno silencio… Que se pueda oír lo que acontece dentro del Instituto, no lo de afuera. Y que conste, es sólo una observación, seguramente hay cosas más importantes que resolver antes, pero creo que no es malo recordarles estos temas.

Lo de la Biblioteca parece que va por bien camino, ¡qué bueno!

En otra ocasión hablaremos de un Club popular y social donde podamos reunirnos para jugar, leer, bailar, estudiar, ligar, merendar, discutir y relajarnos un poco, etc. ¿Recuerdan el “Circulo Iriarte?, algo así. La casa El Capitán, en las inmediaciones de la Plaza del Charco, hubiera sido el lugar ideal… Todos los pueblos de la isla lo tienen funcionando, ¿y porque nosotros no? Tiempo al tiempo, pero es que han pasado tantos años y a mi, ese tiempo se me agota.
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Fuga sensorial en los sueños...

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Cuando creo que reposan mis sentidos y me abandono en la somnolencia de mi espíritu, recorro largos caminos, inmerso en un silencio tal, que sobrecoge a mi alma, la única que sabe de soledades cuando se detiene el tiempo material... En esa huida lenta, sin sentidos, me siento refugiado en los más remotos lugares como si estuviera perdido, sólo estoy huyendo del mundano ruido, buscando la paz espiritual tantas veces perdida.

No reposan mis sentidos, deliran mis sentimientos en ese peregrinaje amparado en las sombras de la inconsciencia; como en los sueños, no descanso. Y nada consigue librarme de las influencias de ese corto tiempo, a veces segundos, que se han detenido en el subconsciente; y parecen distancias enormes que hayamos recorrido, antes de despertar. Qué tranquilas aparecen las solitarias arenas de la playa, cuando las húmedas brisas se detienen y han dejado presente el cansino eco de sus anteriores ráfagas...

Las noches vividas en el tranquilo y grato entorno de mi valle, parecen llenarme de un contento embrujado, extra sensorial, de íntimas percepciones; todo parece animado por influjos poéticos que señalan esa dimensión romántica y sentimental que enajena, y sin voluntad indúceme, desarmado e inmóvil, a ir tras de si, por los atajos olvidados de la evidente realidad; por ese otro mundo de ensueños, de calladas promesas y abnegadas esperas... ¡Noches sin sombras que las delaten! Y en esa mítica percepción, aun sin sentidos, siento el palpitar del tiempo revelándose, queriendo truncar la paz de ese apacible estado que duró tan poco y nos dio tanto. Porque, ese privilegio gozamos nosotros, los mortales. Amamos y aunque nos escondamos seremos siempre descubiertos por nuestros propios sentimientos. Al tiempo que despertamos, nos identifican los inquietos duendes de nuestra fantasía espiritual ante el mundo que nos rodea.

Cuando creo que descansan mis sentidos, sin pensar en la ausencia física, cuando cierro los ojos ante el espejo de la vida y mis fuerzas desfallecen, adormecidas por el consiguiente abandono, lejos de aferrarme a la vida, busco soñando a mi distante pasado, y no duermo, me entrego conciliado, a horizontes tan lejanos que casi no les alcanzo, y no descanso...

Otra vez soñé mientras dormía, soñé que alguien me esperaba en el camino. Cuando me acercaba a ella, me dijo que desistiera, que no era a mí a quien esperaba. Que me fuera...

Entonces, en mi sueño, no comprendía que el verdadero amor nace entre dos, y, difícilmente, ese sentimiento se rompe así. Soñé que era ella, que ya no me quería o nunca me quiso. Entonces salí del sueño, desesperadamente, al haber vivido esa cruel pesadilla. Y, cuál no sería mi dicha, al despertar, tener a mi amada junto a mí, brindándome su amor con sus primeras caricias en tal risueño despertar...

Uno busca lleno de esperanzas, otras veces, en el letargo de los sueños, otros ansiados despertares, pero los sueños sueños son, sin llamarlos vienen a ocupar esa dimensión sentimental de nuestro inconciente, donde tantas íntimas vivencias y sentimientos se sienten proyectadas desde el subconsciente, cuando reposan sobre la mullida almohada nuestras sienes; y parece que a otro mundo hayamos ido, inconcientemente, en brazos de Morfeo.

No siempre son afortunados los sueños, ni obedecen a nuestra voluntad como quisiéramos. Ellos aparecen sin ser llamados, aunque siempre les hayamos deseado. Aprovechan nuestra indefensión, nuestro letargo, y se adueñan de todo lo que nos gusta y de lo que más nos aflige. Claro está, que no siempre consiguen hacernos felices, revivir en nosotros situaciones irrepetibles, enormemente deseables y que tanto nos consuelan, que nos hacen tan felices, aunque sólo sea soñando… Y no siempre, cuando de una pesadilla se trata, las que nos sobresaltan de forma cruel y nos hieren hasta hacernos llorar… Cuando despertamos con la duda de que si ha sido cierto, o no, el espejismo sufrido y si estamos realmente despiertos.

