11/8/08

Retrospectiva sentimental canaria


Recordando con unos amigos cosas viejas del Puerto de la Cruz, estuvimos largo rato de cháchara. Cuando ya habíamos reparado en cada uno de sus perdidos encantos nos excedimos en consideraciones sentimentales, al evocar cómo era la Playa de Martiánez y cuáles sus atractivos efectos desde la contemplación de aquellos bellos bajíos que dieron la abundante captura de peces y mariscos a nuestros pescadores, veteranos y novatos, que se daban cita en esa exótica franja de la que fuera nuestra rica y generosa costa norteña.

Por las noches las luminosas antorchas moviéndose parsimoniosas entre los riscos, resplandecía su luz sobre las aguas quietas de los charcos; y en alta mar las barquillas y las traineras imprimían un sentimiento de paz incomparable, sólo las estrellas del firmamento en las noches claras, podían imitar su alucinante mansedumbre. Recuerdo acercarme a la orilla, en mis años mozos, cuando quería deshilvanar algunos de mis constantes sueños, en ese silencio solemne, escuchar el quejido armonioso del agua cuando llegaba a la orilla hasta detenerse y al regresar nuevamente a su inmenso seno, pronunciando su melancólico arrullo... Entonces la luz brillaba trémula sobre la superficie del agua, como si la mar se hubiera encendido de ilusiones en esas apremiantes situaciones de románticas llamadas...

Eran nuestros pueblos tan tranquilos, que podíamos transitarlos a cualquier hora del día sin el menor de los riesgos, las gentes también eran distintas y en todos los sentidos. Por las noches, mientras unos dormían, otros salían a la calle, era una delicia pasear. Las distancias se recorrían a pie y todos los habitantes de los núcleos urbanos nos conocíamos y nos respetábamos, lo contrario de como ocurre hoy, que todo es más grande y distante y muy pocos caminan y tardas en ver a algún conocidos... "Está bueno el panorama de hoy, como para uno aventurarse"... Sin embargo, contradiciendo lo dicho, los de afuera aseguran de que lo pasan fenómeno, que nuestra ciudad es el lugar ideal para pasar unas vacaciones inolvidables y son precisamente personas que han viajado mucho quienes lo dicen; y que prefieren nuestras ensoñadoras Islas Canarias. No puedo objetar indiferencia, hay mucho de cierto en ello, pero de haber conocido cómo eran nuestros pueblos, sus costas, los campos y los montes, sentirían los nostálgicos desconsuelos y la añoranza que siento frecuentemente, cuando asaltan a mi mente vivencias y recuerdos que no los borra el tiempo y que despiertan cierta rebeldía...

Acudíamos diariamente a nuestras playas, cada sector de la población tenía la suya preferida, por vivir muy cerca a ellas. En mi caso, por ejemplo, sentía preeminencia por la de Martiénez, por supuesto, primero la de San Telmo - El Boquete- y desde allí, a tiro de piedra, ya estábamos en Martiánez caminando bajo los exuberantes y atractivos tarajales, entre el ancho paseo a un nivel más alto y la arena abajo. En la orilla de la playa, en los veranos, la chiquillería invadía el entorno jugando con sus cubitos, el rastrillo y la pala, en la arena negra y el agua que recogían en los charquitos... Otros, improvisando cañas de pesca, se entretenían placidamente pescando cabozos y pejes verdes. Las casetas de tela alegraban el ambiente estival. Garrafones de vino, calderos con apetitosas comidas del campo y de costa, tales como el pescado salado con papas guisadas, los tollos "concejales" y la bimba de gofio amasado al puño. ¡Cuántas veces llamaban a uno y le brindaban con algo...! El Puerto de la Cruz, entonces era más popular, tenía otro encanto, usos y costumbres que hemos ido perdiendo progresivamente, también las personas eran más sociables, o al menos, más solidarias.