Despertar de un bello sueño es menos grato, volver a la realidad, al romperse ese onírico idilio cuando estamos o nos sentimos tan felices disfrutando de aquello que hayamos perdido por designios de la vida. Estar viviendo nuevamente con ese ser tan querido, oyendo su voz, acariciándole y entre ambos compartiéndonos de igual forma nuestros desvelos. Hablándonos, escuchando su voz y su risa. Escuchando sus pasos y siguiéndolos a donde fueran por temor de volver a perderles… Eso es vivir mejor que despertar de nuevo a la vida, donde volveremos a sufrir este cruel silencio y tan profundo vacío que nos han dejado. Eternas ausencias, tanta lejanía… Esperando siempre que vuelvan aparecer en otros sueños similares, de improviso, sin avisar, como sea, pero que vuelvan aparecer.

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11/11/08

Sintiendo el galopar del tiempo



En cualquier lugar de la ciudad, en el campo, cada día y a la misma hora, aproximadamente, el viejo se veía acosado, insistentemente, con acercamientos cariñosos que señalaban una necesidad fisiológica inexcusable que acababa en aullidos y ladridos de su fiel amigo. Tuviera o no tuviera ganas de sacarlo a dar el cotidiano paseo, había que hacerlo. Obviamente, el afecto era recíproco, y no podía existir la tentación malsana de una negativa. Ambos siempre terminaban en los lugares más frescos cuando la estación meteorológica era caliente, buscando las habituales parcelas de tierra, donde no molestaran la sensibilidad de los demás. Luego, caminaban hacia las alamedas más próximas, la plaza contigua o el solar pedregoso del viejo caserón abandonado...

Nuestro hombre, con la visible presencia de sus años, mientras su perro olfateaba todo lo que a su paso hallaba e intermitentemente levantaba su patita trasera, con mirada escrutadora, seguía atento a lo que quedaba de la vieja casa. Había un muro y el marco de donde hubiera antes una puerta, desde el cual se veía un pasillo lleno de escombros, hierbajos, y entre otras cosas, despojos que recuerdan que allí hubo vida. Restos de una mesa con sólo tres patas carcomidas por las polillas, y el respaldo de una silla... Más adelante, donde debió haber estado el salón, en un rincón del mismo, una perezosa de madera y mimbre totalmente deteriorada, pero identificable, el lugar preferido del abuelo; y muy cerca, veía otro espacio abierto en la descompuesta pared, posiblemente esa sería la ventana de los sueños por donde escapaban los suspiros evadidos de su alma y, por cuya abertura, llegaba también el trinar alegre de los pájaros que anidaban en los frutales de la huerta. Y llegaban todos los aromas primaverales, donde iba a refugiarse, huyendo de los ruidos de la casa, para concentrar mejor sus ideas, esas percepciones que los viejos sienten cuando apenas ya por si solos no se pueden valer... Me parecía ver al anciano sentado allí, meciéndose en silencio con los ojos cerrados y su expresión triste como tantas veces... pensativo y frotando sus temblorosas manos, caídos sus cansados hombros y sus labios fuertemente comprimidos. Me parecía, verle en su soledad, refugiado en el lugar apetecido por él, rememorando su pasado, aquellos días desde su dulce infancia, recordando también a su amado padre y a mamá buena dándole tanto y queriéndole insaciablemente... Y, obligando al tiempo, reteniéndo, pensando nuevamente en aquellos románticos reencuentros amorosos, los años vividos juntos… y aquel malogrado día, cuando le dijo ella adiós para siempre, en aquellos momentos de desesperación. Se había quedado solo -se supone- y en aquella chirriante perezosa habían acabado sus días...

La casa se vino abajo, que, por ser vieja nadie la cuidó y así está: los recuerdos abandonados, las cosas íntimas esparcidas como basura junto a los matojos e impresentables excrementos, iguales a los del perro mío, y viejas ahuellas de orines por distintos rincones...

No hay una valla de protección en ese lugar señalado, donde vivieron, sufrieron y amaron seres humanos que lo dieron todo por los suyos... No hay, simplemente, un mínimo de reparo que se pueda atribuible al respeto y consideración hacia esas vidas que se consumieron, posiblemente, solos en el sacrificio y el amor...

-Nuestro hombre llamó al perro, lo acarició tanto, que, en un efusivo abrazo intentó besarle en su cabeza, pero el animal, juguetón, huyó instintivamente; conmovido secó las lágrimas que de sus marchitos ojos estaban brotando; ya, ni al perro, su mejor amigo, podía besar ni contarle sus temores... Lo sujetó con la cadena y se fueron hacia su casa, donde se encontrarían con la familia, que ya iban siendo menos, porque los muchachos se habían hecho hombres, ya tenían su propia familia y sus casas; allí estaba sólo la esposa, siempre esperándole. Estarían día y noche solos, haciendo cosas, discutiendo algunas veces, o recordando viejos momentos... y mirando de soslayo y cada vez con más énfasis e insistencia a través de la ventana lo que está más allá... -

Todo lo demás, forma parte de la vulgar comedia de la vida, visitas esporádicas, risas y fiestas, algún encuentro callejero, miradas frías, caminos solitarios y al final siempre solos, ocultando sus fracasos y decepciones, disculpando los errores y omitiendo lo inconfesable...

Según lo he ido narrando, estuve consciente de lo que decía, no se si será cierto que todas estas circunstancias concurran... Yo también tengo un perro y suelo salir con él a dar mis vueltas, ya me estoy haciendo viejo, no es una casualidad, por cierto. Y suelo mirar con frecuencia a través de la ventana., sin saber aun, en realidad, qué busco ni qué cosa extraña tanto me atrae, y por más que trate de disipar esas influencias, no consigo evitarlo. A mis años, busco agotar, a sabiendas de tan serias dudas, toda la energía favorable que pueda brindarme la vida. Busco cómo reunir de nuevo a esos retoños míos que se han dispersado, porque ese es el destino de cada cual; y me han dado hermosos nietos, con los que comparto mis escasas horas... y me hacen concebir nuevas ilusiones. Vuelvo a sentir ganas de vivir, para participar con ellos de todos los encantos de una vida mejor... A tal punto llega mi transformación espiritual, que quisiera ser como ellos, poder crecer a su ritmo, sonreír igual, tener una madre que me duerma en sus cálidos brazos y un padre que me cuente historias... Hoy valoro la vida de otra forma, hoy son mis hijos y los hijos de mis hijos y quisiera vivir mucho más para estar juntos, hacer cosas nuevas e imitar todas sus travesuras... Pero no me va a quedar tanto tiempo, todo ha de llegar a su fin.

Si algún día, cuando me haya ido, revolviendo en el baúl de mis recuerdos o en las gavetas del viejo mueble, descubrieran entre tantas cosas de insignificante valor, aparentemente, algunos de estos escritos, no os pongáis tristes leyéndolos. Todo lo mío arrojadlo al fuego, que ya se encargarán de sus cenizas las brisas amigas que siempre me acompañaron. Ellas saben los caminos que he soñado y podrán devolverme, con sus caricias, el sentimiento perdido y sabrán llevarme vuestros mensajes de amor. La esposa, el hijo, el padre, el hermano y el abuelo, habremos pasado por la vida como una circunstancia compartida... "Mas, no dejo de pensar en la perezosa abandonada al azar de su destino"... Insisto, cuando trato de disipar los temores que a veces invaden mi ser y atormentan a mi mente, suelo imponerme, aunque mi ridículo esfuerzo me hiera más, en defensa de los años que no se pueden ocultar. Y quisiera que también mi leal perro recordara, aquellos ratos que pasamos juntos y el cariño que le daba.

En el portal de la casa, cuando entraba, vio salir a unos niños corriendo sin que se percataran de su presencia. Reían, gritaban... ¡Qué alegría la de algunos niños! Viven cautivados en su mundo de fantasías. ¡Qué envidiables! Al llegar al hogar no había nadie, todos habían salido a sus asuntos... Otra vez solo; y su perro, echado a su lado, muy cerca de él, mirándole de tiempo en tiempo, aunque también estaba callado, como si estuviera triste, le asustaba la soledad; y apoyando su liviana cabecita sobre su zapatilla del amo, adormitaba suspirando a la vez que parpadeaba con resignación. Quizás pensaban en los niños que habían salido por el portal; ellos eran sus nietos.

Reflexionando sobre la posible veracidad de tales experiencias, he llegado a la conclusión de que no debiéramos esperar tanto de la vida. Conformémonos con lo que tengamos, aunque nunca dejemos de esperar... Con la expectativa común de nuevos hallazgos, las ilusiones despiertan el interés... Es bueno esperar, hasta que se detenga el galopar del tiempo.

10/11/08

A la sombra del viejo árbol





Cuando las voces callaron supe que aún mi corazón seguía latiendo; había perdido la noción del tiempo y, en medio de la algarabía, me sentía desdichado por lo que mis ojos veían... Estaba sucedido algo poco común en ese lugar, aunque sepamos que en nuestra geografía esos desmanes proliferan sin pudor alguno. Literalmente hablando, están a la orden del día y en aumento, lo que pasa es que no podemos estar en todas partes a la vez para presenciarlo.