¡Qué paradoja tan irónica!.. Comenzaron a prohibirle al gallo que cantara cada mañana por que los turistas dormían... Prohibieron las clásicas casetas en las playas. Terminantemente prohibieron las serenatas y las parrandas callejeras, ni en locales públicos. También fregar con agua y jabón o zotal las aceras correspondientes a cada vecino, no tirar agua a la calle. Vender helados en la vía pública. Ganarse la vida como mejor pudieran los que no tenía un trabajo fijo. Paguemos impuestos a trote y moche y, callemos la boca. No acabaría de mencionar todo lo que nos han quitado para modernizar nuestros pueblos, villas y ciudades. Y hoy resulta que no pueden controlar la prostitución, la corrupción, la droga, los fraudes -chicos y grandes- el fantasmagórico paro laboral, los robos y el crimen... Con todas estas denuncias que hago, acabo pensando que no somos un pueblo alegre, aunque queramos fingir lo contrario con harta frecuencia, aún sabiendo que nos falta el estímulo necesario de la ilusión que perdimos, a cambio de darles todo a nuestros afortunados visitantes y para algunos todavía les parece poco.

9/8/08

Hijo, a veces es triste llegar a viejo, muy triste...


En un rincón de su alma se hallan los gratos recuerdos de su juventud, días de lucha y acoso, de necesidades, noches enteras sin conciliar el sueño pensando en el mañana subsiguiente, con la mente confusa y la mirada perdida que se le iba a través de la oscuridad buscando un resquicio de luz que aclare tantas dudas y despierte las ideas que buscan un camino abierto hacia nuevas perspectivas, por que las presentes eran todas incompletas, sin alternativas, desesperanzadas...

Y luego seguía hablando sin apartar su cansada vista del reducido marco de su ventana; mirando a lo lejos expectante. A veces intentaba sonreír pero su espontánea mueca se transformaba en la otra mueca de la tristeza. Parecía estar ajeno aunque hablara conmigo, apenas me miraba y, de cuando en cuando, sacaba de su bolsillo un sucio pañuelo para secar algunas incontenibles lágrimas, so pretexto de enjugar su arrugada nariz. Yacía sentado en una destartalada silla, abrigado por una descolorida manta, cerca de la ventana, su lugar predilecto, ya que desde allí podía soñar... Volvían sus interminables vivencias y las narraba con indescriptible ternura si no estaba solo, y así, de vez en cuando encendía un cigarrillo que alguien le diera si venían visitarle...

El Asilo de ancianos estaba ubicado en la periferia de la Ciudad, más hacia la montaña; y desde su altura se veía, a lo lejos, las luces de la población en las noches claras, sin las espesas nubes que frecuentemente se interponían. No era el lugar idóneo para construir una residencia asistencial para personas mayores, más parecía aquello un convento apartado del mundanal ruido de la vida .

Como yo solía ir por allí a ver a unos viejitos que conocía desde mi dulce infancia, tuve ocasión de conocerle y así nació entre nosotros un estrecho lazo de amistad y afecto indisoluble y hasta ya me consideraba obligado a ir a verle con asiduidad, más frecuentemente que como acostumbraba hacerlo antes. Una vez me narró una aneadota suya muy digna de que os la cuente, por su contenido humano.

El - según me iba narrando - vivía con un hijo y su nuera, en una reducida habitación donde tenía todas sus cosas personales; y como un día se sintiera algo indispuesto le llevaron al Hospital de la Capital, por Urgencias. Lo acostaron en una camilla de ruedas y siguieron atendiendo a los que habían llegado antes y como tantas veces ocurre, sin haber en el momento verdaderas urgencias traumáticas o patológicas. Cuando le tocó su turno, le preguntaron quién le había llevado hasta allí, si su familia... Y el viejo miró a su alrededor muy preocupado... - Mi hijo me dijo que iba a comprar cigarrillos aquí mismo, en el bar, que vendría rápido...- Y pasó el tiempo y nadie apareció. Entonces habían pasado dos años y hasta esa fecha nada. El anciano no recordaba donde vivía, estaba confuso y muy nervioso, ni tenía documentación consigo, sólo recordaba su nombre, pero no los apellidos; y que tenía un hijo "eso sí" al cual le deseaba toda clase de suerte en esta vida, y que tuviera muchos hijos, que ninguno hiciera con él lo mismo, abandonarle enfermo, tan viejo y no interesarse nunca más por su vida. Por que eso es terrible, no hay cosa más triste y no se lo deseaba a nadie y mucho menos a su propio hijo, al que aún seguía queriendo con toda el alma y rezaba todas las noches por él. Ahora si, no deseaba encontrarle, se asustaría al verle ya tan desmejorado, sin poder valerse por sí mismo. Iba a ser una carga muy grande, un innecesario trastorno... En cambio, ¡donde estaba le querían tanto!, pero el dolor del desengaño sufrido no se lo calmaba nadie, había que verle hablando de ese hijo tan querido y cómo le brillaban los ojos cuando le nombraba, era lo único - según decía - que ya le quedaba en el mundo, el único consuelo...

Hace unos años ya murió, llamándole con lágrimas en los ojos, desesperado; y el ingrato de su hijo no volvió, yéndose el viejo con esa pena quién sabe a dónde...

Dame la luz Señor...


Siento roto el silencio de su oscuridad, como si descendiera del Cielo un rayo de luz... Como si se estuviera cumpliendo su deseo, cuando él le suplicaba: "Dame la luz Señor..." Después de haber soportado en vida, las tenebrosas sombras de su soledad, buscando a tientas un resquicio de paz...

La imagen que ilustra este recordatorio es el Cristo que yacía en la cabecera de su lecho; y varias veces en el día y cada noche, al retirarse a su alcoba, lo besaba fielmente, y le hablaba, como si fuera la única razón de su vida, cuando buscaba la esperanza. Muchas veces le sorprendí llorando, agarrado de las piernas de su Cristo, susurrando palabras de amor que acompañaba con fervientes lágrimas. A la vez que, también besaba una fotografía de su idolatrada madre. Nunca sospechó que, a veces, le había sorprendido involuntariamente, desgarrándome el corazón cada vez que le veía en ese trance de dolor, desesperado e impotente. Viejo y enfermo, últimamente; sentenciado a morir sin antes ver aunque fuera un resquicio de luz que le permitiera reconocernos antes de partir...

Enrique González Matos, el Practicante de los pobres y menos pobres, el amigo de todos; cuando podía ver y luchaba sin descanso para aliviar el dolor físico de sus semejantes. Mi padre y amigo, mi inseparable compañero del alma... ¡Qué vacío tan grande dejó en mi vida!

Cuando ya había perdido la vista, compuso los versos más bellos de su colección. Hoy quiero resaltar los que le escribiera al Todopoderoso; que recitaba entre los suyos con frecuencia y de memoria. Antes, permítanme hacer unas matizaciones de hecho. Al morir, nosotros, sus hijos, hemos decidido que el Cristo donde mejor iba a estar era en la Iglesia de San Francisco, cerca de la antigua casa de sus padres, en el Puerto de la Cruz. Allí estaría más seguro, donde vamos a rezarle. Un día de esos, tenía una cámara fotográfica en las manos, cuando vi. un rayo de luz que invadía, aunque tenuemente, el susodicho cuadro, me apresuré a tomar esta foto de impresionante elocuencia. Está oculto el rostro de Cristo, sus manos y sus pies; la luz llenaba su pecho... Y ello me ha motivado a transcribir esos versos suyos, que como una plegaria salieron de su corazón, y que hoy, en el recuerdo, despierta en cada uno de nosotros, el reconocimiento del amor que nos dispensó, y esa lección de entrega cristiana a Dios en sus momentos de dolor.


DAME LA LUZ SEÑOR...

Jadeante, inseguras mis piernas y a ciegas,
Recorrí los más recónditos parajes de esta vida
en busca de mi quietud, ha tiempo perdida;
y no la encontré Señor. ¿Por qué me la niegas?
Largas horas de insomnio atenazan mi mente,
trocando los más dulces sueños, en perpetua agonía.

¿Dime, quién se resigna a solas, sin esperanza alguna,
sin contemplar de cerca el verde y florido paisaje de la vida?
¿Quién se resigna y soporta enlutados días, negras noches de eclipsada Luna?
¿Quién a ciegas hemostatíza la incontenible hemorragia de su profunda herida?
¿Quién lo insoportable, calladamente soporta,
sin el lamento, el quejido profundo que al corazón destroza?
¿Quién, sufriendo, no desea abandonar esta permanencia corta
y descender por la infinita escalera de la oscura y fría fosa?
Dame la luz, Señor... Devuélveme la calma,
compañera inseparable de mi desolación.
Dame la luz, que está a oscura mi alma,
y no menos a oscura mi viejo corazón.
Dame la luz, Señor, Juez Divino,
que ilumine en mí, lo ya perdido.
No ambiciono una resplandeciente luz, sólo te pido
una tenue claridad, muy tenue... Que esclarezca mi camino.
Dame un rayo de luz, Señor, sólo un momento,
y con ello, la enorme alegría de un risueño amanecer.
Concédeme esa gracia, concédemela y mitigarás el tormento
de tantas horas negras, de tanto padecer...
Sí, negras sombras, muy negras, me asedian por doquiera,
burlando mi impotencia, mi agonía, mi quebranto...
¿Porqué y para qué, en esta vida sufrir tanto,
si en la otra, eternamente nuestra, un plácido descanso nos espera?
Dame la luz, Señor, no me la niegues más,
y si no la mereciera, tuyo soy, dispón de mí;
solo si te encarezco, un pequeño resquicio de paz,
que, al morir, me envuelva eternamente junto a TI.