Se oyeron lamentaciones y blasfemias, la indignación creció por momentos, con estupor temí lo peor, que aquello se convirtiera en una lamentable tragedia entre unos y otros. Los hombres del lugar y algunas mujeres acompañadas de sus hijos, presos de la indefensión moral, ante las fuerzas del orden público que iban extraordinariamente equipados y que se limitaban a cumplir una orden superior a la de sus propias conciencias, protestaban por el atropello injusto que ante ellos se cometía, derribando con una pesada máquina, al hermoso árbol, el más viejo del pueblo que hasta esos momentos tristes y crueles, aún estaba lleno de vida y exuberante sabia. Y viendo cómo clavaban, los manipuladores del monstruoso artificio, los enormes dientes de la pala en su arrugado tronco, hubo gente que sintió en su propio cuerpo el dolor de las agresivas arremetidas, como si fueran en su corazón...

Fue casual que yo pasara por allí, y claro, atraído por el bullicio me acerqué a ver qué ocurría, hallándome junto a dos viejos, uno de los cuales, apretando sus desencajadas mandíbulas y los puños fuertemente, musitaba muy quedo, un balbuceo de palabras medio ahogadas por el sentimiento. El otro, más viejo aún, con su arrugado y sucio pañuelo enjugaba un par de lágrimas que rodaban por sus mejillas y limpiaba su nariz con ademán de rabia incontenible y a la vez queriendo disimular el terrible dolor que los recuerdos le traían. "A la sombra del viejo árbol, cuántas promesas”…

El árbol ya estaba en el suelo, mutilados sus gruesos brazos y ancho tronco, su hermoso ramaje disperso y sucio ahora con la tierra acumulada y su derramada sabia, mezclados como un amasijo de inclemencia e ironía, parecía la atribulada y desgreñada melena del desencanto, toda trenzada con la miseria burlesca del hombre. Herida y despellejada sobre el pavimento...Tuve que apartarme del sangriento lugar, no soportaba la escena, ni entendía cómo es posible que hayan personas capaces de dar ordenes para que arranquen un árbol sin buscar antes las alternativas idóneas que contenten a los vecinos por igual y dejar tranquila de una santa vez las cosas del pueblo, esos vestigios que despiertan tiernos recuerdos a todos aquellos que le vieron nacer y crecer, compartiendo sus sombra... Callados testigos de tantas historias que escucharon y apasionadas confesiones, -ellos- recostados en su firme tronco, amen de tantas promesas amorosas. ¡Y siempre callado! Otros que dieron frutos y abrigo bajo su verde follaje al caminante, o quizás algún noctámbulo y trasnochado pensador enamorado, o simplemente un currante que se sienta apaciblemente en el lugar más grato a consumir el almuerzo que lleva en su cestita de mimbre... Un árbol es algo sagrado que nadie tiene derecho a asesinarle, "quitarle del medio", para con ello satisfacer a unos terceros, o así mismo, en sus proyectos “progresistas” aunque arrasen tantas ilusiones, tantos recuerdos, que son vivencias también del alma. Se necesita ser insensible, inhumano, para decretar su muerte, a menos que estén amenazando la integridad física o supervivencia del hombre (eso hablando hipotéticamente), por que para todo hay soluciones, pero nunca comenzar recurriendo a las más drásticas por ser las más cómodas. Si amenaza con caerse, se apuntala. Si está completamente seco (vamos a pensar que no ha sido previamente envenenado), entonces se le sustituye por otro de su misma especie. Que esté siempre presente en el camino por si alguna vez retornaran los espíritus amados (¡¿quién sabe?!) y puedan orientarse, o detenerse como hicieran antes, al fresco de sus sombras y bajo el abrigo de sus ramas, por que sí, porque les apetece, o simplemente, para volver a soñar como antes, cuando esperaban se diera la hora de la cita amorosa... O, para recoger sus frutos deliciosos y frescos, y entre tanto, ¡tal vez! conversar un poco...


No era necesario que le preguntara a aquellos dos viejos el por qué se iban tan heridos y tristes, ¿acaso no sufrían tanto o más de lo que pudo haber sufrido "aquel árbol?" Se habían quedado solos y sin la sombra de sus cariñosas ramas, donde solían ir para recordar y soñar caminos y montañas nuevas e ir en busca de la felicidad perdida... Ahora sin sus silenciosas sombras, donde cada tarde iban a oír el susurro de las brisas y el trino de los pájaros cuando regresaban a sus nidos y oír el piar de sus polluelos. ¿Qué harán ahora, aún más abandonados y más solos? Por que el acogedor árbol ya no estará.

Pienso, si habrán sabido orientarse hasta alcanzar el camino, si es que ya partieron hacia donde estén tranquilos, sin tanta incomprensión y agravios. Que en el Edén habrá muchos árboles inamovibles, seguros, como los viejos de todos los pueblos, como todas las aves y sus crías, sin la persecución del progreso mal orientado, sin escrúpulos, ni sentimientos que lo detengan.

3/11/08

Sentir la Navidad en Venezuela



Con lo puesto encima partieron, nada de equipaje, para un par de días que duraría el viaje, no era necesario más. En el trayecto conseguirían comer algo hasta llegar.

Era una mañana de esas que parecen propias para señalar un momento importante; no era otro que encontrarse en sus respectivos ranchos, con sus familias, después de un año completico de trabajo, lo que se dice trabajo de verdad, aunque se piense lo contrario. La tierra es cruel con los hombres, se hace difícil a veces domarla por lo dura que se pone; luego el Sol, cuando se arrecha no hay quién lo soporte, pega muy duro... Pero también, la tierra, es generosa cuando se le da lo que pide: Sol y agua, aunque sea la del rocío y cariño.

Por un camino abrupto que parecía interminable, los dos amigos llevaban buen rato andando y, para apagar la sed que sentían, hallaron a un chamo ambulante, subido en una pequeña lomada con una pila de cocos que vendía, como medio de sustento, para negociar con los que transitaran por allí; a la vez descansaban un poco. Después de beberse la sabrosa agua de coco con ron, y repuestas las fuerzas gastadas en el largo viaje, siguieron adelante, hasta llegar a un trozo de vía medio asfaltada de vieja ejecución, que haría menos penoso el trayecto. En ambos márgenes de la misma, se adentraba la fronda abundante del lugar, como queriendo abarcarlo todo y dominar lo que antes fuera suyo, mutilado por el progreso habitual para dar paso al movimiento urbano de los pueblos adyacentes, en su continuo y diario trajín. No hubo un sólo carro que se detuviera para llevarles, ni por asomo. Está claro, nunca se sabe las intenciones verdaderas del peatón -antes era distinto, la gente no sentía malicia- y es obvio, que la desconfianza genere miedo. Mas, por suerte, ya cerca de unos solitarios y umbríos páramos, refrescó el aire; sendas nubes bajas y abundante neblina, les envolvió de súbito, liberando sus agobiados pulmones para respirar mejor y adelantar el paso.

Un carro que venía a sus espaldas, hizo como si fuera a detenerse, y haciendo un gesto obsceno con la mano el conductor, y risas de los acompañantes, aceleró la marcha del vehículo en muestra de mamadera de gallo o lo que es igual, de burla.

-¡Desgraciado, que un rayo te parta en dos! ¡Que te devore una culebra tragavenado!
¡Coñomadre!..- Inquirió el otro-

Siguieron adelante, profiriendo maldiciones. Hasta que olvidaron el incidente y cambiaron de tema haciendo planes para cuando estuvieren con la misia y los muchachos... También pensaban en los animales que habían dejado. Mientras conversaban las horas volaban. Volvió el calor, habían dejado ya lejos el frescor de los páramos y las sombras de las nubes. También es verdad, que la tarde se sentía más apacible mientras se avecinaba la noche, tibia y sensual, con el vientecillo propio del trópico abanicando el ambiente.

A la sombra de un hermoso palmeral, guarecidos entre la maleza, disfrutaron a piernas tendidas, un sueño dichoso, hasta muy cerca de la madrugada. Pensaron partir antes que amaneciera para evitar el molesto castigo del Sol. Así ganarían camino sin tanto agobio.

-Oye la queja del viento en el camino que nos lleva a la aldea, dejamos atrás las quebradas y el tupido carrizal. Como que va a amanecer horita; y aquí estamos, compadre, parados siempre, aunque del andar cansados; que la ilusión nos mantiene erguidos, pensando, claro está, en la familia que nos espera, más ahorita, cuando se viven estos días de la Navidad.

-Si, mi hermano, aunque llevemos pocos reales en los bolsillos, piense en ellos, todos en torno a la mesa, adornada con los típicos manjares de nuestros campos; y el hervido de gallina calentico... ¡Ah mundo!...
-Todavía nos falta para llegar-
-Diremos que se nos escapó el autobús y nos echamos andar para ganar tiempo. Estas alpargatas que llevamos puestas en los pies, nos protegerán hasta llegar al bohío... Aún siento la impresión de la lejanía, de la soledad, de la llanura perdida… Como si nos siguieran las voces de aquellos compañeros de trabajo, algunos, quizás, no tienen familias y les da igual quedarse cerca de la Hacienda. Al no tener dónde ir y no quieran perderse el calor humano del afecto que les brindan, algunas veces, el patrón, el capataz o el bollero Juan. Ellos celebrarán la Navidad a su modo y no estarán solos.