4/8/08

Los compases del recuerdo no terminan

Como hago siempre, leyendo el Periódico El Día, el del primero de este mes, al hallarme enfrascado en su lectura, en el espacio “Cartas al Director” fui sorprendido con el distendido y elocuente escrito de Teresa de Jesús Rodríguez Lara, haciendo todo un despliegue del magnífico acontecimiento en el Auditorio capitalino de Tenerife, en ocasión de celebrarse el 197 Aniversario de la firma del Acta de la Independencia de Venezuela, presentación hecha por el distinguido señor Ricardo Melchor, Presidente del Cabildo Insular de Tenerife.

Los interpretes, en esta ocasión fueron el excepcional señor don Jesús Sevillano, con su voz inconfundible aireando un escogido número de viejas canciones venezolanas que fueron las delicias del gran público allí presente, trayéndonos los más emocionados recuerdos de lejanas vivencias y la nostalgia de siempre, a tantos venezolanos residentes acá y los canarios que llevamos a ese país hermano en el corazón. Dichas interpretaciones fueron acompañadas por el reconocido sexteto de cuerdas Carlos Oviedo y la valiosa ayuda de Oscar Zuloaga en la percusión, evento organizado por el Consulado de Venezuela, representado por el propio don Jesús Sevillano Cónsul del mismo.

Uno se siente reconfortado leyendo, cuando la lírica se mezcla con la razón, párrafos dedicados a un viejo amigo de aulas de allá, la musical y bella Venezuela; y acaban encontrándose en este paraíso guanche, él, consumado escritor, músico e intérprete cantor de nuestra querida Venezuela, y además, Cónsul que la representa como nadie mejor puede hacerlo.

Teresa, me imagino lo que habrás disfrutado asistiendo a su presentación como cantante, al Auditorio. ¡Qué placer, amiga mía!, revivir los momentos imborrables de tu adolescencia, la cantidad de aneadotas que con los recuerdos habrán acudido a tu mente, felices vivencias aquellas de la primera juventud, junta con las amigas condiscípulas de entonces, cuántos pulleros habrás gozado en los descansos, entre una clase y otra del Bachillerato. Y con los muchachos aquellos, derrochando tu gracia isleña, sin sospechar que volverías a estar entre nosotros y que encontrarías, precisamente aquí, al hoy Cónsul en Tenerife, antiguo compañero de estudios.

La vida es eso, una singular ruleta que no se detiene jamás si el destino no la obliga y suele sorprendernos con gratas sorpresas, a veces, como la que has vivido últimamente. Dejemos, pues, que la susodicha ruleta del tiempo siga dando vueltas y sea siempre lo que Dios quiera.

Cuando leí lo que escribiste del señor Sevillano, sentí una natural emoción, un sentimiento tal de gratitud hacia ti por la forma como te expresas de nuestra querida Venezuela. Yo también estudié parte, las materias nacionales, del Bachillerato, en el Liceo Lisandro Alvarado en Barquisimeto, Estado Lara, para convalidar el de España. Eso es pasado, pero me hiciste recordar aquellos inolvidables tiempos.

Cuando uno llega a integrarse a otro país que no sea el que nos vio nacer, habremos dado el gran salto hacia el mejor entendimiento y con ello a la más pletórica felicidad. Todo cambia desde entonces y para siempre. Los conceptos, las formas, la semblanza física de los pueblos, el lado humano de las gentes... Uno se hace más receptivo de todo cuanto acontece a nuestro alrededor, la vida pareciera que nos sonriera cuando nos sentimos plenamente integrados a ella, con sus formas, modos y costumbres, hasta con su bandera que llegamos a quererla como si fuera nuestra.