Se me antoja, estar oyendo la música criolla de una típica “chipola”, de allá, del Estado Portuguesa. Como antes las cantaran el Trío Cantaclaro, que me cuenta el viejo Simón, y que de por los años 37.
-Imaginémonos dichas notas sentimentales...Verdad, que siente uno aún más, las ganas de llegar y poder escuchar en el cerro, el parrandón, los aguinaldos y las gaitas, unos de los más bellos aires musicales navideños de nuestro folklore, y sin lugar a dudas, el motivo que alegra tanto la Navidad-

Les diré a los muchachos que me canten “Espléndida Noche”, tan profundo y sensual: // Espléndida Noche / radiante de luz, / es la Noche Buena / pues nació Jesús. //

Apenas había amanecido, ya estaban, pues, llegando al lugar ansiado; como caballos viejos adelantaron la marcha y al final casi corrieron. Los dos amigos se separaron, tomaron caminos distintos para llegar a sus respectivos y cálidos hogares. Allá les esperaban con la impaciencia propia de la añoranza del ser querido que ha tenido que salir afuera a buscar la arepa para ellos.

Ya hoy, llegaban jubilosos, como si llevaran un gran capital, de trabajar largos meses en el Estado Portuguesa, en las tareas de peones de la Hacienda que los habían contratado y cuyos propietarios, de puro contento por la buena conducta de estos o sumisión, como quieran entenderlo, les renovaban, año tras año, los respectivos contratos de empleo y paga. Lo demás, todos entendemos, unos más que otros, la rutina de los acontecimientos, esos episodios cotidianos y con mucha suerte, aquello de la paz y del amor que se viven en esas fechas, desde un par de meses antes de su celebración.

Ahora es la vida en el rancho y sus alrededores, con los familiares y los amigos de siempre, y ordenando un poco las cosas que habían quedado a medias durante la ausencia. “Ocasión única, para aprender a valorar lo que Dios nos ha dado y que aún tengamos: la familia, el trabajo y los buenos amigos que en estos días tan especiales, parece que cobraran mayor dimensión y hacen sentirnos tremendamente felices.”

Sobre el chinchorro descansaba, una de esas tardes serenas - radiantes de luz- el viejo campesino. Y le quedaba fácil ver el cielo, ahora poblado de grises nubes, otras se tornaban de un color naranja encendido, emulando al resplandor del fuego, sobre la distante montaña que a lo lejos se erguía, desde los valles lejanos y los precipitados páramos y barrancos que morían en el silencio de la niebla reinante. Viendo al cielo, medio adormecido, un sentimiento reflexivo le abordó de súbito, dejándole a expensas de su conciencia, que, sumamente emocionado le hizo claudicar ante el poder mágico de sus percepciones. Como si alcanzara a ver la divinidad de un encuentro místico, pensando en el Nacimiento de Jesús.

En la última revelación del encendido ocaso, al filo del comienzo de la noche, con ese hermoso e ilusorio espejismo, durmió un rato, sin perder la fúlgida imagen del más bello sueño... Vio a los pastores, a Jesús niño y a María, el asno, el buey y a los tres Reyes Magos... Toda una escena de Paz y de Amor, hasta que la cálida brisa tropical le increpó, despertándole, aunque dejándole la grata sensación de haber vivido un feliz sueño en su propio rancho de paredes de cartón -reino de reyes- un lugar de su Belén; y el irrepetible encuentro con el Niño Dios que supo romperle el llanto interior de su infelicidad, tornándola en alegría, ante la admiración suya, bajo el Sol dorado de esa fúlgida luz crepuscular...

Ahora, rodeado de los suyos, se había olvidado de tantos sacrificios pasados. Ahora se sentía inmensamente rico, si la riqueza consiste en saberse querido y arropado por los suyos. No sabían qué hacer para verle así de contento, tanto que no podía ser más…

La señora le miraba con expresión compasiva, medio triste, medio alegre; pasarían los días y otra vez se iría...
-Amor, ¿te traigo otra cervecita? ¿O prefieres aguardiente?
-Arrímate "pa" acá, compañera, tráeme otra, pues...

Iba y venía de un rincón a otro, como si estuviera estrenando rancho nuevo. ¡Cuántos recuerdos por doquiera!.. Los muchachitos habían crecido un poco, la niña casi ya es una mujer y él se sentía más viejo y cansado. Pero estaban todos juntos y esta Navidad iba a ser distinta.

Salió al exterior con el botellín en la mano, y apurando un trago y al echar hacia atrás la cabeza, viendo al cielo, sintió un extraño sentimiento, que perecía le ahogara; por su mente cruzó un pensamiento, que, casi le hiela la sangre, echaba de menos seres queridos que ya se fueron... y, ¡qué lejos los sentía!, para brindar por ellos con sincero respeto. Habían partido para siempre; pero estarán en su corazón en todo momento, para sentirlos más cerca.

Ya era Navidad, también en su humilde ranchito. Desde la quebrada llegaban las voces de los aguinaldos... Los muchachos corrían de un lugar a otro con el nerviosismo propio del momento. Ya el fogón estaba prendido y la gallina en la olla. Por el camino polvoriento venía uno de los compadres a buscarle, para estar juntos un ratico, allá, en el Botiquín del compadre, para oír música y hablar de sus cosas, cosas de pobres que saben vivir la Navidad a su manera y no envidian a nadie, si se hallan entre los suyos, brindándoles su amor...

Por todas partes se oían las gaitas navideñas; y las tracas explotaban en el carrizal, en las afuera del rancho.



Publicado en el Periódico EL DIA: 24.12.97
Escrito: 04.12.97

La noche gruta de los sueños

Cuan grato es, esperar a que surjan los místicos elementos de la imaginación, si, antes de rescatar la expresión del pensamiento. Mientras, continuamos esperando el paso de las aves migratorias, que, como notas musicales siguen su curso señalado que las lleva guiadas por el pentágrama de su orientación a un confín sin fronteras, dejando atrás, hasta nuevos encuentros, la ruta idealizada. Esperamos a que surja la voz callada del subconsciente y se aclare la mente y la frágil introducción haga etérea la elocución verbal.

Esperamos a que surja la voz del alma, ese poemario a veces tristón, que nos posesiona, y cuando no, el otro, atractivo y jocoso, inquieto y feliz como el corcel brioso, que sacude a la tierra con sus incontrolados ímpetus hasta hallar su ansiada libertad; y corre por los verdes campos para perderse en la espesura del follaje...Y entre claros y cálidos parajes, entre cadencias musicales y el murmullo de las brisas que llegan a través de la entreabierta hoja de la ventana, oigo como un vendaval la pasión de ese argumento aún indescriptible, manso como la quietud de la noche que se avecina. Aún sin llegar el momento de su preludio, se ha encendido el mar y el cielo, conjugándose la luna también con el sol, en el novilunio oportuno, cuando siento desvanecerse los cortinajes de mi mente que lucha por despertar el flujo emocionado de las palabras, después de un largo e inexpresivo soliloquio sin revelación alguna. Que aunque no muera el deseo inspirado por el lucernario instante, yo veo como el ocaso fenece, declinando paulatinamente en tanto se acercan las penumbras primeras de la noche que inexorablemente se hacen presentes, engalanando el melancólico espectro con su negro manto que va dominando los fulgores encantados de toda sinfonía ambiental. Los caminos se tornan sombríos, despidiendo un halo sin perfume a medida que asoman, como las sombras de un frágil sueño que se pierden sin dejar huellas. Los clamores matinales de cada ilusionado día, también mueren con su inocente esplendor, reprimiendo los aromas de sus verdes campos y de los profundos y callados barrancos... Paredes empizarradas de soledades y entrecortados lamentos que agonizan bajo el enlutado manto que trae recuerdos de ausencias, de fugaces huidas por sus fríos y oblongos senderos... En la noche no hay distancias, no sabemos dónde se recuesta el cielo, dónde termina el mar, ni cuál es la ruta de los pensamientos que vuelan a la deriva y a su loco albedrío. Sólo, sí tiene de grato la noche su silencio poético donde se encuentra esa atracción espiritual, y que, pese a las distancias impuestas, y hasta que nuevamente se prendan las luces del alba, los sueños pernoctan y vagan entrelazados en íntima comunión: son como los recuerdos que vuelan adonde les lleve el deseo... La noche es siempre expiatoria de esos duendes del piadoso impulso sentimental que cabalga calladamente perdido en el laberinto de la dulce evocación. La noche es el talismán profuso y callado de una dilatada dimensión, es la gruta de los sueños que cabalgan sin detener su apasionada marcha hasta que despertamos...

Mirando al mar ya no le veo, como si no hubiera horizontes. Mi estática mirada más parece que cayera en un profundo abismo de soledades, y si miro al cielo atisbo las primeras y aisladas estrellas languideciendo nerviosas e intermitentes, como si anunciaran el encuentro en el apagado espacio de la evocación... Son las voces emocionadas que en el silencio noctámbulo contagian extrañas sensaciones y que, a través de la palabra tratamos de anunciar. Es, ese encantamiento, la espontánea revelación poética de la emoción...