Amiga contertulia de la poesía, (¡ah, te debo una!..) observarás que me siento feliz hablando de Venezuela y sus gentes, (es inevitable) y el concepto que tengo de la amistad, creo que es algo sagrado y que nunca debe despreciarse.

No me cansaría nunca de seguir escribiéndote y gritar a los cuatro vientos (y tal vez te ocurra a ti lo mismo) como pienso, decir que allá quedó un trozo grande de mi viejo corazón, tal vez el más grande si estallara de súbito por la emoción que me embarga. Allá quedaron páginas imborrables de mi vida y creo que aún deambulan sus sentimentales contenidos por sendos lugares... Aquellas ilusiones que siendo muy joven llevé apretaditas en aquella maleta de madera que aún conservo después de unos cincuenta años. Aún llevo su música en mi corazón y percibo el olor de los ricos manglares; y el silencio de las sabanas en mis oídos. Y oigo el canto del turpial y le veo saltar en la enramada... Aún me emociona cuando oigo hablar de Venezuela. Y el arpa me adormece y el cuatro me contagia...

Si supieras cuánto amo a mi Venezuela, debe ser que soy agradecido, que soy un exagerado, que la magnifico. No, amiga mía, hay que vivir allá, alguna vez, para caer en la dulce trampa del más puro sentimiento. Recuerdo que estando allá, en Caracas, me decían los compañeros del trabajo: - Mira, isleño, ¿sabes como es la cosa?, quien bebe agua en Venezuela, tienes que seguir bebiendo de la misma hasta que se muera - Y yo la bebo todos los días desde nuestra generosa isla de Tenerife (como si fuera la de allá) y aún estoy vivo.

Nada muere del todo

Como si estuviera oyendo una dulce melodía que trajera recuerdos entrañables, una canción de esas que nos invitan a soñar encuentros quiméricos y nos hacen revivir venerados episodios, remotos en la distancia inexorable del tiempo, aunque a veces parecieran no tan lejanos. Aquellos que nos delatan, que llegan a emocionarnos, que nos embargan y ese sentimiento nos ahoga al escucharla.

Así comienza la inspiración poética de todo aquel que escribe cosas que le van saliendo espontáneamente desde muy adentro, uncidas de ternura amorosa. Con ello el poeta se siente atrapado entre las mallas de esa mágica inspiración, a merced de sus alborotadas musas que le instan al sufrimiento, más que nada, que le obligan a ir solo, andando en esa frágil dimensión de la evocación; y compone cálidos o sufridos versos a sus musas amadas que le custodian en el silencio de su peregrinaje poético. Así el trovador canta sus baladas líricas y habla de sus recuerdos o sus propias cuitas amorosas, o busca en el camino los motivos que le seducen... Se deleita escribiendo pasajes de esas nostálgicas vivencias. Y el corazón, en esos momentos tan especiales, más parece henchirse. Así es el poeta del amor, pareciera caminante ilusionado que anda tras las sombras de sus propios sueños. Y en cada evocación buscara sentimentales resquicios que le devuelvan el placer de aquellas irrepetibles situaciones, presentes hoy en el pensamiento. Oyendo emocionado la mágica melodía musical que hasta mí llega tan quedamente, con sus tiernos versos, vuelvo al remoto pasado.

Parécenos despertar de un supuesto letargo y que llegásemos a sorprendernos el poder de esos callados recuerdos, oyendo tan dulces melodías de épocas pretéritas que creíamos olvidadas.

Nada muere del todo, y los recuerdos menos. Unas simples notas musicales, un poema de amor, un rayo de luz atravesando la fresca maleza, el aire salitroso y perfumado de la costa y el silencio de los estáticos acantilados... La lluvia cayendo pertinaz sobre el zaherido campo... La brisa, cuando pasa de largo, sigilosa, sin detenerse; y aquel, su casi ilegible silbido melancólico que acaricia los sentidos. Y la luz que nos abandona, sobre la mar quieta, del agónico resplandor crepuscular... ¡Nada muere del todo!