2/11/08

El Teide entre brumas parece que duerme



Cada mañana, al medio día y en la tarde, todo el tiempo disponible, me quedo mirando a lo lejos, donde está la majestuosa cordillera y la otra montaña, inmensamente bella y generosa. Erguida cual natural escultura de gigantescas proporciones, cuya exuberante prominencia apunta hacia el cielo queriendo alcanzarlo: El Teide, vigía incansable de nuestros destinos, fiel confidente de nuestras desventuras y nuestros sueños. Inamovible, en su trono habitual, obsequiándonos sus encantos y deteniendo, cual imponente fortaleza, la furia de los vientos. No digamos igual respecto al tiempo, que pasa presuroso sin detenerse en sus escabrosas laderas y sus barrancos escarpados e impresionantes... Desde que amanece hasta que anochece, va cambiando su fisonomía aunque su forma primitiva no se altere. Y según, cuáles fueran los ánimos, en esos momentos, de quienes le admiren, se dejan ver en el Teide las huellas delatoras del sujeto afectado. Como un espejo permeable que profanara los umbrales íntimos del espíritu y se reflejaran aflicciones o esperanzas, en la lisa superficie de su lumínica e imaginaria pantalla. Nuestras vidas, en continuo movimiento, al verse proyectadas, se detienen por instantes cada vez que le miramos y cuando nos insufla sus influencias venerables. Como si de un mito se tratara, para darnos las energías necesarias para seguir girando en torno a la evidencia misma. Nos protege en el presente y cuida de nuestro futuro sentimental inmediato.

A veces, en las tardes tristes y nostálgicas, aún viéndole envuelto por espesas brumas, adivino su reveladora presencia e intuyo que no nos abandona, pese al velo oscuro que le envuelve. Sabemos que está allí, en la hondonada de Ucanca, engalanado por la multicolor retama que surge de entre nubes y lava y el misterioso influjo de nuestro cielo espléndido. En su trono majestuoso, siempre vigilante.

Mi actitud reflexiva, frente al Teide y su hermoso entorno, no es, sólo un sentimiento ecológico, es, también, devoción -lo admito- hacia mi propia identidad, es mi legítimo apego y fehaciente compromiso de amor y respeto natural. No es devoción religiosa, es otra cosa distinta, que también sabe darnos innegable paz cuando nos envuelve en su silencio sorprendente; y un extraño reparo en su sobrecogedora soledad... En cada entresijo de sus distintas sinuosidades se esconde una historia de amor, pensamientos profundos y recuerdos perpetuos que convocan a su evocación sentimental. Desde donde le veamos, según los caminos que tomemos y desde los distintos lugares de la isla, el Teide aparece, siempre más bello y atractivo, luciendo sus abundantes y diferentes aspectos de exuberante belleza, de impresionantes perfiles paisajísticos, moldeados al antojo de la óptica desde donde se le descubra. Aunque sea el mismo de siempre, cada vez que le volvemos a ver resulta más poético y trascendental. Cada estación climatológica del año se viste diferente e impresiona de todas formas por sus encantos propios.

Nuestra cordillera dorsal, por sus características diferentes, a la par que nuestro padre Teide, puede presumir de sus encantos naturales y su verde vegetación; entre su espesa maleza también se esconden recuerdos de quiméricas veladas de amor. Ocultos están entre las sombras de sus esbeltos pinares, al socaire del sol abrasador. Quedaron para siempre sepultadas, las mismas huellas, de aquella juventud perdida... Veces al subir a la montaña o al Teide, voy como queriendo hallar algún vestigio de entonces. Busco por los ocultos senderos, hoy cubiertos por la abundante maleza, sin suerte alguna. Pero si, me parece oír, a lo lejos, ecos apagados de voces conocidas que se alejan de mí; son como lamentos que se pierden en la inmensidad de las montañas y del tiempo, que nunca he podido alcanzar.

No hay poemas más bellos, que aquellos que nuestras cañadas del Teide inspiran al creador e innovador poeta caído en la maraña de la exaltación del lenguaje lírico del amor... Ni hay silencio más profundo que el de su altura, a medida que nos elevamos para alcanzar su mágica cima, donde el aire se confunde con el aliento de los ángeles y el perfume de sus retamas; a veces, sólo cruzado por el vuelo de las aves del privilegiado lugar. Desde su máxima altura, abajo se divisa el espectáculo más seductor concebible, desde su cima es visible todo el archipiélago canario; y hasta su sombra se proyecta, al despuntar el día, sobre La Gomera. Las noches del Teide son sobrecogedoras, sólo se oyen los latidos de nuestro corazón. Los sueños toman tal dimensión que rondan libres por el paisaje teidífero como fantasmas que juegan delirantes, corriendo entre las quebradas y las pendientes de las lomadas accidentadas... Y se esconden en el retamal, blanco y amarillo, y vuelven sonrientes a cobijarse en nuestra mente, cual dulce prisión del subconsciente. Y las estrellas, tan cercas, son testigos incrédulas de tanta emoción compartida.