En ese breve lapso del tiempo, mientras dure la voz del cantor, toda una vida renace. Los campos floridos e imaginarios resplandecen y se renuevan las influencias del espíritu; el viejo se torna niño, o en un apuesto adolescente. Ella, cual diosa mitológica, se siente halagada, complacida e identificada con aquellos, sus recuerdos, que han despertado súbitamente y han llenado su corazón de ilusión irresistible, como si no fuera sólo un breve momento de la efímera vida. Y si fuera para siempre la melodía que escuchamos tan placidamente, cual caricia apasionada que alienta el placer de este grato despertar, diría, ciertamente, que nada muere del todo, que siempre, algo bueno queda de nosotros.

El espíritu de las distintas generaciones


Hay momentos en la vida del hombre en que el tedio llega a aturdirle, es el caso de aquellos que no han sabido renovarse, sin que ello implique descuido de las costumbres heredadas o los hábitos adquiridos en el transcurso de sus vidas, desde cuando siguieron los esquemas sociales más recientes, y aprendieron a imitar los modernos gustos y usos de cada época pasada. Ahora agotadas las expectativas y ante el nuevo panorama social, no todos los elementos disponibles parecen augurar mejores perspectivas. Es obvio que tengan que buscar nuevas fórmulas para aclarar el confuso marco de tanta incertidumbre. Sólo que con los años se ha perdido buena parte de las aptitudes necesarias para hacer frente a las adversidades acostumbradas, y cueste más, con menos energías, atemperar el grotesco escenario del molesto aislamiento. Esa escasa contribución debilita los esfuerzos y crece la natural ofuscación de quienes se creen impotentes.

Quiérase o no, todos han de seguir el curso del tiempo sin detenerse ante nada, seguir el cause de su marcha, aunque sientan que navegan en un mar confuso, a la búsqueda de nuevas experiencias, si se quiere, "tolerantes y sacrificadas" tratando de identificarse, deliberadamente, con los nuevos valores, cosechando de ellos sus nuevas doctrinas, en pro del necesario entendimiento, por cruel que les parezca, con esas corrientes culturales, políticas y sociales, mientras les llegue la hora de encomendar el alma al Cielo.

Sin embargo, parece querer bislumbrarse ese entendimiento "urgente" entre las distintas generaciones. Es muy gratificante ver compartido, no pocas veces, ese campo polémico de la incomprensión entre viejos y jóvenes. Unos y otros, han sentido alguna vez la soledad y el tedio, y han encontrado en el oponente de edad el apoyo necesario; y han descubierto la ternura deseada que buscaban, teniéndola tan cerca... Nunca, a tal grado de comprensión, han llegado, quienes ahora no dudan haber vivido equivocados y haber desperdiciado un tiempo precioso que no volverá. Sin duda lo estamos viendo. Mas, como si ambas partes hubieran accedido, ahora, a entenderse, por imperativo afectivo, sin que existan diferencias de fuerzas ni imposición alguna. Son sentimientos naturales que obliga al hombre a razonar, y no sólo a pensar ni calcular sus objetivos, prima la propia necesidad de afecto, que tanto se ha deteriorado últimamente y que parece, la estamos recuperando. A mí, personalmente, me sobran motivos para sentirme optimista y "agradecido" al hallar toda comprensión en los más jóvenes; y sin tener que ceder un ápice de mis voluntades... Más, cuando el corazón manda, busca sus propios causes y se enriquece sólo aceptando su propia suerte, que comparto con los demás cuando es aceptada.

El espíritu de aquel hombre, al fin consiguió liberarse de tantas influencias que antes le impedían ir suelto por la vida, buscando su propio destino, traspuso todos los umbrales y se halló seguro cuando se detuvieron sus pasos en el punto que tantas veces fuera acariciado en sus verdaderos anhelos. El espíritu no descansa, aunque vaya en su cortejo de muerte, prevalece y sondea cada lugar apetecido con independencia... Sueña caminos; y aunque vaya solo en su aventura, le acompaña la fiel mensajera de su ilusión. Y parando en esa especial dimensión, le hemos visto detenerse, intuyéndole...

Cada vez que amanece, cuando el Sol sale y se asoma por sobre la verde montaña, en nuestros campos, parece que el aire lavara el visaje de la espesa maleza y alegrara a la grata cosecha... Cada vez que el viento amenaza con su furia incontrolable, sólo esperamos a que su calma restablezca la paz en la campiña, viéndole alejarse sigiloso...